Estatuas de sal. Margarita Hans Palmero
mi primera noche aquí después de todo aquello… Cierro todas las ventanas y puertas. Es extraña la sensación de ponerse el pijama y acostarse en la cama que fue de mis padres. El reflejo azul de la pared me hace sonreír.
—Oh, mi pequeña Anabel. Va a quedar todo precioso. Ya verás.
—Mami, todo azul. Mucho azul.
—Sí tesoro. El azul es bonito. Es alegre. Es el color del cielo, del mar, y también el color de los ojos de tu padre, y de los tuyos. Me gusta como me veo reflejada en él.
—A mí me gusta mami. Pintar azul.
—Allá vamos señorita.
En aquel entonces yo tenía tres años. Mi madre empezó a mover muebles como una posesa. Tampoco había mucho que mudar y comenzó la tarea por mi dormitorio. Me dio una brocha y me dijo:
—Cariño, intenta pintar solo en la pared. Los muebles los pintaremos otro día. ¿De acuerdo?
—Sí, mami.
Por supuesto, dejé monísima la pared, mi ropa, el suelo, mi cara… Todo azul cielo.
—Oh, sí. Estás preciosa con ese color.
También recuerdo la cara de mi padre, cuando ella le explicó el siguiente paso.
—¿Verdad que ha quedado precioso? Venga Tobías, tráeme más pintura de este color. Queda mucho por hacer.
—¿Mucho?
—¿No creerías que solo pintaría un dormitorio! Todo esto va a ser redecorado.
—¿Todo?
—¡Pareces un loro! Sí, ¡todo!
—Y… yo ¿también puedo pintar?
—No seas gamberro Tobías, no uses demasiado la imaginación.
—Y tú no seas aburrida Ana. A mí también me gusta pintar, pero quiero que el lienzo seas tú…
Sintonía. Tenían sintonía y melodía, como el mejor vals del mundo, en perfecta combinación música y baile. Así eran ellos.
Y Pascual… Siempre lo he considerado como mi hermano. A veces, cuando mis tíos discutían, él venía de inmediato a buscar refugio aquí. Pienso que para él, ella era una segunda madre. Francesca siempre ha sido buena persona, pero con un carácter fuerte, mi tío José la llamaba la Madonna mandona. Oh, sí, recuerdo el sentido del humor de mi tío y sus juegos de palabras.
Voy notando el peso de mis párpados. Tal vez tenga suerte y consiga conciliar el sueño, tal vez incluso logre soñar con un hermoso jardín lleno de flores, fuentes y estatuas, pero esta vez, con caras sonrientes. Quizás pueda a través del sueño descansar un poco mi alma o descubrir qué le pasaba a aquella joven misteriosa…
Capítulo 8
—¿De qué están hechos los ángeles, mami?
—Uy, no lo sé. Supongo que de nubes de algodón.
—¿A qué huelen mamita?
—A helado de vainilla y flores de azahar.
—¿Se le caen las alas?
—Solo si son malos. Y los ángeles no son malos, ¿verdad mi pequeño angelito?
—Y…
—Venga Anabel. Duérmete ya. Te cantaré algo y mañana, si quieres, pintaremos ángeles pequeñitos con tus nuevas pinturas.
—Oh, sí, mami. Por favor.
Mi mente está mezclando retazos de sueño y de recuerdos reales, presos de una vigilia, de un duermevela que no me permite descansar. Volver aquí ha despertado una parte de mí que creí olvidada. Ya no soy la pequeñita de cinco años que estrenó su caja de carboncillos y pinturas nuevas dibujando ángeles. Pero me siento como si de nuevo fuese esa niña. Una niña que siempre fue inquieta y quiso saber. Nunca acepté el porqué de las cosas como tal, yo quería conocer la base. Quizás por ello, me cuesta tanto aceptar las imposiciones de la vida.
Como cuando tenía ocho años…
—Don Antonio, ¿por qué no nos habla de los ángeles?
—Oh, Anabel. Tú siempre igual. Estos seres fueron muy importantes. Date cuenta de que un ángel anunció a María que iba a nacer nuestro señor Jesús.
—Sí, pero, ¿por qué en lugar de curas no hay ángeles?
—No puedo responderte a eso. Solo puedo decirte que todo tiene una explicación lógica. Lo mismo si están, junto al sacerdote, de forma discreta y sin que nadie los vea.
—¿De verdad cree usted eso?
No me convenció don Antonio. Pero no quise preguntar más, porque luego, se quejaba de mis preguntas a la directora, y ella me reñía. Creo que una de las aficiones favoritas de mi directora era esa, llamarme la atención. Pero lo único que yo hacía era preguntar mis dudas. Seguir un temario es lógico, pero la vida es más que una serie de temas relacionados o no entre sí, en un orden de consecución establecido por alguien. La vida es un compendio de experiencias y reflexiones.
En determinadas clases todo era sota, caballo y rey. No podías salirte del orden establecido en la asignatura correspondiente. En otras, sin embargo, como por ejemplo en la clase de historia de la Srta. Paula, no solo preguntábamos, sino que ella se extendía, nos ponía ejemplos, traía diapositivas. Me encantaba la clase de historia. Es más, hoy por hoy, pienso que esa fantástica profesora jugó un papel importante en mi formación posterior. Potenció mis ansias por saber, me hizo vivir su asignatura.
Ángeles...
Un ángel es lo que pedí, hasta desgarrarse mi corazón, al morir mi madre. Pedí, lloré, rogué que me la devolviesen. Que ya tenían muchos en el cielo. Que yo solo la tenía a ella. Dos días después, tío José también moría y con su muerte, llego el desgarro. Papá me informó de que nos marchábamos. ¿Cómo explicarle a mi padre, que mi madre seguía ahí, aunque nadie más que yo pudiese verla? No físicamente, pero sí en cada rosa, en cada pájaro, en las gotas de agua de la fuente, en su cuarto de pintura, en la fotografía de mi dormitorio… Irme de casa era alejarme de ella.
Antes de partir, mientras mi padre subía mi pequeña maleta en el coche, corrí al jardín a despedirme de ella. Una vez más, me pareció ver su reflejo en el agua de la fuente y, sentí una emoción infinita. Mis lágrimas saladas se mezclaron con el agua dulce en aquella mañana, en la que hasta los pájaros callaron, creo que por respeto.
—Yo le cuidaré, mamá.
Recuerdo haber metido mis pequeños dedos en aquella misma agua, removiendo en ella como si así, mi madre pudiese emerger. Noté una calidez en mi mejilla y un poco de alivio en mi corazón. Como si un beso de madre me hubiese sido regalado. Y después… me marché. Como guiños en la hora mágica del subconsciente, voy recordando aquella época tan amarga.
Recuerdo mi pena al ver la casa alejarse… ”Villa Ana”. Recuerdo la angustia al llegar a aquel piso tan frío y desangelado. Recuerdo los llantos de mi padre cuando me creía dormida, la paciencia de Andrés en acompañarle a todas horas, los abrazos y caricias de María. La de noches que me dormí en su regazo, soñando con mamá…
Recuerdo la primera vez que intenté volver a pintar. Fue imposible. Sin ella, no podía. Y recuerdo mi primer trabajo como restauradora. Me devolvió paz.
Y ahora, estoy aquí, intentando dormir y soñar con ángeles que me ayuden a algo imposible. Porque ellos ya se han ido cuando noto una calidez en mi mejilla y un poco de alivio en mi corazón, como si el beso de una madre me hubiese sido regalado… y al fin, consigo dormir en esta primera noche de regreso a casa.
* * *
La claridad sobre mis párpados me hace volver a