Estatuas de sal. Margarita Hans Palmero

Estatuas de sal - Margarita Hans Palmero


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la mesa de trabajo vuelve a haber una fotografía de mis padres, en esta ocasión, conmigo en brazos cuando apenas era un bebé.

      Sonrío al ver la fotografía e intuyo que mis padres están también en la biblioteca a su manera. Casi contengo la respiración esperando que el bromista de mi padre le ponga su fría mano encima del hombro a mi tía Francesca y esta se caiga de la butaca del susto, o algo así. Ahora tengo que contener la risa. Mi imaginación es desbordante a veces, y cualquier día me lo va a hacer pasar mal.

      —Por favor, sentaos todos para que pueda leeros la voluntad de nuestro amigo Tobías.

      Todos nos hemos puesto serios de pronto y tomamos asiento. Mi primo Pascual se sienta a mi lado y toma mi mano entre las suyas. Manos cálidas y protectoras.

      —Bien, —continúa Andrés—, Tobías ha sido claro y directo.

      “Querida Anabel, si el bueno de Andrés está leyendo esto, es porque he muerto. No estés triste hija mía, estaba cansado y jamás me dio miedo morir. No al menos, desde que tu madre inició este viaje a lo desconocido. Ahora, solo aspiro a reencontrarme con ella donde esté.

      Volviendo a lo material y práctico, sabes que desde que ella murió, he trabajado muy poco y nos hemos ido manteniendo de lo que tenía ahorrado que, por suerte, era bastante.

      Como algunos de los que os halláis hoy reunidos sabréis, tenía dos propiedades inmobiliarias, dos vehículos, y acciones de la empresa constructora que en su día fundé y posteriormente vendí.

      Deseo que uno de esos vehículos sea para Julio y Lola, por los años trabajados junto a nosotros, y que el otro, sea para mi querida cuñada Francesca.

      En cuanto a las acciones de la que fue mi empresa, son bastantes e importantes. Es mi voluntad que el 40 % sea para mi hija Anabel; un 20 % para mi sobrino Pascual; otro 20 % para Francesca, y el 10 % restante, para el personal del servicio que durante tanto tiempo fueron mi propia familia. Me refiero por supuesto, a Julio y Lola, Luis y Adela.

      En cuanto a las propiedades inmobiliarias, una de ellas es el piso donde residía junto a mi hija Anabel. El mencionado piso pasará a poder de mis amigos María y Andrés, para que ellos lo aprovechen de la forma que estimen más conveniente, vendiéndolo, si es su deseo, para disfrutar de su valor.

      La otra propiedad es la finca, la gran casa, como todos la llamamos. En ella están actualmente viviendo miembros de la familia y también trabajadores. Esta finca queda en poder TOTAL y ABSOLUTO de mi hija Anabel. Es la herencia que su madre y yo le dejamos. En este lugar nació nuestro amor y, si bien yo no he podido vivir en él sin mi querida Ana, estoy seguro de que Anabel conseguirá ser muy feliz allí.

      Dejo a elección de mi hija el que la familia siga o no viviendo en este lugar, pero quiero dejar claro que la vivienda es en exclusiva propiedad de Anabel y por tanto ella decidirá sobre su destino, si se conserva, se vende o se utiliza. Confío en tu criterio querida hija.

      Y solo me queda despedirme de todos. Imagino que estaréis ocupados rumiando este testamento y yo tengo cosas que hacer en este lado, al fin y al cabo, tengo que recuperar los últimos años junto a mi esposa. Muchos besos hija mía. Jamás olvides lo mucho que te quiero, en presente.

      Por cierto, un detalle más. Querido Andrés, le diré a san Pedro que te guarde un sitio cerquita del río para que puedas pescar, e intentaré convencerle para que nos deje hacer fuego aquí arriba, ya sabes, para disfrutar luego del pescado. Trabajaré duro en ello, amigo. Eso sí, no tengas prisa, necesito tiempo para organizarme.

      Tobías”.

      En la habitación se hace un silencio absoluto. Desde luego, mi padre no era corriente ni tan siquiera redactando últimas voluntades. Él y su sentido del humor. Él y su generosidad.

      Con sumo cuidado acaricio la pequeña llave y suspiro, casi sin darme cuenta, quizás más fuerte de lo que había pretendido. Mi padre me ha dejado la finca. Esa enorme casa. ENORME. Su valor, sin duda, es incalculable. Pero ¿vivir con todos los demás? ¿Sin mi padre? ¿Pedirles que se marchen? Observo la cara seria de tía Francesca y Roberto. Deben estar preocupados por la decisión que yo pueda tomar. En cualquier caso, a Pascual se le ve relajado, parece contento. Adela está sorprendida. He de reflexionar sobre todo esto, pero no me da mucho tiempo a ello cuando veo como tía Francesca gira su cuerpo hacia mí, con el semblante bastante serio.

      —¿Qué va a pasar con nosotros Anabel?

      —Tía, necesito pensar, no es el momento. Hablaremos más tranquilas. ¿De acuerdo? —le contesto con amabilidad.

      —Imagino que ya que es TU casa, vendrás con nosotros a ella. Tal vez por el contrario, tengas pensado quedarte con… tus amigos —me refiere dirigiéndose a Andrés.

      No me ha gustado el tono de su voz. Ni me gusta cómo me mira en este momento, y siento el impulso de mandarla a la mierda, hablando pronto y mal. Pero, es la madre de Pascual, es la hija de Isabela, y… ¿a quién quiero engañar? Yo quiero mucho a esta mujer. ¿Qué le ha pasado desde que no la veo? ¿Acaso no es consciente de todo lo que mi padre ha hecho por ella y le ha dejado?

      —Iré a la casa, por supuesto, tal y como mi padre lo deseaba, y como lo deseo yo. Me alojaré donde siempre lo hice, en la parte que mis padres reformaron. Vosotros podéis seguir tal como estáis ahora, no hay problema. Hay sitio de sobra en ella para todos y tengo intención de mantener el mismo acuerdo que mantuvo mi padre. Pero quiero dejar las cosas claras, ahora, ya que te empeñas en ello. Si cambio de opinión por el motivo que sea, y decido hacer cualquier cosa en la casa, incluido venderla, lo haré. ¿Responde eso a tu inoportuna pregunta?

      El rostro de mi tía palidece de forma considerable, para volverse rojo poco después.

      —Por supuesto querida. Siento si he parecido algo brusca.

      —Has sido bastante brusca, madre —le contesta Pascual enfadado.

      Francesca parece arrepentida de su arrebato, pero la verdad, ahora, me da igual. Ha sido brusca, y grosera con Andrés y María, y no lo merecen. Me siento furiosa con ella.

      Pascual se acerca y me rodea los hombros con su brazo.

      —¿Vamos a casa?

      Ha llegado la hora de volver a mis raíces y enfrentar mi destino.

      —Sí. He de arreglar algunos asuntos en el piso de mi padre, pero mañana, sin falta, iré para allá. Mi coche lleva mucho sin funcionar, y habrá que revisarlo. ¿Te importa venir por mí?

      —Por supuesto que no prima. Mañana nos vemos. Me alegro de que estés aquí Anabel, ojalá hubiese sido en otras circunstancias.

      —Ojalá —es lo único que articulo a apenas susurrar.

      Capítulo 5

      Aún me impresiona, cuando al subir por la colina, “Villa Ana” se recorta contra el horizonte, como si de un lienzo se tratase. Sobre el fondo azul del cielo, comienza ya a verse, el juego de tonalidades verdes de la arboleda que rodea la gran casa. Fue una de las cosas que primero atrajo la atención de mi padre. Ay, mi padre. Ayer registré cada rincón del piso buscando algo que abriese la llave que cuelga de mi cuello sin éxito, lo que me hace pensar que “mi legado”, como él lo ha llamado, está aquí, en alguna parte de esta casa.

      La hilera de palmeras nos da la bienvenida, desde ambos lados del camino, que conduce hacia la casa. Delante de la misma hay una plantación de naranjos y, por detrás, asoman los esbeltos cuerpos de unos cipreses, los cuáles, gracias a su altura y majestuosidad, parecen guardianes de otra época y otra dimensión.

      Toda la superficie edificada del exterior está rodeada por maceteros de diversos tamaños, y multitud de flores, pero la mayoría de estas plantas son rosales, los favoritos de mi madre. Recuerdo cómo los cuidaba con amor y una dedicación intensa. Disfrutaba creando en la tierra el juego de colores que usaba en su arte. Rosales de colores en tonos rosas, amarillos, rojos y sobre todo, blancos, formaban la paleta propia de un pintor. Siempre me decía, con una sonrisa, que los de color blanco eran


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