El puzle de la historia. José Escalante Jiménez

El puzle de la historia - José Escalante Jiménez


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entre la casa consistorial y la cárcel.

      Una vez llegada la hermandad, solicita al corregidor autorización para poder bautizar al reo, ya que este era musulmán, siéndole permitido hacerlo al pie del suplicio.

      El condenado es sacado de la cárcel, vistiendo una túnica blanca, y es introducido por el verdugo dentro de un capacho. Una vez atado este a la cola de un caballo, es arrastrado hasta el pie de la horca, donde finalmente y, tras ser bautizado con el nombre de Manuel José María, es ajusticiado públicamente.

      Posteriormente, al atardecer, el verdugo, ayudado por la justicia, baja el cadáver de la horca y procede a decapitarlo y cortarle la mano derecha para su pública exhibición, como ordenaba la sentencia.

      No obstante, los miembros de la hermandad comunicaron al corregidor que habían solicitado a la Real Chancillería autorización para que anulara esta última exigencia de la sentencia, al considerarla anacrónica e innecesaria. De hecho, algunos días después llegaría la ejecutoria del tribunal superior concediendo el permiso a la Cofradía de la Caridad para que pudiera retirar los restos y darles cristiana sepultura.

      Para ello, de acuerdo con los usos de la época, se montó toda una parafernalia barroca, con altar público y solemne procesión, para proceder a enterrar la cabeza y mano del ajusticiado en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor. El lugar elegido fue el muro maestro de la capilla, entonces conocida como la de Nuestra Señora de los Dolores y antigua capilla de la Cofradía de Ánimas, en el lateral izquierdo, entre los accesos a las sacristías menor y mayor. En ese lugar se colocó una lápida con la siguiente inscripción:

      Aquí yace la cabeza y mano derecha de Manuel José María Cristiano nuevo. Año de 1757.

      Actualmente, aún puede contemplarse esta lápida, ya que se conserva en óptimas condiciones.

      Toda esta información, que a nosotros nos ha servido para conocer de primera mano todo el ritual asociado en la época a la ejecución pública, aparece con todo detalle en un interesante manuscrito conservado en el Archivo Histórico, en la sección de beneficencia. Se trata de un memorial donde se recogen estos hechos, considerados extraordinarios, para que quedara constancia de los mismos y, sobre todo, de la acción caritativa de la cofradía, aportando una minuciosa contabilidad de los gastos y del coste económico que acarreó tan piadoso comportamiento.

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      Ilustración recogida en el procedimiento judicial contra Manuel José María. Plumilla.

      A lo largo de estas páginas nos hemos acercado frecuentemente al entorno cultural antequerano durante la Edad Moderna desde diversas perspectivas, intentando dar una visión aproximada de la vida cotidiana y la mentalidad colectiva de la ciudad en ese período tan decisivo para su configuración y desarrollo posterior. En este sentido, hemos aludido a la producción artística, a algunos oficios y su regulación por las ordenanzas, y a una actividad que en este capítulo abordaremos y que consideramos primordial como herramienta para el estudio y comprensión de los acontecimientos del pasado: nos referimos a la producción historiográfica, es decir, a las creaciones literarias que desarrollan la historia local.

      En Antequera, este proceso se inicia tempranamente, pues ya en el siglo XVI existe una corriente encaminada en esta tarea, igual que ocurre en otras ciudades que disfrutan en la época de un alto nivel cultural. Se buscaba dejar constancia por escrito, acreditándolo además en la medida de lo posible, de la antigüedad del lugar, su nobleza y su indiscutible origen vinculado a Roma, haciendo hincapié, de una manera insistente y exhaustiva, en su desvinculación total del mundo islámico y de cualquier clase de relación con este, salvo el contacto forzoso impuesto temporalmente por las armas y siempre en contra de la voluntad del pueblo.

      Este planteamiento es decisivo a la hora de comprender la producción historiográfica. En el caso de Antequera, el número de autores hasta ahora estudiados es realmente significativo y en la actualidad sobrepasa de manera abrumadora la relación que en su día ofreciera Tomás Muñoz y Romero en su Diccionario bibliográfico-histórico de los antiguos reinos, provincias, ciudades, villas, iglesias y santuarios de España, editado en 1858. En él proponía un total de 16 obras de distintos autores, aunque propiamente estas se reducían solo a seis, mientras que actualmente hemos podido documentar 27 obras, hasta ahora, relacionadas en un trabajo que se editará en la revista Baetica de la Universidad de Málaga.

      En la relación de Tomás Muñoz nos encontramos con obras como Historia urbis antiquarensis, Las antigüedades de Antequera de Juan de Mora o La historia de Antequera de Agustín de Tejada. Todas ellas son del siglo XVI y representan la auténtica base sobre la que se desarrollará fundamentalmente a lo largo de la siguiente centuria la narración histórica, la cual recaerá principalmente en tres autores: Alonso García de Yegros, fray Francisco de Cabrera y el canónigo Luis de la Cuesta. Estos marcarán el patrón que posteriormente, hasta finales del siglo XIX, seguirán los demás autores a la hora de escribir historia sobre Antequera.

      En el siglo XVII, entre estos autores citados, no cabe duda que el de mayor importancia es el padre Cabrera. Su obra, de cuidado estilo, denota un trasfondo cultural que nos revela la elevada formación académica de su autor. Su metodología de trabajo se evidencia tanto en la estructura del texto final como en la exhaustiva aportación de datos, de los que de manera sistemática trata de acreditar las fuentes, documentales o arqueológicas, transmitiendo credibilidad al incluir solamente hechos contrastados. Sin embargo, la novedad en su obra no radica tanto en su método, pues ya anteriormente aunque de manera muy básica es empleado por Agustín de Tejada en su obra, referida al período clásico, sino en la extensión, alcance y, por supuesto, resultado final del trabajo.

      Como podemos apreciar, el agustino padre fray Francisco de Cabrera es una pieza vital en el desarrollo historiográfico local.

      Sin embargo, ¿qué conocemos realmente de este personaje? La respuesta es: prácticamente nada. Sorprendentemente, salvo unas breves notas aportadas en su día por el padre Andrés Llordén, que a su vez se hace eco de algunas referencias que proporcionaba Narciso Díaz de Escobar en su obra Galería literaria malagueña, publicada en 1898, nadie más se ha preocupado de profundizar en este sobresaliente autor. Indagando un poco hemos conseguido saber que fue hijo de un escribano del número de nuestra ciudad llamado Francisco de Cabrera y Astorga, el cual ejerció en el oficio 12. Nació, nuestro autor, en 1584. Fue bautizado el día 14 de julio en la parroquia de San Sebastián, actuando como padrinos D. Hernando de Carrión y, el también escribano, Rodrigo Alonso de Mesa, el mozo. Ignoramos cómo fue su educación y en qué lugares vivió.

      Existen solo un par de documentos reveladores en cuanto a su educación: los testamentos de su madre, Lucía Ruiz, y de su padre. Concretamente, en las mandas de su madre se nos detalla, en una de las cláusulas, el siguiente dato:

      [...] yten declaro que el dicho mi marido y yo hemos pagado y gastado con el dicho fray Francisco nuestro hijo en las cosas necesarias para entrar en la religión y profesar en ella y en estudios y otros gastos que hizo antes de entrar en la religión quinientos ducados a demás de los que yo gasté sin que el dicho mi marido lo supiera, que serían cien ducados [...].

      Seiscientos ducados de finales del siglo XVI es un suma realmente importante, lo que denota una apuesta firme por la formación del hijo. Igual de explícito es su padre en otra manda de su testamento, donde también se hace alusión a esta suma:

      [...] declaro que la dicha doña Lucia mi mujer y yo entre ambos hemos entregado al dicho fray Francisco nuestro hijo en el convento del señor San Agustín de esta ciudad


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