El puzle de la historia. José Escalante Jiménez

El puzle de la historia - José Escalante Jiménez


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en el Archivo Histórico Municipal, y que reproducimos junto a estas líneas. Esta fechado al pie en 1839. El retrato representa a un personaje antequerano. En la parte superior derecha se inserta una cartela con el siguiente texto:

      Juan Perea, natural y vecino de Antequera. Lo dedica a sus hijos exhortándoles a que sigan sus huellas de su constante laboriosidad y honradez.

      ¿Quién era este Juan Perea? Puestos a indagar, hemos podido llegar y reconstruir en parte la existencia de este personaje.

      Su nombre completo era Juan Perea Vejar, nació en 1781, fue bautizado en la iglesia parroquial de San Pedro con los nombres de Juan Mateo José Isidoro y era hijo de Juan Perea y de Nicolaza de Bejar. Contrajo matrimonio dos veces, la primera con doña María Borrego en 1801. Tras el fallecimiento de esta, cinco años después, en 1806, contrae nuevas nupcias con Marina Romero en septiembre de 1808.

      Del primer matrimonio tuvo tres hijos, de los que solo le sobrevivió uno, Maria Dolores, y del segundo, nueve. Juan Perea falleció en 1843.

      Su actividad principal a lo largo de su vida fue la industrial. Era propietario de una tenería o fábrica de curtidos, ubicada en el cauce del Río Alto, que era conocida como Cauz Zimada. Se trataba de una industria que aparece clasificada en el Repartimiento del subsidio Industrial y del comercio, como de clase primera y sobre la que pagaba al año un impuesto de 700 reales. Los negocios le debieron marchar muy bien ya que adquiere otra tenería más, cuya dirección traspasa con el tiempo a su hijo José, aunque parece, por la documentación que hemos podido consultar, que la producción principal provenía de la primera. Además de estos establecimientos industriales, Juan Perea era poseedor de un huerto, que seguramente adquirió o mantuvo más como inversión que como forma de ingresos. Así mismo, tenía establecida una tienda o casa mercantil donde comercializaba sus productos, que a la vez le servía como vivienda principal. Hemos conseguido ubicar y localizar esta casa, que aún se conserva. Se trata de un edificio de grandes dimensiones en calle Encarnación, a la altura del Cozo Viejo, y que actualmente se encuentra cerrado. Entrar a describir las numerosas propiedades urbanas y rurales que llegó a acumular a lo largo de su vida sería un tanto tedioso.

      En cuanto a su relación con el entorno y la sociedad de la época, sabemos que estuvo estrechamente relacionado con el denominado grupo de los franceses y al que nos referiremos en otra ocasión más ampliamente. Se trata de un grupo de comerciantes de origen francés que se instalan en nuestra ciudad a finales del siglo XVIII constituyendo una sociedad dedicada al comercio. Entre ellos estarían los Boudere, Laude, Serraller, etc. Juan Perea mantiene una especial relación comercial con uno de estos personajes, concretamente con Juan Auroux y Maibila, a quien incluso llega a designar en su testamento como albacea. Sin duda, Juan Perea fue un importante elemento dentro de la sociedad antequerana de la época, tanto desde el aspecto puramente económico, ya que mantuvo un saneado y rentable negocio y una importante producción industrial, como desde el aspecto cultural, la prueba más evidente es el hecho del cuadro que ha motivado este trabajo.

      Esquivel no es un pintor cualquiera. El hecho de que Juan Perea le encargue su retrato tiene sus connotaciones. Implica un conocimiento de los círculos artísticos de la época y una serie de contactos sin duda con círculos de la oligarquía andaluza, lo que le permitía conocer perfectamente la trayectoria y la calidad del pintor, pero esto es un tema que los críticos del arte sabrán sin duda interpretar mejor.

      Para concluir, reseñar que uno de sus nietos, Antonio Perea Muñoz, casó con doña Petra Arreses-Rojas Pareja-Obregón, marquesa de Cauche, hija de don Manuel Arreses-Rojas Yánez de Barnuevo. Vivió durante muchos años en Argentina, llegando incluso a fallecer en Córdoba, en 1909, y siendo enterrado en la iglesia del convento de la Encarnación de Antequera. Su mujer, doña Petra, tras su fallecimiento, queriendo honrar la memoria de su marido, adquirió unos terrenos en el lugar denominado el Campillo, a fin de edificar y dotar una guardería infantil. El dos de julio de 1919, la obra estaba ya prácticamente concluida, decidiendo ceder el edificio a las religiosas Terciarías Franciscanas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, que inmediatamente establecen en el edificio un colegio mixto con internado, continuando la comunidad la conclusión de las obras y la construcción de una iglesia aneja al edificio. Este centro se puso bajo la advocación de María Inmaculada.

      La captura de Boabdil

      Tras la conquista de la ciudad por el Infante don Fernando y futuro rey de Aragón, Antequera y su tierra se convierten en una zona de frontera, durante ochenta años.

      Las escaramuzas con el reino de Granada son constantes a lo largo de este periodo, quedando constancia de ellas en las crónicas locales y en los numerosos privilegios obtenidos por la ciudad por su lealtad a la corona y por sus constantes servicios en la lucha contra el Islam.

      Romances y leyendas surgen a la sombra de la guerra, que se reviste de caballeresca. Así surge la leyenda de la Peña de los Enamorados, y los numerosos relatos de heroicas acciones militares, como la victoria de la Torre de la Matanza en mayo de 1424. En esta batalla, librada por el alcaide de Estepa y don Rodrigo de Narváez, se consigue una importante victoria. Gracias al ingenio, por primera vez se hace uso de la química como arma estratégica. Efectivamente, Antequera se vio acosada por numerosas incursiones de los musulmanes contra la vega, que saqueaban constantemente. Rodrigo de Narváez decide poner fin a ello, saliendo al encuentro del enemigo con 150 caballeros y 300 peones, llegando a un chaparral que se encontraba en las proximidades de la Peña de los Enamorados. Ocultándose entre la arboleda, por la cercanía del enemigo, una parte de sus fuerzas las manda desplazar a los pies de la Peña, ordenándoles que hicieran grandes fogatas y arrojando a las mismas pieles y cueros y astas de ganados y otras cosas que pudieran causar mal olor. El humo de estas candelas se desplazó hacia los musulmanes, quienes no pudiendo resistir el tufo, rompieron sus filas y comenzaron a retirarse de manera desordenada. Esta circunstancia fue aprovechada por Rodrigo de Narváez, quien consiguió una sonada victoria, sobre la que un participante en ella, Juan Galindo, vecino de Antequera y soldado de caballería, escribió en versos su relato, que recoge Manuel Solana en la Historia de Antequera.

      Pero los enfrentamientos no solo se producen con los musulmanes. Las tensiones lógicas del constante estado bélico produjeron enfrentamientos también entre los propios cristianos. Tal vez, el más importante fue la lucha por el control político de Antequera que mantienen la casa de Narváez y la casa de Aguilar. En 1469, el rey Enrique IV, con objeto de sosegar las inquietudes y enemistades que había a lo largo de toda la frontera castellana, en un tiempo de paréntesis y de relativa paz, salió de Córdoba, donde se encontraba, primero a Ecija y de aquí vino a Antequera, con animo de entrevistarse en nuestra ciudad con el emir de Málaga. Llegado ante los muros de Antequera, quiso lógicamente entrar en ella con toda su tropa y comitiva, pero el alcaide Hernando de Narváez, hijo de ya fallecido Rodrigo de Narváez, receloso de que el rey entregase la fortaleza a don Alonso de Aguilar, que lo acompañaba en la comitiva, como parece ser que lo había intentado en otras ocasiones, no quiso abrir las puertas de la ciudad, sino tan solo al monarca y a quince caballeros que lo acompañasen como su guardia personal. El rey accede y, una vez en el interior, es conducido a la iglesia de San Salvador, encontrándose en él a todas las mujeres de la ciudad arrodilladas llorando al pensar que iban a sustituir a su alcaide. Así, también habían sacado el embalsamado cadáver de Rodrigo de Narváez y lo expusieron al rey en el altar mayor con las llaves de la fortaleza en la mano. Él se dirigió al féretro y, tomando las llaves, se las entrego a Hernando, confirmándolo como alcaide de la ciudad.

      Alonso de Aguilar, que se encontraba acampado a las afueras, en las cercanías de la ermita de Santa Catalina, se consideró ofendido y retó a Narváez y a los habitantes de Antequera, ocurriendo una escaramuza de armas en la que salió vencedor Hernando.

      Tal vez sea menos conocido otro hecho de armas en el que se vieron involucradas gentes de nuestra ciudad. Se trata de la que se conoce como la batalla del arroyo de Martín González, en las proximidades de Lucena en el año de 1483, en la que Boabdil El Chico, último Rey Nazarí de Granada, cae prisionero.

      Tras la toma de Alhama, un grupo de nobles andaluces, entre los que se encontraban Rodrigo Ponce de León, Pedro Enríquez,


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