El puzle de la historia. José Escalante Jiménez

El puzle de la historia - José Escalante Jiménez


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de bulas conservadas en nuestro centro es aceptable y la localizamos tanto en el fondo parroquial como en el archivo de la Colegiata. A ellas hay que sumar otros formatos diplomáticos expedidos por los obispos de Málaga, destacando los que afectan a los canónigos de la Real Colegiata.

      Por último, contamos con los pergaminos de las distintas cofradías, la mayoría de ellos bulas y cartas de privilegios de los siglos XVI y XVII.

      En total, el archivo reune medio centenar de estas piezas, que datan de un periodo cronológico que abarca desde el siglo XV, con los privilegios rodados de homicianos y título de ciudad, hasta finales del siglo XIX, con varias letras apostólicas.

      En la actualidad se está llevando a cabo la digitalización de estas piezas y su catalogación, con el fin de facilitar su identificación y proceder a su publicación una vez concluido el trabajo.

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      Retrato de Felipe II. Real Ejecutoria de Hidalguía de los Trillo.

      Los privilegios rodados

      Aunque toda la documentación contenida en los archivos sea importante como testimonio y salvaguarda de los derechos de los ciudadanos a la información, determinadas series documentales son objeto de especial interés, bien por su contenido temático o bien por sus características físicas. Si en todos los archivos siempre hay algunos documentos que destacan por su singularidad, en el caso de Antequera estos son muy abundantes, debido a que hemos tenido la enorme fortuna de conservar piezas realmente sobresalientes, tanto en el aspecto puramente diplomático y paleográfico como por la trascendencia de su contenido. Entre todos ellos, en nuestro archivo cabe destacar dos auténticas joyas desde el punto de vista histórico, jurídico y, sobre todo, diplomático. Se trata de los dos reales privilegios del siglo XV ya mencionados, redactados bajo la tipología de privilegios rodados.

      Este tipo de documentos adquirió máxima importancia en la Cancillería de Castilla, donde eran decorados abundantemente con toda clase de detalles ornamentales que le prestaban una apariencia de gran solemnidad. Era frecuente, también en el caso de los de Antequera, el uso de letras mayúsculas, la ornamentación vegetal y, sobre todo, la rueda o signo real, dibujados y policromados vistosamente.

      Su estructura interna, en cuanto a la redacción, no varía sin embargo con respecto a períodos cronológicos anteriores. Estos de Antequera son de una época ya tardía (siglo XV) para la tipología a la que pertenecen; pero a pesar de ello mantienen la misma esencia, constituyendo auténticas obras de arte en los campos de la diplomática, la caligrafía y la miniatura.

      Ambos privilegios rodados fueron otorgados por el rey Juan II. Uno de ellos, de 1448, es conocido como el de homicianos, ya que en virtud de él se conmutaba la pena a aquellos homicidas y malhechores que se asentaran en la ciudad por periodo de un año sin cometer delito alguno en ese plazo. Este documento fue en su día ampliamente estudiado por el profesor Alijo Hidalgo, quien le dedicó un artículo en la revista universitaria Baetica.

      Este tipo de privilegio fue otorgado de manera un tanto frecuente por la corona como medio para repoblar la frontera, cuestión fundamental para conservar los territorios conquistados. Con esta medida se obtenía un doble beneficio: por un lado, se conseguía que las nuevas tierras gozaran de una población más o menos estable que explotara sus riquezas agropecuarias y, por otro lado, se dotaba a la zona de un cuerpo de gente aguerrida, que en un determinado momento pudiera luchar y hacer frente al enemigo, ya que se trataba de individuos curtidos, que nada tenían que perder y sí mucho que ganar.

      El otro documento que compone este dúo de privilegios rodados puede que nos afecte más directamente por su contenido.

      Se trata de la prerrogativa de convertir en ciudad a la villa de Antequera. Este privilegio rodado, otorgado el 9 de noviembre de 1441 y confirmado dos años después en Cantalapiedra, el 8 de junio de 1443, de alguna forma marcará la evolución de Antequera a lo largo del siglo XVI. Reproducimos seguidamente la parte fundamental de este manuscrito de gran belleza:

      [...] por hacer bien y merced a vos el Consejo, Alcalde, Alcaldes, Alguaciles, Regidores, Caballeros, Escuderos, Jurados, y hombres buenos de la mi villa de Antequera, por que de aquí adelante para siempre jamás, la dicha villa sea ciudad y se llame la villa de Antequera, Ciudad de Antequera, e haga e goce en cuanto a ciudad todas las prerrogativas e preeminencias, ornas y exenciones e privilegios que han de que gozan las otras ciudades de mis reinos. Y mando al príncipe don Enrique mi hijo primogénito, heredero, y a los infantes, duques, condes, ricos hombres, maestres de las ordenes, priores y a los de mi Consejo, oidores de la mi audiencia, alcaldes, alguaciles, y otras justicias de la mi Casa y Corte y Chancillería e a todos los Consejos, alcaldes, alguaciles, regidores, caballeros, escuderos y hombres buenos de todas las ciudades, villas y lugares de los mis reinos y señoríos y a todos los otros mis súbditos y naturales de cualquier estado, condición y preeminencia o dignidad que sean o cualquier o cuales quién que sean de ellos, que así lo guarden, cumplan e hagan guardar y cumplir en todo y por todo, y que no hayan ni pasen ni consientan ni pasar contra ello ni contra cualquiera cosa ni parte de ello ahora ni en ningún tiempo ni por alguna manera, sobre todo lo cual mando al Chanciller, notarios y a lo otros oficiales que están a la tabla de los mis sellos, que vos den, libren e pasen a sellar mi carta de privilegio, la mas firme, bastante que menester hubieredes en esta razón [...].

      Los dos documentos de los que hemos hablado, finalmente, presentan una bella rueda policromada con el escudo de Juan II rodeado de las firmas de los escribanos y oficiales de la Chancillería. Además, ambos han conservado también unos interesantes sellos de plomo colgantes unidos al pergamino por hilos trenzados de seda.

      PERSONAS Y PERSONAJES

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      Fernando VII. Grabado coloreado a mano. Siglo XIX.

      Juan Perea

      Hace unos meses, el patrimonio municipal antequerano se vio enriquecido con la adquisición por parte del Ayuntamiento de nuestra ciudad, de una obra de arte realmente excepcional. Se trata de un retrato firmado y fechado por Antonio María de Esquivel.

      Este pintor nació en Sevilla el 8 de marzo de 1806. Descendía de una noble familia andaluza. Hijo de militar, su padre murió en la batalla de Bailén, también lo fue Esquivel, hasta el punto de ser condecorado por sus servicios en el ejercicio de las armas. Antonio María dio muestras de su especial disposición para las artes plásticas en la Escuela de Dibujo de Sevilla, donde ingresó muy joven. Acabada su actividad castrense, se trasladó a Madrid, y a los 26 años ya fue designado académico de mérito en la Real Academia de San Fernando.

      Esquivel pintó escenas andaluzas, retratos y una gran diversidad de asuntos, pues era un infatigable trabajador y realizó una obra considerable. Durante más de un año, en 1839, sufrió una enfermedad de la vista que le dejó prácticamente ciego, pero se repuso tras una operación y en 1840 pudo reanudar su tarea artística. Fue nombrado pintor de cámara en 1843, y cuatro años más tarde, académico de número de la de San Fernando. Pintó a las reinas María Cristina e Isabel II, a las infantas, a Espartero, a Prim, a Castelar. Falleció en Madrid, el 9 de abril de


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