Con voz propia. Nina
político encontraremos un puñado de casos dignos de estudio y análisis. Cuando añadimos una supuesta emoción al mensaje, enfatizando la agresión, pongamos por caso, con agresividad, el resultado final suele ser justamente lo contrario del objetivo que se perseguía. La performance se convierte en una sobreactuación y, como tal, poco creíble. Claro que siempre habrá quien muerda el anzuelo pero, en general, bastan unos segundos para que el oído y la piel del interlocutor perciban y descodifiquen lo que no expresan las palabras que oye. Hay verdaderos expertos en decir blanco con las palabras mientras que el sonido de la voz dice negro. Las cosas que nos tocan de cerca, las que nos importan o nos conmueven, las decimos con naturalidad. Las emociones son fruto de una respuesta orgánica y fisiológica y la voz es el canal para expresarlas incluso sin el soporte de las palabras. Es fácil identificar un matiz de alegría, burla, ironía, enfado o falsedad a través de un sonido minúsculo en una expresión de alegría, de burla, de ironía, de enfado, de falsedad. De la misma manera que con la musculatura facial podemos hacer visible en el rostro lo que sentimos, nuestra voz hace audibles las emociones.
«Tenía más miedo a perder la voz que a morir. Porque si un político pierde su herramienta más valiosa ya está muerto». Aunque son sorprendentes, no me extrañaron nada las declaraciones de Lula da Silva a raíz de la superación del cáncer de laringe. Las de Lula son palabras de muchísima fuerza, contienen un gran valor porque describen, sin hacerlo explícitamente, lo que puede llegar a sentir alguien que pierde su principal herramienta de trabajo. El de Lula es un caso de patología grave en que, siendo la vida lo que está en juego, la gran preocupación es perder el motor que lo hace ser, desarrollarse personal y profesionalmente y resultar útil a su sociedad, a su país. Pero no nos hace falta ir tan lejos. Una simple disfonía[3] puede dejarnos fuera de juego y hacernos pasar un rato de profunda angustia. Si alguna vez te ha pasado, si alguna vez has perdido la voz en el momento en que necesitabas usarla y de forma exigente, sabrás muy bien de qué angustia te hablo. Salir al escenario en según qué condiciones vocales y saber que al otro lado hay gente que espera para oírte cantar es la sensación más angustiosa que jamás he vivido. Te sientes en peligro. Te invade una gran sensación de impotencia. Ves el riesgo que corres pero no hay absolutamente nada que esté en tus manos para evitarlo. Solo te acompaña la certeza de que abrirás la boca y el sonido no saldrá en condiciones o, simplemente, no saldrá. Cuando uno trabaja con la voz y la pierde se siente profundamente desamparado.
La voz no tiene recambio. Sería una gran cosa si dispusiéramos de uno, pero no hay ninguna otra pieza que substituya a una laringe y sus pliegues vocales, al menos manteniendo el sonido natural y la mecánica que utilizas a diario aunque la desconozcas. Los problemas vocales incomodan, asustan, crean incertezas profesionales y paralizan hasta tal punto que en lugar de correr al especialista de la voz, como haríamos si nos apareciera cualquier otro problema de salud, nos limitamos a esperar que pase la tormenta. Y pasa. Pero no nos engañemos. Que pase la dificultad y recuperemos la voz no quiere decir que hayamos eliminado el problema. Hablo, claro está, de los casos en que las disfonías y afonías persisten y aparecen de vez en cuando. En muchas ocasiones me encuentro con personas que hacen la pregunta del millón: «¿Qué puedo tomar?». Esto es lo primero que se pregunta cuando se pierde la voz o se sufre una disfonía. La voz no sabe nada de medicamentos ni de milagros. Querer recuperarla con la rapidez que se va una jaqueca cuando tomamos la pastilla de turno es del todo inútil. No podemos tomar nada porque no hay ningún remedio que actúe milagrosamente para recuperarla de un día para otro. En todo caso, se puede contribuir a su recuperación callando y durmiendo tanto como podamos mientras persistan los síntomas de agotamiento físico y/o vocal. El silencio bien administrado, un descanso de calidad, la rehabilitación vocal y el tiempo son el único tratamiento que verdaderamente funciona. Tan sencillo como esto. Cuando sufrimos un problema muscular acudimos al especialista para conocer el tipo y el alcance de la lesión. No difiere demasiado de lo deberíamos hacer cuando sentimos que nuestra voz no funciona bien. Un problema de voz es un problema de salud y cuando este aparece y persiste es necesario dirigirse a los profesionales médicos especializados en voz, cuya exploración y diagnóstico serán fundamentales para intervenir y tratar el problema de la forma más adecuada.
Todos tenemos una voz, e independientemente de si hacemos de ella un uso profesional o no, es fundamental cuidar el vehículo que nos da la posibilidad de comunicarnos con el mundo, sea para explicar un proyecto o para decir «te quiero». Insisto. Un problema de voz es un problema de salud, para todos, sin excepción.
El miedo y la vergüenza son dos emociones que hacen acto de presencia casi siempre que se sufre un apuro vocal. ¿Qué debo de tener? Esta es la primera incógnita que planea sobre el cerebro. Deseo y temor se mezclan ante la necesidad de conocer el causante de nuestro problema. ¿Será grave? Automáticamente sentimos amenazado nuestro futuro profesional, pero solo si descubrimos el alcance de la lesión podremos disipar la incertidumbre que nos acecha. Dicen, y no puedo estar más de acuerdo, que el miedo solo sirve para que no te atropellen por la calle. Pero lo cierto es que el miedo aparece y paraliza hasta el punto —he conocido algún caso— de no querer cantar nunca más. El encaje del problema vocal dentro de la vida personal y laboral provoca reacciones psicológicas diversas, totalmente comprensibles y respetables. Cuando de niños volvíamos sin voz de una excursión nos producía cierta gracia aquel cambio tan peculiar en la acústica de nuestra voz e incluso hablábamos aun más para hacer del todo audible a diestro y siniestro nuestra vocecilla alterada. De mayores, y dedicándonos a hablar o cantar las veinticuatro horas del día, no tiene pizca de gracia. Seamos más o menos conscientes del uso que hacemos de nuestra voz, lo cierto es que ir por el mundo con una voz de cazalla no es nada profesional. Hete aquí la vergüenza que a menudo sentimos y la tendencia a disimular hasta donde podemos el sonido roto, estropeado o ronco de nuestra voz.
Cuerpo y voz sufren desgaste porque los profesionales de la voz trabajamos a diario con estas dos herramientas y, por muy buen uso que les demos, pocos nos vamos a salvar de padecer ni que sea fatiga muscular. Sería como pretender que un deportista no se lesionara jamás de los jamases. Entender y aceptar como un hecho normal que alguna vez podamos sufrir problemas vocales puede ser un antídoto para la vergüenza, del mismo modo que para el miedo lo es el hecho de tomar las decisiones oportunas con suficiente rapidez para ganarle a nuestra mente la carrera de los 100 metros libres en malos pensamientos. Posponer la visita al médico por miedo a lo que pueda encontrar es un parche, cuyo zurcido se rompe el día menos pensado. Tenemos que perder el miedo a ir al foniatra, es más, hace falta instaurar el hábito de visitarlo al menos una vez al año; si trabajas con la voz, aun con más motivo, una visita semestral o anual tiene que ser obligada.
Cada día son más los oficios en los que la voz se convierte en la principal herramienta de trabajo. El grado de exigencia vocal es ciertamente diferente pero la necesidad es común: actores, políticos, cantantes, empresarios, profesores y muchos otros profesionales necesitan comunicar eficazmente en un marco de salud. Es bastante probable que todos estos profesionales sufran algún percance con la voz porque la utilizan a diario horas y horas y horas. Muchas horas. En estos oficios, la competencia profesional está relacionada, en gran parte, con la competencia comunicativa, y esta depende directamente de la competencia vocal. No se trata de tener una buena voz sino de tener una voz en buenas condiciones, permeable, flexible y preparada para adecuarse a los usos y necesidades de cada registro comunicativo. Y aun otro aspecto a tener en cuenta. Una lesión vocal tiene un alcance físico pero sus consecuencias se extienden al terreno emocional y psicológico, cuyas alteraciones influyen a su vez en el proceso de la recuperación vocal y la confianza personal. El mejor tratamiento que podemos dar a nuestra laringe es la prevención basada en unas pequeñas medidas de higiene que surten grandes efectos. Día a día. Poco a poco. Con constancia. Como el agua que a fuerza de deslizarse por encima de las rocas las modela y les cambia la fisonomía.
Aquella noche no pude cantar una sola nota. Tampoco cobré las 7.000 pesetas del bolo. No quise. «¡Te digo que cojas este dinero!», me decía Emili Juanals, entonces gerente de la Orquesta Costa Brava. «Que te digo que no los quiero», respondía yo entre gallo y gallo. Aprecio mucho a Milio, me hizo las veces de segundo padre. Tenía dieciséis años y, recién salida del cascarón, me había estrenado en mi primer trabajo como cantante apenas hacía seis meses. Trabajaba, viajaba, comía, y prácticamente vivía con 16 músicos. Con Milio, años más