Entretelones de una épica pedagógica. Lury Iglesias

Entretelones de una épica pedagógica - Lury Iglesias


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a mano, ¿ves acá?, borrones, tachaduras, frases inconclusas…

      — Pienso que ellas tendrían necesidad de contarse lo que pasaba.

      — Y… sí, cumplían turnos alternados, el día que una ve­nía a la mañana, la otra venía a la tarde. Con Vera trabajé dos años más porque se jubiló después que Ami y la reemplazó en la dirección. Me imagino que nunca se animó a tirar es­tos cuadernos. La dire había organizado un taller literario en su casa donde iban las maestras más amigas y la vice era una de ellas.

      — Mirá este sobre, está lleno de papelitos escritos, vaya a saber qué dicen… mm, me parece que acá hay confiden­cias… Consuelo, por qué no te los llevás a tu casa y me los vas prestando.

      — Tengo una idea, Yamila: vos ayudame a tipearlos, de paso hacés los deberes y lográs escribir sin mirar el teclado, como te dijo el profe de computación.

      — Dale, con la curiosidad, en una de esas… y vos ¿qué vas a hacer?

      — Se me está ocurriendo algo…

      — Contame.

      — Ya te lo voy a decir… vos andá copiando textual lo que te doy. Solo le cambiaré los nombres, aunque pasaron más de veinte años y nadie se reconocerá.

      ¿Qué es esto, piensa publicarlos?

      Más de una persona se sentirá ofendida.

      No es ético, solo registraron hechos.

      —… Che, el mate está frío.

      — Antes, muy caliente; ¿quién te entiende, Consuelo?; le puse cascarita de naranja como te gusta y nada de azúcar.

      — Acabemos con la limpieza, Yamila, te envidio, no pue­do acostumbrarme a trabajar con guantes; acá hay tierra de aquellos años… ¡Uy, leé lo que escribió la dire sobre Jesusa, pobre…!

      ¡Qué impertinencia!

      No fueron hechos extraordinarios, solo diferentes.

      A veces.

      ***

      ¡Hola, Vera! Sigo en la escuela y ya son las 6.30. ¡Qué día! Jesusa me vio cuando regresaba de guardar la bici. Me ata­jó antes de entrar a dirección y ahí nomás se despachó con la noticia, como de costumbre pegada a la escoba. No hay agua, debe ser de nuevo el flotante del tanque. Ya llamé al plomero, el vecino me prestó el teléfono. Le pregunté con miedo si tenía alguna otra noticia. No, dijo; ¡ah, sí!, la lla­ve de tercer grado se trabó…dónde van a dar clase hoy día. En eso salió disparada para increpar a un chiquito de pri­mer grado: si seguís llorando te voy a mojar con la man­guera. El chico se atornilló a su madre. Decime, che, qué vamos a hacer con esta mujer. Después, paró a una seño­ra. Adónde va. La mujer le dijo: a hablar con la maestra de tercero; no vino, espere afuera. Al rato: olvidé contarle: hoy pasó el marido de Elisa, avisó que su esposa está con gripe, quiere una planilla de licencia... se hace la enferma, de se­guro; mejor me voy a barrer.

      Y yo, me fui a dar clase en el grado de Elisa, para variar… Hasta mañana. Ami

      ***

      — Leé, Yamila, ésta es la respuesta de la vice. Renegaban de lo lindo con Jesusa; ella hacía años que trabajaba en la escuela, se sentía dueña y señora.

      Si supieran… no saquen conclusiones apresuradas.

      —… Sí, Ami, es una situación. Yo te iba a preguntar lo mismo; ¿viste con la saña que toca el timbre? Por favor, compremos otra campana, la que nos robaron tenía un so­nido tan alegre. Odio este timbre.

      Te cuento que pesqué a Jesusa mandando a un costado a los chicos que llegaban tarde. A la una en punto cierra las puertas de un portazo y se pone a barrer mientras protesta.

      En fin… te diré que las licencias de Elisa me irritan más

      que las torpezas de Jesusa….

      ¡Oh, vino el plomero! Te dejo. Hasta mañana.

      Un beso. Vera.

      ***

      Vos, siempre con la escuela al hombro. Sí, estoy un poco cansada, esperá que guardo la bicicleta. Dejame a mí, yo bajo la bolsas con los cuadernos y las compras; qué pesadísi­mas, no entiendo cómo podés andar tan cargada todas esas cuadras en bicicleta, y ¡con zapatos de taco! Suerte que ya nuestras hijas crecieron, acordate cuando las llevaba a una sentada adelante y a la otra en la sillita de atrás.

      ***

      Ami piensa y escribe: Parece que no tengo cura.

      Cuando estaba en el grado, me resultaba difícil olvidar a Ramón, con su cabecita de pepino, el que no entendía las cuentas de dividir; a Clarita… sí, su mirada era clara, pero no aprendía nada, tenía hambre… y examinar todos los días más de treinta cuadernos, nunca logré hacerlo en clase… y él rezongándome porque no alcanzaba a corre­girlos en la escuela, y yo diciéndole que, con Marianela, aplicábamos la doble corrección, trabajo minucioso pro­puesto por ese inspector genial que hubo una vez, un caso raro: Jorge Thevenin; nunca tuvimos otro similar; murió de un infarto fulminante. Creo que no soportó la dictadu­ra; había publicado sus métodos en unos pequeños libros muy interesantes y prácticos.

      Mis pensamientos se disparan. Pienso lo poco que pue­de interesarle a alguien que los maestros señalen los erro­res con lápiz para que los chicos, en el aula, se autocorrijan.

      Continúo aburriéndolo mientras le explico en qué con­siste el proceso de enseñanza aprendizaje; él me escucha un rato y después me pide que deje la escuela donde está y cam­bie el dial. Y yo la sigo: como para no traerme la escuela al hombro… no era solo corregir cuadernos, además, había que pensar la clase y escribir el leccionario, dejar asenta­da en la carpeta la ejercitación, planificar la semana, las unidades, el año…

      Mis hijas me sacan de las cavilaciones, aquí vienen a darme besos para contarme a dúo cómo les ha ido en la es­cuela. Las abrazo a las dos juntas, son tan hermosas.

      ***

      Ami, no te enojes conmigo pero desde que sos directora te veo más preocupada que cuando tenías grado; vivís con los nervios de punta; pensábamos que te iba a resultar más llevadero... ¡vamos, nenas!, a lavarse las manos que ya esta­mos con mami sentados a la mesa.

      Días después, Ami le contó feliz que habían logrado apli­car en la escuela el método de autocorrección, a partir de cuarto grado.

      ***

      — Yamila, vení, ayudame que nos toca la limpieza del cuartito.

      — Ya veo, hoy nos vamos de noche… Decime, Consuelo, qué es este armatoste. —Aunque no lo creas es una aspiradora industrial; se uti­liza con agua; Ami vio que las usaban en el Banco Provincia y consiguió que nos donaran una; Jesusa no quiso usarla por­que debíamos levantar todas las sillas, y ahí quedó, arrum­bada. Yo era nuevita y en aquella época, no me animaba a contradecirla. Después me olvidé de su existencia.

      — Che, qué querés que te diga, ¿tan atrasada era Jesusa? Para baldear también hay que levantar las sillas.

      — Ya lo creo, recién ahora estoy logrando que los chicos las pongan sobre las mesitas, es mucho más aliviado y ni te imaginás lo que era limpiar con los pupitres antiguos, atorni­llados a los pisos, eran verdaderas armaduras ¿Te acordás del Señor Nadal? Fue el que designó el Banco Provincia como pa­drino. Se enamoró tanto de la escuela que logró que cambia-ran todo el mobiliario obsoleto por estas mesitas redondas.

      — Che, me acuerdo cuando las trajeron, creo que yo esta­ba en cuarto, y nos divertía estudiar en grupo. —También iluminaron las aulas con tubos fluorescentes dobles, colocaron ventiladores de techo y dejaron los baños como de confitería…

      — Todos los chicos estábamos recontentos. Bueno, yo voy a probar este cachivache, espero que funcione. Cuando bal­deamos los salones me queda la espalda molida. Podrías


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