Entretelones de una épica pedagógica. Lury Iglesias
es como mi muñeca, y mi hermano, me escribe apenas tres renglones. Gracias a él, los convencimos para que se mudaran. Tiene tres años menos que yo… de chico era más travieso que muchos de los diablillos de nuestra escuela. Cuando mi mamá me pedía que lo llamara a comer, yo salía a la esquina de Helguera y Lazcano y como la cosa más natural del mundo, tendría once años, gritaba su nombre con toda mi alma; allá, a las cansadas, aparecía él de vuelta de sus tropelías, con sus pantaloncitos cortos y cabeza de fósforo, sucio de arriba abajo por haber estado jugando a la pelota o subiéndose a los árboles, cercas y verjas de Villa del Parque; siempre seguido de su barra de amigos y compinches con los que se mandaban algunas barrabasadas… y mi madre, enojada:¡¡Lavate las manos!! La comida se enfría…
… el problema es mi hermanita que tiene una vida interesantísima en Córdoba y le va a costar adaptarse a Buenos Aires.
Extraño los guisitos con albóndigas de mi madre, los niños envueltos, los ñoquis, la ensalada de berenjenas, típica comida de su familia y hasta el puchero con huesos de caracú por el que peleábamos con mi hermano, todo tan delicioso… ella era rumana, ¿sabés?, pero de una aldea judía.
Volviendo a la escuela. Hoy salí casi de noche, peligroso con la bici. Ya me iba y me atajó un grupo de madres enojadísimas, “las de la esquina”.
Entré la bici; no quiero que me la roben otra vez, (¿te conté que el mes pasado se la sacaron a él, cuando fue al Hogar Obrero? Era inglesa, marca BCA con freno a varilla, la admiración de todos; mi padre me la había regalado a los once años y la compró usada. La que tengo ahora fue el anticipo de mi cumple, pero yo extraño la mía).
Te sigo contando: hice pasar a las madres a dirección y las invité a sentarse; me desagrada atenderlas paradas. Jesusa se plantó desafiante en la entrada, me dijo: hoy día puede pasar cualquier cosa.
Comenzó la de Romero con sus comentarios insidiosos; es la vocera de las quejas. Piden que regresemos al patio dividido en dos. Dicen que antes, durante los recreos, los chicos se peleaban menos, que a las nenas les sacan los elásticos y las sogas, que los varones son unos brutos, etc., etc.
Las escuché a todas. También había mamás de varones.
Les expliqué los motivos por los que borramos la línea divisoria desde el día en que asumí. Te imaginás mis argumentos… me agoto repitiéndolos.
Lo que no les dije, es que a raíz de esa decisión inconsulta y apurada, me gané el odio de Celeste hasta el día de hoy: “Sí, señora, usted manda, señora…”en fin, ese es otro problema difícil de modificar, pero inaudito, che, las madres aceptaron, algunas hasta me agradecieron.
Jesusa nos sirvió mate cocido.
Te dejo, algo se quema. Sigo con la cena a todo vapor, mejor dicho, a todo horno. Chau, mañana no te esperaré porque si no, me quedo otra vez en los dos turnos.
Cariños. Ami.
Así debe ser.
La escuela, para aprender a convivir y respetarse.
Son cosas que se hacen por convicción, nada extraordinarias,
sencillamente, se hacen, sin esperar premios.
Queridísimos padres:
¡¡Estupenda noticia!! Por fin en Morón. Ni se imaginan lo felices que estamos, las nenas se pusieron a bailar de alegría. Sé por qué lo decidieron. ¡Gracias! me siento muy apoyada.
A pesar de las dificultades, sepan que llevamos una vida hermosa, aunque la situación actual se complica día a día. Por otra parte, desde que asumí el cargo de directora, la diversidad de tareas a veces nos supera. Lograr que los chicos aprendan requiere mil tares inherentes: conseguir libros de estudio y de cuentos, guardapolvos, zapatillas, útiles, lograr que la cooperadora ayude a organizar encuentros de familias, funciones de cine, de teatro, mateadas, actos don-de participen todos; además de lo rutinario: que no falte la merienda, que funcione el micrófono, que cambien vidrios y lamparitas, conseguir cortinas, estufas, ventiladores, el papelerío administrativo y tanto más…
Estoy aprendiendo a delegar, a no estar en todo y confiar más en mi compañera de equipo y en el personal a mi cargo. Queridos, estamos a pocas cuadras, qué felicidad; es una fiesta para nosotros. Los adoro. Ami.
***
¡Hola, Ami! Ahora me doy cuenta, es una bicicleta nueva; pensé que a la negra la habías pintado de verde, ¡pobre!, entiendo tu enojo…
Volviendo al tema del patio dividido; ya Elsa me había dicho que les enseñó a los hombrecitos de su grado a jugar al elástico, a la rayuela y hasta a saltar a la cuerda. Están muy entusiasmados; lógico, son chiquitos, pero hay una situación con los de sexto y séptimo: se burlan, a pesar de que los vi escribiendo en el mural del patio junto a las chicas, ¿leíste lo que ponen?, se escriben y contestan, dibujan grafitis, corazoncitos. Ni una palabrota, ni un insulto como los que borró Jesusa de las puertas de los baños. Hablando del tema: qué buena idea la de Luisa: con sus alumnos las pintaron de blanco, ¿las viste?
Las nenas pusieron plantas y están encantadas con los espejos. Juan colgó uno en el de los varones. Sí, Juan, el papá que tanto se opuso. Como si los hombres no se miraran al espejo… Izaron la bandera el “grupo de pintores de puertas”.
Te aviso, Luisa se quedará mañana con ellos después de hora para dibujar más rayuelas y pistas de autitos, con el esmalte que nos donaron; es el que se usa para pintar el asfalto. Aprovechó para enseñarles proporciones, además, un juego que no conozco de círculos concéntricos. Me mostraron los bocetos, emplearon reglas, compases, transportadores… qué mejor.
Chau. Vera
***
Buen día, Vera. Ni bien entré, las nenas casi me arrastraron para que jugara un partido a la rayuela; me ganaron… esta Luisa es una genia, me agrada verla a ella jugar con jean y zapatillas.
Fijate por favor, si trajeron las autorizaciones para que
darse después de hora; evitemos problemas. Acaban de invitarme a presenciar una clase en sexto grado. Hasta mañana. Ami
***
Apaga el horno, el olorcito le dice que está todo listo. Guarda los cuadernos, coloca el mantel más lindo en la mesa y se dedica a peinar a sus hijas. Les pone moños nuevos en las colitas. Elige la música y juega con ellas mientras esperan al papá.
A las 11 cenan las tres solas.
Pensamientos ambivalentes la dominan: enojo, al suponer que él priorizó la causa antes que su cumpleaños, y una angustia sorda que la estremece. Se pregunta, ¿hoy llamarán a mi puerta?
Se conocen de toda la vida; el amor y los desvelos de los dos habían creado una prodigiosa complicidad que nadie percibía, era como una burbuja habitada solo por ellos.
Con los años fueron creando una melodía propia enriquecida por los aportes de cada uno.
***
—Ma, ¿puedo ir con este vestido a la escuela mañana?
Acepta.
Evita las acostumbradas discusiones cuando la pequeña elige ropa de pleno invierno con 30° de temperatura, o un solerito en días de 0°.
— Ma, ¿me contás Los músicos de Bremen?
— ¿Otra vez?
Se sienta a su lado y comienza.
La mayor aparta Mujercitas sobre la sábana para escuchar el cuento tantas veces repetido.
—Ma, ¿por qué te gusta ser maestra?
—A los seis años sentaba a todas mis muñecas y muñecos en almohadones y repetía las clases de mi maestra de primer grado, una jovencita de cabello largo y ojos claros que nos trataba con dulzura; siempre quise ser maestra.
Las abraza