Entretelones de una épica pedagógica. Lury Iglesias

Entretelones de una épica pedagógica - Lury Iglesias


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superior. Hoy me voy volando porque tengo a seis personas en casa. Venite a la nochecita, que te atiendo con mucho gusto.

      — No puedo, voy a ver a Brian, tengo que llevarle la ropa limpia, ¡pobre…! Si podés, paso mañana…

      — Pobre vos.

      — No digas así, él no tiene la culpa. Ya le dije al Juez que mi hijo no fue.

      — ¿Y el padre?

      — Desapareció; ni vino a la comunión, mirá si va a apor­tar ahora…

      — Cuando quieras, charlamos del asunto ¿Te dejo unas

      hojas? —Bueno, voy a tratar de copiarlas.

      ***

      ¡Buenos días, Ami! Estoy acomodando las fichas de los alumnos… me vas a tener que disculpar, no logro ordenar­las como vos pretendés, soy muy despiolada…

      Nunca te conté que cuando elegí esta escuela tuve un poco de miedo porque me habían dicho que eras muy exi­gente, casi insoportable (disculpá la franqueza).

      Ahora me alegro de haberme animado, pienso que a vos, a la secretaria y a mí nos apasiona la docencia; yo me sen­tí feliz desde las primeras suplencias, más aun, desde las prácticas de magisterio. Para mí, nuestro equipo directivo anda fenómeno…

      Fue una tarde tranquila, todo marchó como un relojito. Suerte mañana. Vera.

      ***

      … Me alegran tus palabras, Vera. El cargo directivo es un gran desafío. Siempre dudé si sería capaz y tendría el talen­to de aquellos maestros que tanto admiro.

      Yo también, desde chica, me sentía dichosa enseñando, y nunca me arrepentí. Reconozco que soy bastante maniática del orden, no sé trabajar de otra forma, aunque intento ser menos rígida…

      Los caóticos son mis sueños. Cuando les abro la puerta desfilan sin ton ni son mezclando hechos, tareas incumpli­das, vivencias… ¿será un defecto profesional…?

      ***

      —Leé, Yamila, acá la siguen con la pobre Jesusa.

      — Veo que no sabían qué hacer con ella…

      ***

      Buen día, Ami… hay una situación: hoy pesqué a Jesusa hablando con la escoba; le decía: me tienen harta con tanto palabrerío. Que debo cambiar mis modos, que ser más ca­riñosa, que respetar. Bah, a mí no me reforma nadie. Qué tantas vueltas. Ni zapatos me puedo comprar. Siempre en alpargatas…y cuando me operaron de la pendiz solo fal­té dos días.

      ¿Hasta dónde pensarán llegar?

      Más tacto, por favor.

      Me dio pena, ¿sabés Ami? nunca se olvida de llenar las botellas con la leche sobrante para los Sánchez, los Gómez, los Agüero y siempre trae bolsas del mercado donde guar­da los pancitos que quedan de la merienda, y se los da sin que los demás chicos la vean. Hoy, plumero en mano, me preguntó a voz en cuello si quería un té. Eso sí, me comu­nicó casi contenta: ¿vio?, se taparon los baños de varones. De seguro que los de séptimo tiraron vasitos de plástico otra vez, sabe cómo les enseñaría yo a éstos…

       No sé… a veces me parece que está mejorando un poco, la veo más comprometida con la vida escolar. ¡Oh!, es tardísimo, vuelo. Cariños. Vera.

      Ami prefería el turno mañana. En los días de sol, el patio

      cobraba un color brillante y los guardapolvos blancos de ni­ños y maestros irradiaban fosforescencias. Cuando hacía frío, las narices y pómulos amoratados res­plandecían al son invernal y el Alta en el cielo de “Aurora” vi­braba en cada voz elevando centenares de volutas de vapor hacia las nubes, mientras la bandera se abría paso hacia el cielo. Ella cantaba con emoción, sabía que era un coro de­safinado pero no importaba.

      El turno tarde era diferente.

      Entraban a las aulas en plena algarabía, se imponía el or-den a partir de las voces de las maestras; los buenos días, niños, no tenían ninguna magia; ni un pájaro se animaba a surcar el pedacito de cielo encerrado entre las cuatro pare­des del patio. No obstante, a la salida, al arriar la bandera y despedir el turno, un sentimiento de nostalgia se apodera­ba de ella al escuchar cientos de voces con él “hasta maña­na, seño”. Los veía irse cargados con sus mochilas, dibujos, maquetas, asomándose curiosos de puntillas, para ver si los habían venido a buscar.

      Sí.

      La satisfacción del deber cumplido.

      ***

      Ami, ¿me querés matar? Hoy abrí el escritorio con la fuer­za de siempre y me caí sentada en el piso, ¿cómo se te ocu­rrió encerar los cajones? ¡Vos y tu manía de la cera suiza! La próxima, le voy a cortar una pata a nuestra silla. Jesusa, en lugar de ayudarme, no paraba de reír.

      Ahora en serio. Hay una situación. La música funcio­nal anda perfecta, ya varios grados la utilizan pero Elisa y Noemí no; dicen que distrae. Nada les viene bien. Con lo que costó que nos donaran el servicio. La verdad, hay una banda clásica divina. Yo también la puse en dirección.

      Otra situación: un grupo de sexto y séptimo vino a pedir si pueden traer discos con su música. Les dije que sí, solo durante los recreos. Ya veo que tendremos baile. Mañana te contaré.

      Te dejo, cité a reunión del Club de Madres y están llegando. Chau. Vera.

      Busquen conexiones entre música, literatura, plástica, danza…

      Sin educación, no hay arte…

      ***

      … ¡Ay, pobre Vera! te pido mil disculpas por lo del otro día con el escritorio. No me di cuenta de avisarte que ence­ré los cajones; me pareció una buena idea; desde la última inundación hay que ser Hércules para abrirlos.

      ¿Qué tal la reunión del Club de madres?

      Los recreos estuvieron de lo más alegres, los chiquitos bailaban. Es difícil convencer a todos. Se me ocurrió escri­bir algo para el Registro de Sugerencias. Te dejo un borra­dor. Por favor, agregá, sacá o corregí… creo que me salió medio plomo; vos dirás.

      Al equipo docente: Todos tenemos música en el alma, todos, sin excepción poseemos condiciones musicales.

      Hemos logrado que nos instalen música funcional en las aulas. Invitamos a utilizarla. La banda clásica es ex­celente, prueben.

      Quién puede resistirse a la música… no hay nada más inmaterial ni efímero. Su idioma no necesita mediaciones, expresa lo que no puede decirse con palabras. La música, acompañando las actividades escolares los situará en otra dimensión. Así, chicos y maestros comenzaremos la jorna­da con otro estado emocional.

      Lo que escuchen quedará encapsulado en el universo de sus vidas. El deslumbramiento que despierta La flau­ta mágica, por ejemplo o la Pastoral de Beethoven que los chicos perciben como un cuento; Bach, Saint-Saens, con su Carnaval de los animales, Prokofief, en el encanto de Pedro y el lobo; el universo fantástico de Peer Gynt de Grieg, el Mar de Debussy, el Bolero de Ravel… La música de Saxo Piccolo y Cía. de André Popp para acercar a los pequeños a través de las aventuras de las distintas familias de instru­mentos de la orquesta... y por qué no presentarles la ato­nalidad de un Schoenberg o Cage…

      La música se intuye, impone sus leyes, agudiza la per­cepción, potencia nuestras capacidades, nos transporta a otro mundo sensible y estimula los mejores sentimientos…

      Algo así, ¿cómo lo ves? Espero tu opinión. Me voy; unos chicos de séptimo me alcanzan la bici; qué divinos.

      Un beso. Ami.

      ***

      En su casa reinaba la música. Sus hijas la ayudaban a lim­piar (desde chiquitas tenían un cronograma pegado en su cuarto, con pequeñas tareas que debían cumplir en forma rotativa) estudiaban y jugaban cantando


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