Gabriela de Laperrière de Coni. Graciela Tejero Coni

Gabriela de Laperrière de Coni - Graciela Tejero Coni


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a les pétroleuses, incendiarias, que prendieron fuego a edificios públicos durante la Semaine Sanglante (Semana sangrienta) frente a la derrota de la Comuna. Con profundo odio de clase y anti­feminismo patriarcal se sometió a 1.051 mujeres a consejos de guerra, realizados entre agosto de 1871 y enero de 1873: a ocho se las senten­ció a muerte, a nueve a trabajos forzados y a 36 a su deportación a co­lonias penitenciarias.

      París estuvo bajo la ley marcial durante los siguientes cinco años y Gabriela, por entonces, ya una joven sensible sufrió en su ánimo las consecuencias. Unas 7000 personas fueron desterradas a Nueva Caledonia. Para algunos centenares de presos, entre ellos mujeres, recién hubo una amnistía en 1889 cuando Gabriela, maestra normal y periodista influida por las experiencias francesas, casada y madre ya llevaba algunos años en Buenos Aires.

      Socialismo y feminismo: sus dos grandes referencias

      La Comuna fue derrotada, y cada clase hizo su balance sacando enseñanzas de lo vivido. Y como no podía ser de otro modo, las ideo­logías de clase, también dividieron a las mujeres entre quienes des­de un enfoque feminista burgués concibieron la emancipación de las mujeres solo como la desaparición de la desigualdad ante la ley (su­fragismo, derechos civiles, etc.) y quienes desde el feminismo prole­tario guiaron sus luchas para ir mucho más lejos: la liberación de las mujeres de toda explotación y opresión.

      Esta última opción es la que tomó Gabriela conmovida por los ecos de los sucesos de París y el acceso a la lectura de las que fueron sus grandes referencias: Flora Tristán (1803 -1844) y George Sand (1804­1876). Ellas dejaron su impronta en la vida más íntima de Gabriela como en su compromiso social y político.

      Gabriela aprendió de Flora Tristán que la situación de las mujeres se deriva de la aceptación del falso principio que afirma la inferioridad de la naturaleza de la mujer respecto a la del varón. Este discurso ideoló­gico hecho desde la ley, la ciencia y la iglesia marginó a las mujeres de la educación y las destinó a ser oprimidas por los varones. Flora Tristán imprimió a su feminismo un giro de clase social, que en el futuro daría lugar al feminismo marxista, antecedente de nuestro “feminismo cla­sista” perfilado por Gabriela de Laperrière, pues analizó que negar la educación a las mujeres está en relación con su explotación económi­ca: las niñas no son enviadas a la escuela “porque se les saca mejor partido en las tareas de la casa, ya sea para acunar a los niños, hacer recados, cuidar la comida, etc...”, y luego “A los doce años se la coloca de aprendi­za: allí continúa siendo explotada por la patrona y a menudo también maltratada como cuando estaba en casa de sus padres.”

      Como buena “socialista utópica”, confiaba enormemente en el po­der de la educación, y como feminista reclamaba la educación de las mujeres; además, sostenía que de la educación racional de las mu­jeres dependía la emancipación de los varones.

      Flora y Gabriela se asociaron en su vida personal, sin saberlo, por hilos comunes: sus pasos por Burdeos, su vínculo con la América del Sur, su malogrado primer matrimonio y su fallecimiento prematuro en el inicio de su cuarta década.

      “En la biblioteca de la casa, o más bien en el de la abuela, (…) el número de mujeres capaces de apreciar las obras de elección debe ser restringido, Teresa tomó un libro (…) desde luego fuera de lugar junto a las obras de Chateaubriand, Lamartine, Musset y las novelas del joven George Sand”

      (Los Esponsales -1892), y las diferencias de edad, por la violencia en­tre los sexos, por el ahondamiento en las relaciones incestuosas y por la exposición de los intercambios de roles y de expectativas de género.

      Al comienzo, Sand fue un pilar en la conformación de la narrati­va romántica, pero la evolución de sus obras también la llevaría a ser un punto de referencia de la novela realista de mediados del siglo XIX.

      “Dado que antes de contar una historia, hay siempre que descri­bir, y que es no solamente la moda -una moda empujada frecuen­temente hasta una minuciosidad exagerada- pero que es todavía una manera de hacer de la pintura y de la literatura a la vez, yo pre­sentaré a mis amigos de la “Revista”, la siguiente pequeña imagen”

      El viraje hacia el realismo también fue experimentado por la na­rrativa de Gabriela, despojándose del romanticismo de sus primeros tiempos en los que escribe los Cuentos, hacia el sesgo realista de sus novelas, en particular su autobiográfica Vers l’oeuvre douce de 1903.

      George Sand escribe su hermosa selección Cuentos d’une grand’mère de 1873 (Cuentos de una abuela), que recoge los relatos que primero con­taba a sus nietos antes de dormir y que más tarde recordaba y escribía.

      “En el comedor bien caldeado, a la sombra de la lámpara re­cubierta con una pantalla de muselina rosa y encaje blanco, que arroja alrededor de ella sus suaves reflejos, una abuela conversa con sus niños.”

      El atuendo masculino que vestía, hizo famosa a Sand, le permitió cir­cular libremente por París, y obtuvo de esta forma, un acceso a lugares que de otra manera hubieran estado vedados para una mujer de su con­dición social. Esta era una práctica excepcional para el siglo XIX, donde los códigos sociales, especialmente de las clases altas, eran de una gran importancia y transgredirlos le trajo consecuencias de marginación. En su vida sentimental hubo de todo: desde un matrimonio en prin­cipio monógamo y frustrante, hasta el desenfreno amoroso con un jo­ven escritor de 19 años, pasando por muchos otros amantes y alguna experiencia lésbica. La escritora tuvo que sacar del colegio a su hijo adolescente Maurice porque todos sus compañeros le decían que su madre era una “putaine”. También su libertad de espíritu, sin atadu­ras e hipocresías sociales, debieron atrapar la empatía de la muy jo­ven Gabriela, que tenía 13 años al momento de morir George Sand.

      La escritora y Gabriela, también se asociaron en su vida, sin sa­berlo, en un punto: el “silenciamiento”, pues a pesar de ser una escri­tora largamente respetada en su tiempo, con libros vendidísimos en Francia y en Europa y aplaudidos por la crítica, a pesar de ser la es­critora francesa más importante del siglo XIX, luego de su muerte en 1874, por prejuicio de


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