Agonía y esperanza. Fernando García Pañeda
el más árido sinsabor. Anna ya había previsto la indiferencia e incluso el sutil desprecio que su padre y su hermana Lesa mostrarían hacia Frédéric.
—Ah, un... ¿bibliotecario has dicho? —dijo su padre con tonillo después de las presentaciones— Curioso. ¿Y sus padres? Son cocineros o...
—Son empresarios. Dirigen una empresa muy importante de catering.
—Sí, claro, claro. Empresarios, dicen. En fin, espero que recuerdes bien tu apellido y tu posición. Eres una Wellesley. Nuestras empresas figuran entre las más importantes de todo el mundo. Pero, además, estamos entre los pares del reino, tenemos un asiento entre los Lores.
—Y, para colmo, papista —terció Lesa—. ¿Seguro que no te ha intentado convertir todavía?
—No. Como tampoco lo intentó mamá, ni la signora Falier —replicó Anna, avergonzada por la arrogancia y la falta de respeto de padre y hermana.
Las amistades paternas tampoco acogerían —como así fue— con agrado al middle class con supuestas pretensiones literarias, porque en modo alguno encajaba con la ligereza de palabras y obras que adornaban la vacuidad de sus días. Pero hasta ahí nada se salía del cauce.
El guion empezó a quebrantarse con la primera visita que hicieron a Paola Falier. Anna pensaba que a la persona a quien más estimaba en su mundo, a quien consideraba su segunda madre, le caería bien Frédéric con su cultura, su saber estar y sus modales de caballero. Sin embargo, y a pesar de reconocer su valía, juzgó que no era la persona más conveniente para mantener el estatus de Anna. Las pretensiones de vivir de la escritura que él confesó sin tapujos, y que a su prohijada no dejaban de entusiasmar, le parecían propias de alguien que tenía la cabeza a pájaros; y con tal horizonte por delante, esa relación acabaría mal con el tiempo.
—Al final acabaréis viviendo de la asignación que pase tu padre. Eso no te gustará, y a él tampoco. Le veo con actitud demasiado independiente, y tener que vivir a expensas de tu familia le amargará el carácter. No estará pendiente de ti. Acabaréis mal. No, no puedo darte mi aprobación. Es más, creo que tendrías que terminar con esta relación lo antes posible, antes de que sea más doloroso para todos.
Anna conocía más y mejor el carácter de Frédéric. Creía que su talento y su tenacidad le llevarían adonde él quisiera llegar. Tardaría más o tardaría menos, pero alcanzaría la meta que se propusiera. Así se lo quiso hacer saber a su querida Paola, pero ésta rebatía cada argumento acudiendo a la forma de vida que estaba acostumbrada a llevar, y llegando a quebrar la fe que había mantenido hasta entonces al pensar en un futuro al lado de Frédéric.
—Eres demasiado joven para comprometerte, para atarte a una sola persona —razonaba Paola—. Demasiado entusiasta como para aficionarte a alguien demasiado entusiasta. Comprendo que hayas quedado deslumbrada por ese chico, que tiene un ingenio parecido al tuyo, atrevido, muy seguro de sí mismo... quizá demasiado. Pero no debe confundirse el deslumbramiento con el amor. ¿Qué ocurrirá cuando su presencia se convierta en habitual y pierda la emoción de estos primeros meses, o del primer año?
Las acerbas reconvenciones de su familia y los argumentos de su consejera socavaron la voluntad de Anna, aunque no en el sentido que todos pretendían. Se hizo fuerte en su interior la sensación de que Frédéric y ella no eran compatibles, pero no por los supuestos deméritos de él, no porque fuera el hombre inadecuado para ella, sino porque empezó a verse a sí misma como la niñata consentida de una familia sin más mérito que una masa de dinero acumulada por su abuelo; una malcriada que en su vida sólo había tenido por delante terreno llano y mullido. Paola tenía razón. ¿Qué ocurriría cuando surgieran problemas serios? ¿Cómo reaccionaría a la hora de enfrentarse a las dificultades que siempre surgen durante una vida en común? ¿Sería un estorbo, una carga que acarrear más que una ayuda? En los primeros días de aquel aciago octubre Anna quedó persuadida: no merecía a Frédéric.
Se escapó de sí misma para dedicarse, inexorable y dolida, a restarle atención, tiempo y cariño. Durante varios días parecía una mujer muy distinta a la que había sido. Llegó incluso a dejarle plantado en una cena profusa de amistades ligeras y figurines engolados a la que ni siquiera se le hubiera ocurrido asistir de no ser por su áspera decisión; fue de una crueldad lacerante para consigo misma. Pero él oponía una paciencia muy difícil de soportar, una paciencia que se diría ilimitada y que ella tenía que haber intuido como parte de sí misma, como parte del amor, como algo que ella misma habría opuesto de haberse invertido sus roles.
No era consciente Anna de que hay cualidades y virtudes que tienen doble filo, según se utilicen. Su carácter firme y resuelto y su entereza se volvieron en su contra en aquellos días, y quizá para el resto de su vida. Le pasaron la factura de romper la paciencia y el temple de Frédéric de una sola vez, de forma inequívoca, pretendiendo no prolongar una agonía venenosa.
Y así se lo hizo una tarde de aire frío y sol otoñado, mientras paseaban por la Zattere ai Saloni, una fondamenta3 donde habían compartido momentos inolvidables en las semanas precedentes. Las palabras de Anna, secas y sin concesiones, abatieron a Frédéric. No en un principio porque, sumido en el desconcierto, no pudo reaccionar. Tampoco en los días posteriores, mientras intentaba disuadirla de que rompiera su relación. Recurrió a todos los argumentos que le daba su inteligencia, apeló a todo lo posible y lo imposible, a la cordura y a lo insensato. En vano. Ella opuso tantas lágrimas como entereza en su decisión.
Fue entonces cuando todos los desplantes y los desdenes que venía soportando hundieron el ánimo de Frédéric. Los había querido ignorar por deferencia para con Anna, pero se vio obligado a reconocer que ella se había plegado al menosprecio mostrado por su entorno, lo cual le produjo un sentimiento de irritada humillación. Y llevado de esa irritación, en la madrugada de un lunes lluvioso, mientras sonaban las sirenas en la iglesia de Santi Apostoli avisando la llegada de la acqua alta, abandonó Venecia sin despedirse de nadie.
Su apartamento de Holly Walk fue el principal testigo del abatimiento que Frédéric destiló durante mucho tiempo. No quiso hablar con nadie de lo sucedido; ni con sus padres, ni hermanos, ni amigos. Había vivido la alteza de Anna, la alegría de sus ojos sinceros, el roce terso de sus labios, la pureza infantil de su risa, el ingenio de sus palabras, susurradas o a gritos, la cercanía de su corazón. Y había sido expulsado incontinenti de aquel paraíso, sin causa ni argumento. Supuso una prueba muy dura en el camino de su madurez que, si bien la superó, le produjo una fuerte mengua de su brío y jovialidad, le dejó impresa una huella perdurable. Él mismo reconoció ese golpe como una prueba de madurez, aunque pensaba que no la había terminado de superar.
Ninguna otra inclinación cariñosa, que hubiese sido una cura eficaz y suficiente a su edad, fue posible, tanto porque el listón de exigencia había quedado demasiado alto, como por la actitud huraña que, consciente o inconscientemente, adoptó para con una gran parte de sus congéneres —especialmente si eran del otro sexo y se comportaban con más amabilidad de la exigida por la simple buena educación.
Con el tiempo pudo ahogar los efectos de su descalabro emocional gracias a la escritura y a la buena suerte que le acompañaría en sus afanes literarios.
2. Piso noble. Piso principal, que posee las mejores vistas y están más protegidos de la humedad.Se distinguen por sus grandes ventanales, balcones y galerías abiertas sobre los canales. En algunos palacios se duplica este piso, aunque uno de ellos sea el principal.
3.Especie de calle que se despliega a lo largo de un canal o río, más elevada que éste.
III
—Nunca he entendido esa manía que tenéis de madrugar tanto —dijo Frédéric por todo saludo al entrar en el comedor de diario.
Los Gauli, sentados juntos, mirando hacia el ventanal, se giran y sonríen.
—Nos gusta reducir al máximo ese tercio de vida que se pierde estando tumbados e inconscientes —contesta