Amarillo. Blanca Alexander

Amarillo - Blanca Alexander


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a Dracaena. Eres muy valioso, hijo, tu lugar es en la ciudad militar, servir a tu país.

      —En apariencia, mi lugar es aquel que tú consideres, por eso siempre has rechazado cualquier intento por demostrarte que el camino militar no es el que quiero…

      —La vida no se trata de lo que queremos hacer, sino de lo que debemos hacer. Y tú debes servir a tu nación.

      —¿Por qué no puedo tener más opciones?

      —Las tienes y puedes tomarlas, pero eres mi hijo. Te conozco y sé que hay una cualidad extraordinaria en ti. Es posible que decidas hacerla a un lado; sin embargo, tarde o temprano te darás cuenta de que es absurdo seguir ignorándola. La honrarás, sé que la honrarás.

      ***

      Sebastián permanecía en su habitación, donde sacudía el pergamino y hablaba en voz alta.

      —¿Hola? Hola… hola… ¡Hola!

      No obtuvo respuesta de la misteriosa hoja.

      —Está bien. Si no quiere responder, devolveré este papel al sitio donde lo encontré y olvidaré esto.

      De pronto, las palabras se dibujaron sobre la superficie:

      Cuando decidas ir al Palacio del Reloj, te guiaré para que encuentres respuesta a todas tus preguntas.

      —¡Ya la tomé! Iré esta noche.

      Entonces esta noche empezará el cambio que tu mundo necesita.

      —¿Quién es usted? ¿Por qué solo yo veo lo que escribe?

      Paciencia, falta muy poco para que entiendas por qué eres tan diferente a otras personas.

      Esas últimas palabras lo sorprendieron, parecía que, fuera lo que fuera aquello con que se comunicaba, conocía su inquietud más profunda: “¿Por qué soy tan diferente a los demás?”. Eso le hizo sentir temor, así que guardó el pergamino en la mochila, tomó un lápiz y arrancó un pedazo de papel de uno de sus cuadernos. Con decisión, comenzó a escribir la nota que dejaría esa noche debajo de su almohada.

      De pronto, Marcus entró sin tocar. Sebastián apenas tuvo tiempo de ocultar velozmente la nota en el cuaderno.

      —¿Por qué no te anuncias? ¡Marcus!

      —¡Lo siento! —Lo miró con curiosidad—. ¿Qué escribías?

      —Nada… ¿Qué haces aquí?

      —Quiero saber cómo sigues.

      —Estoy bien… ¿Se te ofrece algo más? —Lo observó con impaciencia.

      —Sí, también quiero decirte algo…

      Sebastián no se preocupó por ocultar su desgana.

      —Tienes mi atención.

      —Sé que muchas veces he dicho que es una locura lo que piensas sobre el gobierno… te he dejado solo en ese aspecto… Vine a decirte que ya no será así, quiero apoyarte y ayudarte en lo que sea que hagas para descubrir la verdad…

      Sebastián lo miró con suspicacia.

      —¿Tratas de hacerme creer que piensas como yo para ganar mi confianza y obtener información de lo que hago para decirle a padre?

      —¡No, no! Hablo muy en serio. —Era evidente su preocupación—. El mundo está de cabeza.

      —¿También piensas que el gobierno oculta algo muy importante? —Se irguió en la cama con entusiasmo—. ¿Por qué no me habías dicho antes?

      —No tengo mucho tiempo pensándolo… Te diré algo que tal vez no repita, pero de los dos, tú eres el más listo.

      —¿Y el más guapo?

      —En eso te equivocas. —Sonrió—. No soy solo el más guapo de los dos, también de Río Dulce, aunque soy modesto. Sé que me consideran el más guapo del país y, si no fuera por el príncipe Evan, lo sería de Nirvenia… Es lo que he escuchado.

      —Es cierto, te pareces mucho al príncipe. —Sebastián detalló el rostro de su hermano—. Pero aún no has alcanzado tu madurez, así que existe una alta posibilidad de que cuando llegues a la edad del príncipe, seas más guapo que él.

      —Sin duda lo seré.

      Rieron con complicidad. Sin embargo, el mayor de los hermanos Tyles no pudo evadir sus verdaderos sentimientos durante mucho tiempo.

      —Tengo miedo —musitó.

      —¿Temes que padre nos descubra?

      Marcus soltó una breve risa.

      —No de eso… Eres listo, pero un niño todavía. —De forma juguetona, alborotó el cabello de Sebastián—. Temo descubrir una verdad que no sepamos manejar, no sabemos a qué nos enfrentaremos. —Enseguida pensó que sonaba como su madre.

      —¿Dónde está el sentido de aventura del gran Marcus Tyles, el de carácter imponente y volátil? —Sebastián aprovechaba cualquier oportunidad para mofarse.

      —¡Oye, enano! Esto es serio, muy serio.

      —Lo sé, por eso actúo como un agente encubierto y utilizo un seudónimo. Soy Kit Harrison, como nuestro abuelo materno. Eres la primera persona a quien se lo digo, ni siquiera Dan lo sabe.

      —¿Por qué elegiste ese nombre? Nunca lo conociste, ni siquiera madre lo hizo, ya que murió cuando era muy pequeña.

      —Una vez, cuando le pregunté por él, dijo que mi abuela Leonor le comentaba que era un hombre discreto y sigiloso. Esas son cualidades que debe poseer un agente encubierto.

      —Pero no eres ninguna de las dos cosas.

      —¡Claro que lo soy!

      —Sebastián, gritaste en tu salón de clases que las actas originales del descubrimiento de la isla de las Rosas y la profecía del Abba (cuyo número no recuerdo en este momento) tenían un error. No conforme con eso, dijiste que padre ordenó que lo corrigieran luego de que tú le notificaras del error.

      Sebastián agachó la mirada.

      —Bueno, está bien, no lo soy todo el tiempo.

      En ese momento, Matilde entró a la habitación sin anunciarse.

      —Joven Marcus, el sastre acaba de traer el traje que usará esta noche, debe medírselo de inmediato para finiquitar los detalles.

      —Iré enseguida.

      Matilde retiró los restos del desayuno del hijo menor y abandonó la habitación en silencio. Antes de que se fuera, Marcus se fijó en el contenido de la bandeja, así que miró a su hermano con extrañeza.

      —¿Comiste solo avena?

      —Sí, es una de las pocas cosas que tolero ahora. Al parecer mi estómago me juega una broma. También tengo mucha fatiga, como si me desconectara de repente. Desde aquel desmayo permanezco un par de horas despierto y cinco dormido. El doctor no dio un diagnóstico definitivo, pero aseguró que me repondré con los días.

      —¿Cuál doctor te examinó?

      —Ayer vino nuestro doctor, Eugenio Pascal, aunque ya no podrá atendernos, se mudará al reino. —Sebastián apoyó la cabeza sobre la almohada.

      —¿Te sientes bien?

      —Sí, es solo un pequeño mareo… Es importante que volvamos al tema anterior…

      —Más importante es que te recuperes por completo. Mañana continuaremos nuestra conversación.

      Sin previo aviso, Sebastián


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