Universo paralelo. Luiz Fernando Sella
hasta que comencé a ver aquellos mapas y curiosidades. Surgió entonces, en mí y en el grupo, un interés por buscar un conocimiento mayor.
–¿Vamos a comenzar a estudiar la Biblia? –nos propuso un amigo, cuya madre era cristiana.
Todos aceptaron. La madre de él, que vivía a más de quinientos kilómetros de distancia de donde nosotros estábamos, tuvo la iniciativa de enviarnos estudios bíblicos por correo. Comenzamos a hacer los estudios de manera muy informal, sin entender mucho el significado de las cosas. Sin embargo, el interés en saber más acerca de la Palabra de Dios crecía dentro de mi corazón.
*****
A medida que el tiempo pasaba, el gusto por las fiestas fue disminuyendo. Y el día de la graduación se aproximaba.
–Y entonces, Tim Tim, ¿ya sabes cuál es la especialización que vas a realizar?
Yo no tenía la más mínima idea de lo que haría. Ya había pasado haciendo residencias en todas las especialidades, y ninguna me llamaba la atención. No lograba imaginarme dentro de un hospital ni dentro de un consultorio. Todos mis compañeros ya estaban encaminados, convencidos de sus decisiones, pero yo no sabía qué especialización haría.
Me había decepcionado de la Medicina. Durante la carrrera, percibí que la profesión estaba muy corrompida por el capitalismo. Los médicos se mostraban más preocupados por prescribir drogas que por resolver los problemas de los pacientes. Estábamos como esclavizados por la industria farmacéutica: para cada medicamento lanzado en el mercado, se exigía un nuevo protocolo de prescripciones y de atención. Además de esto, muchas de las investigaciones que se desarrollaban estaban patrocinadas por esas industrias farmacéuticas.
Leandro, el amigo que me había introducido en los estudios bíblicos, sabiendo de la crisis por la cual estaba pasando, me comentó acerca de una clínica de tratamientos naturales que quedaba a unos sesenta kilómetros de São Paulo.
–¿Quién sabe? Tal vez puedas identificarte con el trabajo de ellos.
Sin saber nada acerca de este tipo de tratamientos, acepté la invitación para conocer el lugar. La clínica estaba rodeada de mucho verde, y tenía un gran lago; sin embargo, parecía estar vacía. No había nadie para explicarnos acerca de los tratamientos. Aunque había una placa de madera con una inscripción tallada, que me llamó la atención: “Aire puro, luz solar, agua, reposo, temperancia, ejercicios físicos, alimentos saludables y confianza en Dios: he aquí los verdaderos remedios”. Encontré aquellas palabras muy interesantes; sin embargo, como no había nadie para darme alguna explicación, quedé desanimada.
Al regresar a la facultad continué con mis dudas, y la ansiedad iba en aumento. Hasta que, a una semana de la graduación, un amigo que sabía de mi situación y compartía las mismas angustias que yo se me acercó, diciendo:
–¡Tim, Tim, ya sé lo que vas a hacer tú! El ministro de Salud está lanzando un nuevo proyecto en São Paulo, y ellos necesitarán profesionales con tu perfil para poder implantar el programa. Es en el área de Salud Pública.
Mi amigo comenzó a describir el programa, y era realmente lo que más se acercaba a la idea de la medicina con la cual era mi ideal trabajar. Sentí alivio al saber que mi futuro, de alguna manera, se estaba encaminando. Era como si un nuevo aliento de vida hubiera entrado en mí.
Me quedé más tranquila. Con el diploma en la mano y todas las pruebas ya realizadas, resolví tomarme algunos días para descansar.
LA ISLA DE LA MAGIA
Por Daniela
“¡Florianópolis! ¡Qué lugar maravilloso!”, pensé, acostada en una hamaca paraguaya, mientras contemplaba el mar verde esmeralda y sentía una suave brisa que acariciaba mi rostro. “Algún día voy a vivir aquí”.
Ya había aprendido a disfrutar de esta isla cuando todavía era adolescente, mientras pasaba algunas vacaciones con la familia. El sol, el mar, las bellas playas y la vida mucho más tranquila me atraían hacia aquella pequeña porción de paraíso. Realmente, ¡aquella era la “Isla de la Magia”!
Después de descansar algunos días allí volví a São Paulo. Había llegado la hora de comenzar a trabajar e iniciar mi especialización.
Mi primer empleo fue en un centro de salud en Mauá, en el ABC Paulista. El municipio estaba iniciando el Programa de Salud de la Familia, una estrategia del Gobierno que había surgido para mejorar las condiciones de salud en el país. El programa invierte en la atención primaria de la salud, es decir, en la prevención y en la promoción. Para esto, se contratan equipos de salud con médicos, enfermeros y técnicos, a fin de que trabajen en conjunto con los agentes comunitarios, que son personas de ese mismo lugar. Para conocer mejor a la comunidad, estos agentes actúan como facilitadores, a fin de que los equipos puedan desempeñar sus actividades en concordancia con la realidad local.
Además de atender en el consultorio del centro de salud, yo realizaba visitas en las casas, dentro de las villas miseria. Inmediatamente, en el comienzo de mis actividades allí, comencé a enfrentarme con una realidad totalmente diferente de aquella que yo había experimentado en la universidad: los protocolos de atención no podían llevarse a cabo, por falta de presupuesto y organización; los medicamentos de última generación ni siquiera existían en la farmacias populares, y el pueblo hablaba un lenguaje bastante diferente del académico. Apenas llegaba al centro de salud, en el primer horario de la mañana había una fila inmensa de personas que aguardaban. Tenían sus rostros desfallecientes, cansados, anémicos. Realizaba una consulta cada diez o quince minutos. Con una historia clínica en la mano, llamaba a un paciente detrás de otro.
–¡James Dean [Djeimes Dim]! ¡James Dean Da Silva! –llamé un día.
Nadie respondió.
Después de atender a toda esa fila, me había sobrado la historia clínica del primero que había llamado. “¡Madre mía!”, pensé, “¡creo que no es hoy el día en que voy a conocer al famoso artista de Hollywood!”
Cuando ya estaba saliendo del consultorio, lista para ir a almorzar, oí a alguien que golpeaba a mi puerta.
–Doctora, usted se olvidó de llamar a mi hijo –me abordó una mujer mulata, con un pañuelo sucio en la cabeza, con los dientes amarillentos y la apariencia de la misma miseria estampada en el rostro.
Observando que la muchacha estaba con un bebé en los brazos, envuelto en una pañoleta ajada y sucia, inmediatamente me anticipé:
–¡Oh, sí! ¡Entonces este es James Dean! –afirmé–. Yo ya lo había llamado, y tú no respondiste...
–No, doctora, ¡es James Dean [Jãmes Deã]!
*****
Iniciando el tratamiento natural
–Señor Juan, su presión está en 17/10! Usted tiene que tomar los medicamentos todos los días, ¿me entendió? –le dije con autoridad.
–¡Ah, hija mía, ni siquiera sé cuál es el remedio de la presión! –me respondió, sacando de su bolsillo una bolsa plástica llena de comprimidos fuera de sus embalajes originales–. ¿Es el amarillito o el verdecito?
–Señor Juan, ¿qué medicamentos son estos? ¿Por qué usted mezcló todo así? –le pregunté, ya perdiendo la paciencia.
–Estos remedios son de la diabetes de mi “muié” (mulher, en portugués: mujer); este es de mi nietito, que está con gripe; y este, para tratar el dolor en las “cóistas” (costas, en portugués: espaldas).
Respiré hondo y conté hasta diez.
Conocer y convivir con la dura realidad del país no fue nada fácil. La distancia que separaba mi mundo del de estos pobres miserables, el universo académico de la realidad, ¡era del tamaño del infinito!