Universo paralelo. Luiz Fernando Sella

Universo paralelo - Luiz Fernando Sella


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decidí desahogarme con alguien.

      –Teresa –dije llamando a una enfermera de mi equipo–, creo que tenemos que hacer alguna cosa, no es posible continuar así...

      Teresa era una señora cristiana, muy experimentada como enfermera. Siempre que yo estaba insegura, allí estaba ella, con toda la seguridad que solamente la experiencia te puede dar.

      –Quédese tranquila, Dani, ¡Dios nos ayudará! –respondía ella, con una sonrisa en el rostro.

      En esa misma época, el secretario de Salud del municipio, percibiendo que se gastaba mucho dinero en medicamentos que se utilizaban de manera inapropiada, contrató a una monja con experiencia en tratamientos naturales, para dar entrenamiento a todos los equipos del centro de salud.

      –Coloquen la arcilla y el agua en un recipiente de vidrio; mézclenlo y aplíquenlo en la región donde la persona siente el dolor –nos explicaba la monja, muy segura de aquello que nos estaba enseñando.

      “¿Arcilla para tratar el dolor? No lo creo”, pensé. “Me van a revocar el diploma”.

      Nunca había visto algo parecido. Sin embargo, sabiendo que los tratamientos propuestos no tenían contraindicaciones ni efectos colaterales, y que la iniciativa venía de la propia Secretaría, resolví hacer la prueba en algunos pacientes.

      En los comienzos, se compraba la arcilla en pequeñas cantidades. La enfermera preparaba todo en una sala, y me llamaba para que aplicara los emplastos alrededor de las rodillas, en las manos y en las caderas de las personas que tenían artritis y artrosis. Dejábamos a los pacientes en una sala de reposo, acostados en las camillas, hasta que la arcilla aplicada comenzara a secarse. Después de haberla retirado, los pacientes nos relataban la mejoría de sus dolores.

      Comencé a mostrarme impresionada con los resultados positivos. ¡Tan simples y tan eficaces! Interesada por conocer un poco más acerca de ese método de tratamiento, intenté estudiar más acerca de cómo podría utilizar los recursos naturales de la mejor manera posible con el propósito de poder ayudar a mis pacientes. El propóleo para el dolor de garganta y el jugo de coles para el dolor de estómago ya eran tratamientos que mi familia utilizaba, con resultados positivos. En ese momento, decidí que también formarían parte de mis prescripciones.

      *****

      Subiendo y bajando los morros, huyendo de los tiroteos que se suscitaban cuando llegaba la droga, entrando en la casa de aquellas personas tan sufridas, comencé a reflexionar acerca del significado de la vida.

      “¿Por qué tengo de todo y estas personas no tienen nada?” “Si Dios existe, ¿dónde está su justicia?” Estas eran algunas preguntas para las cuales yo buscaba respuestas, mientras regresaba al confort de mi hogar.

      Al mismo tiempo que trabajaba, comencé mi especialización en el área de Salud Pública.

      Coincidentemente, dos amigas que habían vivido conmigo en la época de la facultad también se habían mudado a la capital. Una de ellas estaba deprimida por causa de una relación conturbada. Y, como ya habíamos iniciado los estudios bíblicos en la época de la facultad, Leandro nos sugirió:

      –Vamos a llevarla a la iglesia, y pedir la ayuda de algún pastor.

      No recuerdo el motivo, pero no fui con mis amigos.

      Ellos llegaron a una iglesia en Pinheiros, para un culto de miércoles a la noche, sin conocer a nadie. Al terminar la predicación, permanecieron en el banco, discutiendo si podrían continuar haciendo los estudios bíblicos con algún teólogo en São Paulo. El problema era que no conocían a nadie en aquella iglesia, y mucho menos a un teólogo. En el mismo instante, alguien tocó la espalda a uno de ellos:

      –Encantado de conocerlos. Mi nombre es Hércules. Soy estudiante de Teología y necesito dar estudios bíblicos. ¿A ustedes les gustaría estudiar la Biblia?

      –¡No lo puedo creer! –respondió mi amiga, muy entusiasmada–. ¡Vamos a comenzar ahora mismo!

      –Ahora no –dijo el muchacho, sonriente–. Aunque podemos combinar para un día de la semana.

      De esta manera, comenzamos nuestro primer estudio bíblico, en un departamento en Moema. Al comienzo, éramos un grupo de cuatro personas: tres médicas y un filósofo. Muy feliz y entusiasmada con el primer estudio dirigido, resolví llamar a otra amiga:

      –Érika, ¿te gustaría estudiar la Biblia con nosotros?

      –No creo mucho en eso –respondió ella–; sin embargo, te voy a acompañar.

      Hércules nos había hecho una propuesta: que el estudio se realizara una vez por semana y que tuviera unos cuarenta minutos de duración. Sin embargo, no podíamos dejarlo ir si antes no lográbamos que respondiera a todas nuestras inquietudes. Y esto le llevaba casi tres horas.

      –Chicos, el estudio está muy bien, pero me tengo que ir –nos decía el estudiante de Teología, intentando despedirse–. Tengo que tomar el tren subterráneo.

      –No te preocupes, nosotros te podemos llevar –le respondía Érika sin titubear.

      Después de algunos meses, advirtiendo que el grupo era muy cuestionador, Hércules decidió enviarnos con un pastor con mayor experiencia; era un señor que ya no tenía muchos cabellos. No era fácil dar estudios a un grupo como el nuestro. Además de tener muchas dudas, colocábamos, muchas veces, en jaque al pastor. Me acuerdo de la pelada del pastor, que se ponía coloradita; él sudaba. Sin embargo, siempre tenía las respuestas para todos nuestros cuestionamientos.

      Pasados algunos meses, el simpático pastor se tuvo que mudar de São Paulo, y nos envió a un abogado que daba estudios bíblicos en Brooklin, otro barrio de São Paulo.

      El vasto conocimiento bíblico e histórico del Dr. Ruy, quien lo transmitía de una manera tan clara que hasta los más humildes serían capaces de entender, fue lo que nos proporcionó una comprensión más profunda de la Biblia.

      Nuestras dudas eran cada vez más respondidas. Y el entendimiento sobre la vida y la misión de Jesús se nos ampliaba. El significado del pecado, el plan de la salvación, el regreso de Jesús... ¡Él nos exponía cada tema de una manera tan fascinante y explicativa! Era como si estuviéramos descubriendo un nuevo mundo, revelando secretos que nos llevarían hacia la eternidad. Quedábamos tan absortos en los estudios que no sentíamos que el tiempo pasaba.

      Después de que pasaron dos años, y comenzamos a poner en práctica las enseñanzas de la Biblia, empezamos a frecuentar la iglesia semanalmente, disminuimos las salidas a los bailes nocturnos e intentábamos mejorar nuestros hábitos en general. Solamente nos faltaba dar el último paso: entregar nuestra vida a Jesús, por medio del bautismo.

      *****

       Una propuesta indecente

      Pasados dos años de haberme recibido, haciendo dos especializaciones al mismo tiempo y trabajando en medio de una villa miseria, comencé a estar estresada. Todos los días, al transitar por la Avenida Paulista, miraba hacia los controladores de calidad de aire, y estos decían: “Pésimo”; “Malo”; “¿Cómo puedo vivir en un lugar donde hasta el aire está pésimo?”, pensaba yo. El tránsito era infernal, los asaltos, los motoqueros, el barullo... Todo me irritaba. Lo que yo más quería era salir de la metrópoli y disfrutar de una vida más tranquila.

      “Triiiiiiinnnnnnnn”, sonó el teléfono en mi casa.

      –Hola, Dani. Soy Carlos, de Floripa (Florianópolis). Estoy pensando en abrir un nuevo negocio en un barrio supergenial de la isla.

      –¡Qué fantástico! Y... ¿qué podría hacer yo para ayudarte? –le pregunté.

      –Dado que el comercio que alquilé tiene un restaurante inactivo, ¡pensé que tú podrías montar un restaurante aquí! ¿Por qué no vienes aquí, para conocer la zona?

      “¡No lo


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