Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos

Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000) - Rolando Álvarez Vallejos


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significativas en la historia del PC chileno. En 1987 se marginaron militantes que consideraban un error abandonar la lucha armada contra la dictadura, creando el llamado Frente Patriótico Manuel Rodríguez Autónomo89.

      En un trabajo anterior, dividimos el desarrollo de esta crisis en tres etapas. La primera se desarrolló alrededor del XV Congreso del PC, realizado en Chile en mayo de 1989. Esta instancia fue la primera vez, desde el golpe de Estado de 1973, que el conjunto de la militancia comunista hacía un balance de su línea política. La clandestinidad y el exilio habían provocado que la Dirección del PC cancelara un Congreso a realizarse en 1983. La magnitud de las diferencias al interior del cuerpo dirigente del partido hizo que se pospusiera el evento. Durante el XV Congreso, la discusión se concentró en torno a la justeza o no de la línea del PC contra la dictadura, conocida como Política de Rebelión Popular de Masas. Esta había introducido al acervo partidario el concepto de «todas las formas de lucha» contra la dictadura, lo que en la práctica significaba la implementación de acciones armadas y el desarrollo de una perspectiva insurreccional para derrocar a la dictadura. La formación de un brazo armado (llamado Frente Patriótico Manuel Rodríguez), un masivo ingreso de armas al país para ejecutar un movimiento insurreccional y el fracasado atentado contra el general Pinochet, fueron algunas de las expresiones más destacadas de la política de los comunistas durante el período. La dirección interior del PC, encabezada por la dirigente Gladys Marín, defendía a brazo partido su implementación. Por otra parte, una minoría del comité central y otros militantes de distintos niveles se alistaron para criticar el supuesto giro «ultraizquierdista» que habría implicado la perspectiva insurreccional de la política del PC. Planteaban que esta fórmula alejaba al partido de su tradicional opción por la lucha de masas y su flexibilidad táctica. Por último, los dirigentes más antiguos, parte de la Dirección del PC durante la Unidad Popular y que habían padecido el exilio durante la dictadura, también miraban con recelo las decisiones que la dirección interior había tomado. En especial, muchos habían planteado que no existían reales condiciones para implementar una insurrección en Chile. De esta manera, la convocatoria del XV Congreso criticó «el reformismo» de la Unidad Popular, las vacilaciones en la lucha contra la dictadura y consagró la legitimidad de la Política de Rebelión Popular. Gran parte de los dirigentes que se oponían a estas visiones, quedaron fuera del Comité Central90. Como se puede apreciar, en esta fase el núcleo del debate se relacionó fundamentalmente con cuestiones internas de la organización y su resultado fue que un sector significativo del partido quedó insatisfecho con las conclusiones del Congreso.

      De esta manera, la segunda fase de la crisis se desarrolló entre el fin del XV Congreso y la I Conferencia Nacional del PC, realizada a mediados de 1990. Durante este período, los conflictos se acentuaron por dos factores exógenos al PC: los magros resultados en la elección parlamentaria de diciembre de 1989, en las que los comunistas no obtuvieron ningún parlamentario, y la caída del Muro de Berlín y el consiguiente colapso del campo socialista. La principal característica de la crisis durante estos meses fue su expresión pública, algo ajeno a la siempre secretista cultura política comunista. Los principales aspectos del debate se relacionaron, por un lado, con la pertinencia o no de formar parte del nuevo gobierno y, por otro lado, si era conveniente o no que el PC siguiera existiendo sobre sus antiguas bases ideológicas y orgánicas. Durante esta fase, la disidencia se vio fortalecida por un sector de militantes a quienes se les conoció como los «renovadores». Integrado por intelectuales, habían sido parte importante en el diseño de la Política de Rebelión Popular y habían mantenido una férrea oposición al «reformismo» comunista durante el XV Congreso. Sin embargo, en esta coyuntura se volvieron críticos de la Dirección del PC, por considerar que esta no abría las puertas del debate democrático sobre los cambios ideológicos que el partido requería a la luz de la crisis del campo socialista. Además, terminaron coincidiendo con el sector derrotado en el XV Congreso, respecto a que era necesario integrarse a la Concertación de Partidos por la Democracia, coalición que sostenía al nuevo gobierno democrático. Esa segunda parte de la crisis se cerró con la mencionada Conferencia Nacional, realizada entre el 29 de mayo y el 2 de junio de 1990. Ella declaró el fin del debate sobre los cambios que requería la organización, reafirmando su continuidad sobre sus bases tradicionales, lo que fue tildado por sus críticos y la prensa como expresión de la «ortodoxia comunista». Además, la Conferencia llamó a terminar con lo que se denominó «un debate ensimismado». Durante la realización de esta importante reunión, renunciaron a su cargo de integrantes del Comité Central Augusto Samaniego y Manuel Fernando Contreras, los más destacados militantes de la corriente «renovadora». Era su señal de protesta contra las supuestas conductas antidemocráticas de la dirección del partido.

      La tercera y última fase de la crisis estalló cuando a principios de julio de 1990 Fanny Pollarolo renunció públicamente al Comité Central. Señaló que tenía diferencias políticas fundamentales con la dirección del PC, en especial por lo que consideraba los métodos antidemocráticos del funcionamiento y estructura del partido. Muy conocida dirigente pública del PC, Pollarolo se convirtió en la nueva líder de la disidencia. A partir de ese momento, se provocó una especie de efecto dominó de nuevas renuncias. En el caso de las Juventudes Comunistas, renunció el 40% de su Comité Central, incluido el subsecretario general, que también renunció a la militancia en la organización. Semanas más tarde, la dirección del PC decidió sancionar a cuatro dirigentes de la disidencia, Luis Guastavino, Antonio Leal, Leonardo Navarro y el dirigente sindical Alejandro Valenzuela. Solo para el primero se le aplicaba la «separación de las filas», Navarro era destituido del Comité Central, Leal marginado de la Comisión Nacional de Relaciones Internacionales y quedaba «en estudio» la solicitud de marginación del partido a Valenzuela, solicitada por la estructura regional de Valparaíso. Esta sanción favoreció que se masificara la solidaridad hacia los líderes de la disidencia, dando paso a numerosas muestras de apoyo y renuncias al partido de destacados militantes. En medio de una mediática discusión, el desangramiento del PC pareció cerrarse con la conformación a fines de 1990 de la llamada «Asamblea de la Renovación Comunista» (ARCO). Esta instancia aglutinó a los principales dirigentes de la disidencia y su creación formalizó la salida del PC del grueso de esta.

      Lo que caracterizó a esta crisis fue la gran de variedad de motivaciones y razones para convertirse en disidente de la dirección del PC. En la práctica, surgió un verdadero archipiélago de nombres, vinculados a diferentes experiencias y tradiciones de la militancia comunista. A diferencia de las herejías «trotskistas» y «reinosistas», que tuvieron una orientación unívoca, las pugnas internas del ciclo en torno al año 1990 no contaron con una sola cabeza, lo que produjo confusión en la comprensión de la crisis comunista. Es decir, tal como lo ha reiterado Bernard Pudal para el caso europeo, «contra la representación simplificada de los militantes del PCF… el mundo comunista es múltiple y reflexivo»91. Es decir, contra la habitual visión homogénea sobre la militancia comunista chilena, esta crisis permitió apreciar las distintas sensibilidades existentes al interior de una organización tradicionalmente considerada «monolítica». Para el caso francés, cuando en 1977 comenzó un masivo éxodo de militantes, Catherine Leclercq distinguió tres familias de desafectados del partido, que denominó desarraigados, desencantados y desplazados92. Cada una de estas «familias» de ex militantes, respondía a motivaciones distintas, desde no ser capaces de adaptarse a los cambios ideológicos de la institución, la modificación del habitus original que los llevó a ser comunistas, hasta diferencias político-ideológicas que los marginaron de los centros de decisión del partido. Estas tipologías nos parecen útiles para explicar la diáspora comunista chilena que explotó y se repartió por diversas organizaciones y partidos a partir de 1990.

      En el caso chileno, la familia de los «desarraigados» se concentró entre los integrantes del Comité Central y la Comisión Política hasta el golpe de Estado de 1973, pero que bajo la dictadura perdieron progresivamente influencia. Por lo general partidarios de la política de Rebelión Popular contra la dictadura, discreparon con el Equipo de Dirección Interior (EDI), encabezado por Gladys Marín, sobre las reales condiciones para que estallara una insurrección de masas en Chile. Como decíamos más arriba, fueron desplazados de la dirección del partido en el XV Congreso, pero, en tanto figuras históricas, no formaron parte de ninguna de las corrientes que se enfrentó


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