Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos
el XV Congreso de Contreras, del historiador Augusto Samaniego y el economista Leonardo Navarro, los dos últimos también pertenecientes a los «renovadores»108. Sin embargo, a fines de 1989 comenzaron a hacer públicas sus diferencias con la dirección del partido, gatillada por el análisis de los resultados electorales obtenidos por el PC. Según los «renovadores», a contrapelo del exitismo oficial, estos habían sido magros y revelaban la urgente necesidad de profundizar el proceso de renovación de la concepción de la política, el socialismo y el partido109. De esta manera, mientras que Guastavino fundamentó su disidencia sobre la base de lo que consideraba los errores de la Política de Rebelión Popular, los «renovadores» la catalogaban como el inicio de la necesaria renovación del partido. Es decir, la unidad al interior de la familia de los desplazados inicialmente no se originó por tesis políticas compartidas, sino que por el consenso coyuntural sobre la necesidad de abrir la discusión dentro de la organización. La exigencia de mayor democracia interna unió a dos sensibilidades de opinión opuestas dentro del PC. Además, hacia el clímax de la crisis (segundo semestre de 1990), los renovadores coincidieron con el grupo de Guastavino y Leal, respecto a que, dado el cuadro político, no quedaba otra alternativa que colaborar con el éxito del gobierno de Patricio Aylwin, sumándose a la Concertación de Partidos por la Democracia. Así, descartaban las posturas más críticas de la dirección del PC, que enfatizaban en el continuismo en democracia del legado de la dictadura y la timorata actitud del gobierno para enfrentar su desmontaje.
Para sopesar la influencia de los «renovadores» entre la militancia comunista, es necesario tener presente algunos elementos. Primero, que Contreras fue durante gran parte de la década de 1980 un cercano al círculo de influencias del EDI. Tanto por su elaboración política como por el tipo de responsabilidades que asumió, tuvo un papel significativo en el desarrollo de la Política de Rebelión Popular110. Así, su condición de miembro suplente del Comité Central desde 1985 (titular desde 1989) les dio una legitimidad oficial a sus planteamientos. Además, su labor como director del CISPO le dio la posibilidad de conectarse con el aparato partidario, que estaba deseoso de escuchar lo que se consideraba era la «elaboración oficial» del partido frente a la crisis del socialismo. De esta manera, por lo menos hasta mediados de 1989, sus textos y los del CISPO contaban con la anuencia de la dirección del partido y tuvieron amplia circulación al interior de este111. En segundo lugar, los «renovadores» contaban con un grupo de militantes de gran peso teórico y político, que permitían que los planteamientos de Contreras aparecieran como el del primus inter pares de una sensibilidad de opinión mucho más amplia. El historiador Augusto Samaniego, considerado el otro cabecilla de los «renovadores», también contaba con un capital político importante ante la militancia. Director del Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz y miembro del Comité Central luego del XV Congreso, publicó importantes textos en medios oficiales (bajo el logo ICAL y CISPO), que también les otorgó peso político específico a sus planteamientos. Otros intelectuales comunistas que desarrollaron líneas teóricas y políticas en función de la «renovación» del partido fueron Álvaro Palacios, Emilio Gautier, Orel Viciani y Raúl Oliva, entre otros112. De esta manera, por lo menos durante un período de tiempo (probablemente hasta fines de 1989), parte importante de los planteamientos de los «renovadores» fluyó libremente entre la militancia, considerada como la «opinión del partido».
De esta forma, luego de oficializadas el 10 de agosto de 1990 las sanciones a Luis Guastavino, Antonio Leal, Alejandro Valenzuela y Leonardo Navarro, se produjo la unificación de los «desplazados», expresada en cartas de solidaridad y actividades sociales y de discusión políticas conjuntas. A partir de agosto y hasta fines de diciembre, se sucedieron las renuncias al partido. De acuerdo a un informe interno del PC, fuera de Santiago, las zonas de mayor influencia de la disidencia eran Valparaíso (liderados por Sergio Vuskovic y Alejandro Valenzuela, junto a numerosos dirigentes sociales), Concepción (especialmente la estructura regional de la Jota) y Talca (cinco integrantes del Comité Regional). Además, el impacto en la estructura nacional de la Jota fue muy considerable, luego de la mencionada renuncia a la organización del 40% de su Comité Central y otras entre los militantes de la Jota de la Universidad Católica (16 militantes) y la Universidad de Santiago de Chile, entre otras situaciones113.
Con todo, la diáspora de la disidencia se caracterizó por su diversidad. Por un lado, los «desencantados» optaron tempranamente por entrar a militar a los partidos de izquierda de la Concertación. Así renunciaban expresamente tanto a crear un nuevo PC como a «refundar» la izquierda. Seguían el camino que varios ex comunistas habían iniciado durante el segundo lustro de 1980. Así, el 8 de agosto de 1990, los integrantes del Grupo Manifiesto, Antonio Ostornol, Alfredo Riquelme y Hugo Rivas, comunicaban su ingreso al Partido Socialista. Según el primero de ellos, los otros casi 50 integrantes de esta «corriente» le darían continuidad al grupo, aunque no se descartaban nuevos ingresos al PS114. A principios de 1991, el Grupo Manifiesto formalmente desapareció. Por otra parte, en diciembre de 1990, una veintena de ex militantes comunistas, encabezados por el ex dirigente público del PC Patricio Hales, comunicaban su ingreso al Partido Por la Democracia. Al igual que en el caso anterior, ninguno de ellos había sido dirigente nacional o tenía ascendencia sobre la militancia, salvo tal vez Hales115.
Por su parte, los «desplazados», encabezados por Guastavino, Leal, Pollarolo y Contreras, optaron por el camino de la «refundación» de la izquierda por medio de la creación de un instrumento político denominado Asamblea de Renovación de los Comunistas (ARCO). En su primera declaración pública, firmada por casi 70 adherentes, se planteaba que el objetivo del grupo era «iniciar un proceso de convergencias con los demás componentes de la izquierda… destinados a crear el diálogo, la acción común y la unidad de todos ellos para fortalecer el proceso democrático, para elaborar… una nueva idea de sociedad… Para ello ARCO mismo es una denominación superable»116. Es decir, esta entidad surgió como espacio político pasajero, para debatir cuál sería la mejor alternativa futura para el capital político que poseían los «desplazados».
La breve historia de ARCO tuvo sus complejidades. La primera fue que surgió cuando, formalmente, sus integrantes todavía pertenecían al Partido Comunista. Esto decantó recién en el mes de diciembre de 1990, cuando la mayoría de ellos renunció a la militancia en el partido. Una vez resuelta su salida de la colectividad de la hoz y el martillo, el debate dentro de ARCO lo sintetizó Antonio Leal, el más activo en cuanto a elaboración teórica y política durante la existencia de la organización. De acuerdo a su perspectiva, existían tres posibilidades para el ARCO: primero, formar un partido comunista democrático, alternativo al existente, opción que Leal descartaba de plano porque el comunismo «ha perdido toda atracción en el ámbito de la sociedad chilena». La segunda posibilidad era, decía Leal, ingresar de inmediato al PPD o al PS. El defecto de esta opción era que «anula nuestro rol renovador e impide que podamos construir, a partir de nuestra rica experiencia…. una identidad diversa... de alguna manera esta alternativa mantendría el bloqueo actual de la izquierda». Por último, la posición de Leal era la de colaborar con la «refundación» de la izquierda chilena, creando una nueva organización117.
Cada una de las alternativas que planteaba Leal tenía partidarios dentro del ARCO. En lo que existía consenso, eso sí, era que resultaba imprescindible hacerse parte de la coalición de partidos que apoyaba al gobierno. Por lo tanto, la cuestión a debatir era desde qué espacio político se debía ejecutar esta decisión. A poco andar, el sector de los «renovadores» se decantó por ingresar al Partido Socialista. Así, en el mes de abril de 1991, justo antes de la realización de la Asamblea Nacional del ARCO, que resolvería la creación de una nueva orgánica y la superación de la denominación «co» (comunista), Manuel Fernando Contreras, Augusto Samaniego, Raúl Oliva y Orel Viciani ingresaron al Partido Socialista. De esta manera, quedó en manos de Fanny Pollarolo, Antonio Leal y Luis Guastavino el intento de encabezar un proceso de renovación de la izquierda chilena creando un nuevo referente.
El 25 y 26 de mayo de 1991 se realizó la primera (y última) asamblea nacional del ARCO, que definió cambiar su nombre al de Participación Democrática de Izquierda (PDI), copiando la sigla que usaba el PC italiano luego de su cambio de nombre. Se realizó una elección universal de sus dirigentes, en la que Pollarolo, Guastavino