Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos
del «leninismo» entendida en clave estalinista; que había que apoyar sin vacilaciones al gobierno del presidente Aylwin y buscar el ingreso al conglomerado de gobierno; y, por último, que la Política de Rebelión Popular había sido errada y que la dirección no comprendió el cambio político de 1986, provocando el aislamiento político de los comunistas producto de la irresponsabilidad política de una dirección tildada de «militarista»100.
El capital político de Luis Guastavino residía en que formaba parte del Comité Central del Partido desde antes del golpe de Estado de 1973. En esa época, había sido diputado por varios períodos por la ciudad de Valparaíso, una de las más importantes del país. En 1987 había ingresado clandestinamente a Chile, lo que acrecentó su prestigio en la militancia. En 1989 fue candidato a senador por Valparaíso, destacando en los debates televisivos y obteniendo una votación apreciable. Disidente de primera hora de la política insurreccionalista del PC durante los años ochenta, en el XV Congreso del partido realizado en 1989 no resultó reelecto como miembro del Comité Central. Esto consagró su definitiva marginación de los espacios de poder intrapartidario y, seguramente, lo hizo decidir hacer públicas sus posturas divergentes. En el caso de Antonio Leal, varios años más joven que Guastavino, forjó su influencia política en torno a su capacidad intelectual, pues nunca fue parte del Comité Central del partido ni tampoco era una figura portadora de un capital simbólico significativo, a diferencia de lo que ocurría con el ex diputado. Sus numerosos artículos de prensa sobre la coyuntura internacional del socialismo real y sus reflexiones teóricas sobre el marxismo, Gramsci y la filosofía, le permitieron ser protagonista de la crisis101. Electo presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción en 1971, fue el primer comunista en liderar un reducto tradicionalmente hegemonizado por el MIR. Por este motivo, Leal contaba con un largo historial de enfrentamiento con los sectores ubicados a la izquierda del PC. Al igual que Guastavino, sintonizó con las posiciones opuestas a la perspectiva insurreccional del PC. Junto a numerosos dirigentes de las Juventudes Comunistas en el exilio, fue un fuerte crítico de la realidad de los «socialismos reales». Pero a diferencia de otros dirigentes de las JJCC de su generación, como Ernesto Ottone, Alberto Ríos y Alejandro Rojas, optó por permanecer en el partido durante la década de 1980102. En el momento de la crisis, no era dirigente nacional del partido, reduciéndose sus responsabilidades a ser integrante de la Comisión Nacional de Relaciones Internacionales del PC.
La fuerza expansiva que tuvo el sector de los «desplazados» encabezado por Guastavino y Leal radicó en que su exigencia –de mayor democracia interna en el partido y de respaldo al nuevo gobierno– impactó positivamente sobre el sentido común partidario. Además, ayudaron a legitimar sus demandas la situación internacional, que, para un sector de los militantes, sustentaba sus planteamientos sobre la necesidad de «revisar a fondo» los fundamentos de la organización. Así, lograron sumar sectores que habían compartido las tesis de la Rebelión Popular, pero que, en la coyuntura de 1990, sentían que efectivamente la dirección del partido no entendía la profundidad del cambio político que el país y el mundo vivían. Esto se simbolizó en la figura de Fanny Pollarolo, integrante del Comité Central y conocida dirigente pública del PC durante la dictadura, quien apoyó abiertamente a Guastavino y Leal en el momento más álgido de la crisis103.
El impacto de las críticas de este sector disidente se vio favorecido por la amplia cobertura que la prensa les dio a sus líderes. La novedosa existencia de una crisis pública en una organización conocida por la disciplina de sus integrantes, unido a la importancia histórica que el PC había jugado en el pasado reciente del país, hizo que la crisis comunista recibiera gran atención mediática. La voz de los disidentes contra la Comisión Política era ampliamente acogida incluso en medios de derecha. Sin duda que este fue un factor que externamente creó una opinión pública muy favorable para los disidentes, que aparecían victimizados ante una supuesta brutal incapacidad de la dirigencia para escuchar opiniones distintas. Sin embargo, queda planteada la duda sobre cómo esta situación habrá sido recibida por el conjunto de la militancia comunista. Por un lado, ciertamente un sector simpatizó con ellos, pero es muy factible que otro no apoyara el estilo de ventilar en público las discrepancias, lo que era amplificado por El Mercurio, La Tercera y otros medios regionales férreamente partidarios de la dictadura.
Con todo, ratificando que el «desplazamiento» de los órganos de dirección del partido de este sector había ocurrido en 1989 al fragor del XV Congreso, tuvieron escaso éxito en sumar a otros dirigentes del Comité Central a sus posiciones. La inmensa mayoría de sus integrantes apoyó la posición de la Comisión Política compuesta por Volodia Teitelboim, Gladys Marín, Manuel Cantero, Oscar Azócar, Lautaro Carmona y Jorge Insunza, entre los más conocidos. Esto, a la larga, quitó a este grupo parte de su poder de influencia dentro de la colectividad, porque los dirigentes electos en el XV Congreso eran mayoritariamente los que habían dirigido al partido en la clandestinidad y por lo tanto tenían una amplia legitimidad en la base militante y estructuras intermedias104. Probablemente por este motivo, la disidencia no logró dividir a la organización, unido a que para Guastavino y Leal la magnitud de la crisis del comunismo era tan grande, que hacia fines de 1990 no estaban de acuerdo con crear otro partido comunista. Además, como lo recalcaba Leal, intentos de este tipo habían fracasado, como en el caso del Partido Comunista de España. En todo caso, el sector de Guastavino y Leal contó con importante apoyo en algunas regiones, como fue el caso de Valparaíso, en donde la disidencia fue encabezada por el exalcalde de Valparaíso Sergio Vuskovic Rojo105.
El otro sector de los «desplazados» fue un grupo de militantes que mayoritariamente se concentraron en el Centro de Investigaciones Sociales y Políticas (CISPO). Este era una institución creada por la dirección del PC y que reunió a un potente grupo de intelectuales comunistas. Su director, el sociólogo Manuel Fernando Contreras Ortega, se convirtió en el líder de este segundo grupo de la familia de los «desplazados». Durante la crisis, este sector recibió el nombre de «renovadores», producto de su respaldo a una radical «renovación» de los planteamientos teóricos y políticos del partido. Plantearon una definición muy precisa de lo que esta significaba. En una intervención de Contreras realizada en enero de 1990, cuando todavía era integrante del Comité Central y director del CISPO, la «renovación comunista» fue definida en torno a cuatro ejes fundamentales. Primero, una renovación de la política, que implicaría dejar atrás el supuesto reformismo comunista, expresado en la derrota de la Unidad Popular por no haber abordado en su totalidad el problema del poder: la necesidad de la construcción de una hegemonía popular respaldada por millones de personas. Segundo, se debía renovar la idea de socialismo para Chile, pues el «socialismo real» se había demostrado como una dictadura. Por lo tanto, el desafío era construir un ideario de socialismo de acuerdo a la tradición democrática del pueblo chileno. Tercero, la renovación también se refería al concepto de partido, el que debía recuperar, se decía, su calidad de intelectual colectivo, en base a la discusión y amplia democracia interna. En cuarto y último lugar, la renovación también incluía a la teoría, en el sentido de que el marxismo no debía concebirse como una doctrina acabada, sino como unos planteamientos en permanente desarrollo en base a la conexión con el movimiento real de la lucha de clases. Es decir, el debate, el cuestionamiento y la polémica debían ser la base cómo el intelectual colectivo tenía que construir la hegemonía en el movimiento popular chileno106. Meses más tarde, tras la renuncia de Contreras al Comité Central y la polarización del enfrentamiento con la dirección, estos planteamientos se radicalizaron. En agosto de 1990, Contreras planteó la necesidad de refundar el Partido Comunista, para de esta manera abandonar las nociones ligadas al comunismo internacional y dar paso a una «nueva izquierda». En la práctica, se proponía dar por superado al PC creando una nueva orgánica de izquierda, ajustada a los nuevos tiempos107.
Los «renovadores» se diferenciaron del sector de Guastavino y Leal por una consideración fundamental: en el pasado, habían sido entusiastas partidarios de la Política de Rebelión Popular. Incluso, algunos de ellos habían participado en las discusiones que colaboraron en darle forma y la consideraban la primera piedra del proceso de renovación del PC. Es decir, durante gran parte de la década de 1980, habían respaldado al Equipo de Dirección Interior encabezado por Gladys Marín, el que no por casualidad había promovido