Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos
que se crearía constituirían un espacio político muy reducido. Por este motivo, él se integraría al PPD. Sin, embargo, la mayoría de los partícipes en la asamblea se sumó a la nueva organización118. Meses más tarde, en agosto de 1991, el PDI publicaba sus «primeras tesis políticas, culturales y programáticas». Estas reiteraban la necesidad de superar los paradigmas históricos de la izquierda en el siglo XX, especialmente «el reduccionismo de clase», la perspectiva del socialismo en clave leninista, el ultraizquierdismo y el militarismo. También se hacían propuestas tales como cambiar la Constitución de 1980, reformar el sistema de salud, reducir el gasto militar y promover la defensa de los derechos humanos119.
El PDI logró sobrevivir hasta mediados de la década de 1990. Inclusive tuvo un resonante éxito electoral cuando en las elecciones parlamentarias de 1993, Fanny Pollarolo fue electa diputada por Calama con un alto apoyo popular. Sin embargo, la novel organización no consiguió convertirse en un centro de atracción para los militantes del PC, pues no se registró ninguna incorporación resonante de nuevos militantes venidos de esta colectividad. Por su parte, en el contexto de la consolidación de los partidos de gobierno, comenzó a quedar en claro que no existía un espacio para un tercer partido de izquierda en la Concertación. El PPD y el PS aparecían como las fuerzas hegemónicas de este sector, aglutinados en torno al liderazgo de Ricardo Lagos Escobar. Aunque el PDI había sido –ahora como «Partido Democrático de Izquierda»– aceptado en el conglomerado de gobierno, tenía escasas posibilidades de negociar cupos competitivos para las elecciones parlamentarias y municipales. Además, dada su reducida influencia, sus líderes tenían pocas posibilidades de escalar en puestos políticos importantes dentro del aparato estatal. Estos aspectos se conjugaron en 1994 con el fracasado intento de reunir las firmas exigidas por la ley para constituirse como partido político legal. Esto significó la defunción de la colectividad120.
El PDI, última expresión orgánica de la disidencia comunista, desapareció porque no logró penetrar en los nichos sociales donde el PC era fuerte. Ni en el movimiento sindical ni estudiantil pudo proyectar dirigentes sociales capaces de plasmar las ideas «refundacionales» que se debatieron con pasión durante la crisis de 1990. Por el contrario, al igual como le ocurrió al resto de los partidos oficialistas, que comenzaron a ser desalojados de las organizaciones sociales a mediados de la década de 1990, el PDI no tuvo la capacidad de convertirse en una fuerza socio-política conectada con las reivindicaciones sociales. Esto lo convirtió en una organización superestructural, con escasa militancia y mínima influencia en el gobierno. En 1994, la disolución, más que una opción, como había sido en 1991 durante la asamblea nacional del ARCO, fue el único camino posible.
Con el fin de la crisis de 1990, ¿cuál fue el legado que esta dejó en el PC? Por un lado, algunas de las críticas de la disidencia, que habían sido reconocidas como válidas por parte de la dirección, se volvieron nuevos sentidos comunes partidarios. Cuestiones centrales, como la necesidad de mayor democracia interna, terminar con el «orden y mando» del período clandestino, la necesidad de repensar los referentes internacionales, de recuperar la historia nacional y cuestionarse materias relativas a la teoría, quedaron establecidas como aspectos necesarios por abordar. En este sentido, los planteamientos de los «renovadores» fueron los que ejercieron mayor influencia, porque elaboraron una serie de propuestas sobre estos tópicos y, como decíamos, contaron durante un tiempo con el respaldo de la dirección del partido. Por ello, la fuerza expansiva de sus críticas tuvo un alcance importante en la reformulación de los imaginarios políticos y culturales del Partido Comunista. A lo largo de la década, lenta y progresivamente se pudo apreciar la evolución de estos.
Por otra parte, luego de esta crisis, la tesis de apoyar a los gobiernos de la Concertación e incorporarse a dicho conglomerado de partidos quedó descartada para el PC. Es más, el imaginario partidario de los noventa se construyó en base a ser opositor a la Concertación, aunque con aproximaciones a ésta, lo que se convirtió en una cuestión muy controvertida para los militantes. En este sentido, la crisis de 1990 consolidó la idea de construir un amplio frente político antineoliberal, que desmontara el legado jurídico-político y económico heredado de la dictadura de Pinochet. Era la tesis de la «tercera fuerza» (distinta a la derecha y la Concertación), que se desplegó a lo largo de toda la década de 1990.
Por último, uno de los principales costos que tuvo para el PC la crisis de 1990, radicó en el impacto que tuvo en la militancia de base. Al respecto, no existen estadísticas sobre el número de personas que dejaron la organización. ARCO y después el PDI no lograron reunir mucho más allá de 150 integrantes en su mejor época. Es muy claro que no fue el espacio preferencial hacia donde se canalizaron los ex militantes comunistas. En el PPD y el PS se alojaron varios automarginados del PC, pero tampoco alcanzaron a convertirse en cifras significativas. Como se ha dicho, algunos ex militantes se vincularon a las temáticas medioambientales y de las minorías sexuales, pero tampoco fue la tónica. Por lo tanto, probablemente, la mayor parte de los y las comunistas que dejaron la colectividad en 1990 se alejaron de la actividad política contingente, reiniciando una nueva vida lejos de la militancia, junto a los primeros pasos de la recién recuperada democracia chilena.
85 Una versión con otra perspectiva analítica de este capítulo en Rolando Álvarez Vallejos, «¿Herejes y renegados?: La diáspora de la disidencia comunista chilena (1989-1994)», Historia 396, vol. 7, N°2, jul-dic. 2017, p. 335-368.
86 Ver carta de Mauricio Redolés «Renovación para la revolución» (mecanografiada) y su intervención en seminario de la disidencia, en «La crisis del Partido Comunista. Una reflexión necesaria», Segunda reflexión, p. 71.
87 Esta pugna ha sido abordada, entre otros, por Andrew Barnard, El Partido Comunista de Chile 1922-1947, Ariadna Ediciones, 2017; Olga Ulianova/Alfredo Riquelme, Chile en los archivos soviéticos 1922-1991. Tomo 1: Komintern y Chile 1922-1931, LOM ediciones, USACH, DIBAM, 2005. Además, Sergio Grez, Historia del comunismo. La era de Recabarren (1912-1924), LOM ediciones, 2011, y Ximena Urtubia, Hegemonía y cultura política en el Partido Comunista de Chile: la transformación del militante tradicional, 1924-1933, Ariadna Universitaria, 2016, y Rolando Álvarez, «El Partido Comunista de Chile en la década de 1930: Entre «clase contra clase» y el Frente Popular», Pacarina del Sur [En línea], año 8, núm. 31, abril-junio, 2017.
88 Sobre el «reinosismo», Carmel Furci, El Partido Comunista de Chile y la vía chilena al socialismo, Ariadna Ediciones, 2007, y Manuel Loyola, «Los destructores del Partido. Notas sobre el reinosismo en el Partido Comunista de Chile, 1948-1973», O. Ulianova; M. Loyola, R. Álvarez, 1912-2012. El siglo de los comunistas chilenos, IDEA, USACH, 2012.
89 Abordamos esta división en Álvarez, Arriba los pobres… op. cit. El testimonio de un militante sobre esta fractura en Mauricio Hernández Norambuena, Un paso al Frente. Habla el Comandante Ramiro del FPMR, Ceibos Ediciones, 2016.
90 Fue el caso de Orlando Millas, Américo Zorrilla, Samuel Riquelme, Luis Guastavino, Mario Navarro, Jorge Montes, Víctor Canteros, Rodrigo Rojas y Hugo Fazio. Los dos primeros habían sido ministros de Estado durante el gobierno de Salvador Allende, el tercero subdirector de la Policía de Investigaciones. Guastavino y Montes habían sido parlamentarios, y en el caso del segundo, integrante de la Comisión Política, al igual que Canteros y Rojas. El último había sido vicepresidente del Banco del Estado con Allende y era el economista más destacado del PC. Una narración crítica del XV Congreso, en Iván Ljubetic, De la historia del PC de Chile. La crisis que comenzó en los años ochenta, Imprenta Latingráfica, 2002. Orlando Millas, por su parte, explicó en sus memorias que no lo dejaron participar en dicho torneo aludiendo a sus problemas de salud y seguridad. Ver O. Millas, La alborada democrática en Chile Memorias. Vol. 4. 1957-1991. Una digresión, CESOC, 1996.
91 Pudal, Un monde défait… op. cit. p. 134.
92 Catherine Leclercq, «Histoires d ‘ex’. Une aproche socio-biographique du désengagement des militants du PCF», Thèse de sciencie politique, IEP de Paris, 2008, citado en Pudal, ibid. p. 1332 y ss. Ver también, Catherine Leclerq, «Engagement et construction de soi. La carrière d’émancipation