Un final inexorable. Jorge Chamorro

Un final inexorable - Jorge Chamorro


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esencial, que es la de representación.

      En nuestra clínica aparecen todo el tiempo formulaciones como “no quiero ser como mi padre” o “la causa de todos mis males es mi madre”. Se nota el peso imaginario de todas estas formulaciones que han sido alimentadas por el psicoanálisis ascendente hacia la conciencia, por la escalera de las explicaciones. Freud mismo utilizó frecuentemente este modelo tomando referencias en el pasado de la historia de determinado paciente para señalar la identificación en su aspecto más superficial. Estas identificaciones imaginarias también nos afectan a nosotros cuando por ejemplo hablamos en términos lacanianos. Las identificaciones imaginarias absorben, tonos de voz, gestos… A pesar de que hemos cuestionado muchas veces a Balint sobre su idea de que el final del análisis es por identificación, nos encontramos con rasgos del analista en sus analizantes. No es lo mismo, pero lo cierto es que hay restos.

      Cuando un padre muere joven, a sus hijos en muchas oportunidades nos les es indiferente acercarse a esa misma edad en la que el padre falleció, a la que interpretan como límite. Es decir, queramos o no, las identificaciones imaginarias pesan por coincidencia o por oposición. En el orden simbólico nos encontramos con las identificaciones simbólicas. ¿Qué son las identificaciones simbólicas? Son identificaciones a rasgos. Ya no es una identificación a un gesto del padre o de la madre, es a un rasgo. Son identificaciones a un significante.

      Haciendo permanentemente el esfuerzo de transmitir fenómenos clínicos que nos permitan captar en este caso las identificaciones simbólicas, podemos registrar cuándo alguien habla con una determinada palabra que no es de uso actual. Hay muchas palabras o expresiones que están fuera de uso pero que permanecen en el discurso del paciente. Son significantes que implican la identificación simbólica a un rasgo o a una palabra, a un significante escuchado en la historia. En ocasiones tocar ese significante mueve toda una serie de elementos identificatorios que no pasaban por la imitación.

      Cuando Lacan dice “No me imiten, repítanme…”, está hablando en términos de identificaciones simbólicas. “No me imiten…”. Resulta absurdo imitar a Lacan a través de las anécdotas que se conocen de él. Imitar sus intervenciones sin que tengan nada que ver con lo que va desarrollándose en una determinada cura no tiene sentido, porque uno no es Lacan, y porque esas intervenciones pueden ser inadecuadas para el peso transferencial. El peso transferencial hace que las acciones del analista sean leídas de determinada manera y no puede intercambiarse como si fueran partes autónomas. Las intervenciones de Lacan, debido a que era Lacan, podían ser tomadas por una genialidad por sus analizantes, pero si cualquier analista hace algo de ese orden puede resultar una caricatura lacaniana. Lo que califica a una intervención adecuada como tal es el adecuado ajuste a medida de la transferencia particular que uno puede generar, en caso contrario la pretendida intervención es algo que dijo el analista pero que no toma el peso que le da la transferencia.

      Recuerdo siempre a un amigo que decía que todo lo que hacía el analista estaba calculado. Convicciones de ese tipo demuestran la capacidad del neurótico de construir un Otro sin falla. Si hay identificaciones simbólicas, entonces hay Otro. Pero la cuestión es: cuando no hay Otro, ¿quedamos desidentificados, queda alguna identificación?

      Lacan habla de identificación al sinthome pero, ¿qué es la identificación a lo real del sinthome? Esta es una pregunta no tan obvia, porque la identificación fue históricamente para nosotros aquello que recubre lo real. La idea era que cuando lo real aparece, la identificación y el fantasma se rompen, la idea era que lo real desarticulaba todo. ¿Y cómo es la identificación a lo real? Esta es una pregunta que apunta a entender y a captar qué es lo que Lacan llama identificación al síntoma.

      Como consecuencia del uso de la lingüística que hacen aparecer los significantes, lo que Freud nombra como identificación se transforma para Lacan en representación. ¿Por qué se llama representación? La identificación se lee como representación del sujeto de un significante para otro significante. Es lo que conocemos como discurso amo.

      La articulación entre un S1 y un S2 conlleva dos movimientos que implican esta representación: un movimiento anticipatorio y un movimiento retroactivo. El movimiento anticipatorio responde al hecho de que un significante no puede vivir solo, siempre vive en pareja con otro significante. No es un soltero, el soltero va a ser la letra, el significante siempre está anticipando que viene otro significante que es el S2. Y cuando llega este otro significante cambia el sentido del S1. Allí vemos la anticipación y luego la retroacción.

      Es lo Freud desarrolló como la interpretación retroactiva que hace el niño de la escena primaria. La escena que vió y no entendió claramente, que tal vez interpretó como una gimnasia y que luego descubrió como escena sexual entre los padres.

      Pasemos ahora de la identificación freudiana a la representación lacaniana. Representación simbólica es representar al sujeto por significantes. Recuerden que el sujeto que está representado por un significante para otro significante está también afectado por la barra que figura en la fórmula entre el S1 y él. Esa barra representa la represión primaria e implica que el sujeto nunca puede ponerse arriba de la representación.

      Del discurso llamado amo hay un resto que se llama objeto a. En toda representación siempre hay algo que se pierde, esto es así en todos los niveles de la vida y es propio de la articulación simbólica. Toda representación traiciona lo representado, esto es inexorable. Si quieren ser traicionados nombren un representante. Sea en el campo de la amistad, familiar o político.

      También ocurre cuando en ocasiones hay que hacer un trabajo “en equipo” y se plantea el problema de quién lo escribe. Lo escribe uno, pero sin embargo el trabajo es del equipo. Inexorablemente el que escribe representando al equipo se encontrará con que alguien dirá que determinada frase del escrito es de su autoría. Es imposible decir: “…vos escribí por nosotros”, y que esto no suceda. Hay que designar a uno que escriba y ese debe firmar como autor, dado que no hay representatividad en ese sentido. El significante que representa al sujeto siempre deja un resto afuera, lo que en términos de la vida corriente se llama traición.

      Pichon-Rivière decía que los capataces siempre son traidores, la patronal los ve como ligados a los obreros y los obreros los ven negociando con el patrón. El que está en el medio siempre falla, siempre es acusado o sospechado de traición. No hay que meterse en el medio, hay que ponerse de un lado o del otro, salvo que uno tenga cierto gusto por la acusación.

      Sucede lo mismo con los administradores de los consorcios, sospechados inexorablemente de meter la mano en la lata, y también le ocurre a los árbitros en el fútbol, siempre los van a insultar. Esto sucede en las mejores familias, cuando hay uno que administra los bienes del otro todo se hace complicado. De la estructura surge el dato de que siempre hay algo que escapa a la representación y nadie puede ser representado absolutamente por otro.

      Retomemos entonces el interrogante: ¿qué ocurre con la identificación cuando no hay Otro? ¿Cuál es el destino de eso? ¿Cuál es la implicación? ¿Qué es la identificación al sinthome al final del análisis? Todos los temas que estamos discutiendo actualmente giran en torno al lugar que debemos adjudicarle a las identificaciones simbólicas e imaginarias. ¿Qué lugar tienen las identificaciones políticas en un psicoanalista? Esta es la pregunta que estamos dirimiendo en este momento en la Escuela.

      El deseo del analista es un deseo que está más allá de toda identificación, es un deseo sin Otro, es decir sin identificaciones simbólicas ni imaginarias. Es también un deseo sin fantasma. El deseo con fantasma es el deseo neurótico, un deseo que se hace difícil de sostener. El deseo del analista siempre está en cambio interrogando identificaciones.

      Esto está planteado ahora en nuestra Escuela. La organización Escuela está pensada y sostenida en el discurso psicoanalítico. ¿Qué significa esto? La Escuela no propone caminos para entrar ni para formarse en ella, es una Escuela sin criterios de formación. La Escuela deja un vacío y cada uno tendrá que inventar su camino para responder a esos interrogantes. Es una propuesta difícil de sostener. Es por esto que los síntomas son inevitables. El primer síntoma fueron los efectos de grupo ligados a las transferencias preexistentes a la Escuela. El paisaje como representante de la diversidad fue la categoría que se usó como opuesta a los criterios


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