Los sonámbulos. Arthur Koestler

Los sonámbulos - Arthur Koestler


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mientras el mismo Sol y los planetas restantes aún giraban alrededor de la Tierra, llegó a conocerse ulteriormente con el equivocado nombre de “sistema egipcio” y obtuvo gran popularidad (fig. B, pág. 45). Tratábase, evidentemente, de una teoría situada a mitad de camino entre la concepción geocéntrica (la Tierra como centro) y la concepción heliocéntrica (el Sol como centro) del universo. No sabemos si Heráclides se detuvo allí o si dio el paso siguiente el de hacer girar también a los tres planetas exteriores alrededor del Sol y a este mismo, con sus cinco satélites, alrededor de la Tierra (fig. C, pág. 45). Habría sido un paso lógico, y hay estudiosos modernos que creen que Heráclides llegó a esta teoría situada a tres cuartos del camino.9 Hay quienes creen, inclusive, que también dio el paso final, el de hacer girar todos los planetas, incluso la Tierra, alrededor del Sol. Pero que haya recorrido o no todo el camino hasta la concepción moderna del sistema solar es sencillamente una cuestión de curiosidad histórica, pues su sucesor, Aristarco, lo recorrió ciertamente todo.

      III. EL COPÉRNICO GRIEGO

      Aristarco, el último de los astrónomos de la línea pitagórica, procedía, lo mismo que el maestro, de Samos, y se cree que nació, simbólicamente, en el mismo año, 310 a. C., en que murió Heráclides.10 Solo ha llegado hasta nosotros un breve tratado: Sobre las dimensiones y distancias del Sol y la Luna. En él demuestra que tenía los dones básicos necesarios en un hombre de ciencia moderno: originalidad de pensamiento y minuciosidad en la observación. Los astrónomos de toda la Edad Media siguieron el elegante método que él ideó para calcular la distancia del Sol. Si sus cifras eran equivocadas, ello se debía al hecho de que Aristarco había nacido dos mil años antes de la época del telescopio; pero, aunque lo separaba igual distancia de la época de la invención del reloj de péndulo, mejoró la estimación de la longitud del año solar, agregando 1/1.623 a la estimación anterior de 365 ¼ días.

      El tratado en que Aristarco proclamó que el Sol, y no la Tierra, era el centro de nuestro mundo, el centro alrededor del cual giraban todos los planetas –descubrimiento que constituía el punto culminante de la cosmología pitagórica y que Copérnico iba a volver a descubrir diecisiete siglos después– se ha perdido. Pero, afortunadamente, poseemos el testimonio de autoridades no menores que las de Arquímedes y Plutarco, entre otras, y tanto las fuentes antiguas como los estudiosos modernos aceptan unánimemente que Aristarco enseñó el sistema heliocéntrico.

      Arquímedes, el matemático, físico e inventor más grande de la antigüedad, era un contemporáneo más joven de Aristarco. Una de sus obras más curiosas es un tratadito llamado El arenario, dedicado al rey Gelón de Siracusa. Contiene estas palabras fundamentales: “Pues él (Aristarco de Samos) suponía que las estrellas fijas y el Sol son inmóviles, pero que la Tierra se mueve alrededor del Sol en un círculo...”.11

      La referencia que Plutarco hace es igualmente importante. En su tratado Sobre la superficie del disco lunar, uno de los personajes se refiere a Aristarco de Samos, quien enseñaba “que el cielo está quieto, y que la Tierra gira en una órbita oblicua, en tanto que también gira alrededor de su propio eje”.12

      De manera que Aristarco de Samos llevó a conclusión lógica el proceso que comenzara Pitágoras y continuaran Filolao y Heráclides: el universo con el Sol como centro; pero aquí el proceso toca bruscamente a su fin, Aristarco no dejó discípulos ni encontró epígonos.13 Durante casi dos milenios quedó olvidado el sistema heliocéntrico –¿o diremos, reprimido por la conciencia?– hasta que un oscuro canónigo de Varmia, remoto lugar de la cristiandad, retomó el hilo en el punto en que lo había dejado el samio.

      Esta paradoja sería más fácil de entender si Aristarco hubiera sido un hombre extravagante o un dilettante, cuyas ideas no se tomaran en serio. Pero su tratado Sobre las dimensiones y distancias del Sol y la Luna llegó a convertirse en un libro clásico de la antigüedad y nos lo muestra como uno de los astrónomos más prominentes de la época. Alcanzó fama tan grande que casi tres siglos después, Vitruvio, el arquitecto romano, comenzó su lista de genios universales del pasado con estas palabras: “Son raros los hombres de esta clase, hombres del pasado tales como Aristarco de Samos...”.14

      A pesar de todo esto, la correcta hipótesis de Aristarco fue rechazada en favor de un sistema monstruoso de astronomía, que hoy nos impresiona como una afrenta a la inteligencia humana, y que reinó, soberano, durante mil quinientos años. Habremos de ver gradualmente las razones de este oscurecimiento, pues nos encontramos aquí frente a uno de los más asombrosos ejemplos de la manera desviada, más aún, retorcida, del “progreso de la ciencia”, que es uno de los temas principales de este libro.

      1 Hist. IV, 25, 42; citado por Dreyer, op. cit., pág. 39.

      2 Duhem (op. cit., pág. 17) se inclina a creer que la Antitierra se hallaba siempre en oposición a la Tierra, al otro lado del fuego central. Pero en esta opinión (deducida de un ambiguo pasaje del Pseudo Plutarco, la Antiehton carecería de función práctica. Si la Tierra hiciera una revolución en veinticuatro horas alrededor del fuego central, su velocidad angular sería prohibitiva, a menos que el fuego central estuviera muy cerca. En tal caso, parece que la Contratierra sería realmente necesaria para impedir que la Tierra se desvaneciera en humo.

      3 El saber de los números era, en verdad, el tendón de Aquiles de los pitagóricos; pero si somos demasiado relamidos respecto de las supersticiones antiguas, ¿qué diremos de la “ley de Bode”? En 1772, Johannes Daniel Titius, de Wittenberg, anunció que había descubierto una ley numérica sencilla (pero del todo arbitraria) según la cual podían expresarse las distancias relativas de todos los planetas respecto del Sol, mediante la serie 0, 3, 6, 12, 24, etc., sumando 4 a cada número. El resultado es la serie 4, 7, 10, 16, 28, 52, 100, 196. Y esto, por modo sorprendente, correspondía estrechamente a las distancias relativas de los siete planetas conocidos en 1800 d. C.; pero no existía el octavo planeta, el de la distancia 28. En consecuencia, en ese año un grupo de seis astrónomos alemanes se puso a buscar el planeta que faltaba. Encontraron el planetoide Ceres;* desde entonces se descubrieron en las inmediaciones más de quinientos planetoides, que es de presumir sean los fragmentos de un anterior planeta completo, que ocupaba el lugar previsto. Pero no se ha dado ninguna respuesta a la pregunta de por qué esa arbitraria sucesión de números correspondía tan estrechamente a los hechos.

LEY DE BODE DISTANCIA OBSERVADA
MERCURIO 4 3,9
VENUS 7 7,2
TIERRA 10 10
MARTE 16 15,2
? 28 ?
JÚPITER 52 52
SATURNO 100 95
URANO 196 192

      La tabla recuerda, curiosamente, la tabla periódica de Mendeleyev, anterior al descubrimiento de los isótopos.

      4 La explicación es de Schiaparelli. Véase DUHEM, op. cit., I, 12.

      5 No sabemos a quién se debe la hipótesis de la rotación de la Tierra sobre su eje. Se mencionan a dos pitagóricos como autores de ella: Hiketas (algunas fuentes lo llaman Niketas) y Ecfanto, los dos, según se supone, de Siracusa. Pero son como sombras: ni siquiera conocemos la época en que vivieron. Cotéjese DREYER, págs. 49 y sig.; y DUHEM, I, págs. 21 y sig.

      6 La


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