Los sonámbulos. Arthur Koestler

Los sonámbulos - Arthur Koestler


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la Tierra, Venus, visto desde la Tierra, se moverá en dirección de las agujas del reloj cuando esté en oposición y en la dirección contraria cuando se encuentre en conjunción.

      8 Con todo, según Saidas, cuando Platón fue a Sicilia dejó la Academia a cargo de Heráclides. Ency. Brit., XI-454 d.

      9 Schiaparelli, Paul Tannery y Pierre Duhem; véase DUHEM, op. cit., I, pág. 410. Pero no existe prueba alguna en apoyo de esta hipótesis. El sistema “ticónico” pudo ser un escalón lógico de Heráclides a Aristarco; pero si alguien lo hubiera defendido, habría quedado algún rastro de él. Es más probable, como arguye DREYER (págs. 145 y sig.) que Aristarco haya dado una especie de salto mental, de la figura B a la figura D.

      10 Estas fechas son el producto de conjeturas. Pero los astrónomos tienen una extraña manera de relacionar las órbitas de sus vidas: Galileo murió en el año en que nació Newton y este nació exactamente cien años después de la muerte de Copérnico.

      11Según la traducción de Dreyer, op. cit., pág. 137.

      12 De facie in orbe lunae, cap. 6, citado por Heath, Greek Astronomy, pág. 169.

      13 Salvo un solo astrónomo babilonio, llamado Seleuco, que vivió un siglo después de Aristarco y desarrolló una teoría de las mareas basada en la rotación de la Tierra.

      14 HEATH, The Copernicus of Antiquity, Londres, 1920, pág. 38.

      CAPÍTULO IV

       La falla de los nervios

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      I. PLATÓN Y ARISTÓTELES

      A fines del siglo III a. C. ya había terminado el período heroico de la ciencia griega. Desde Platón y Aristóteles, las ciencias naturales comenzaron a decaer y a perder reputación, de manera que las realizaciones de los griegos tornaron a redescubrirse solo un milenio y medio después. La aventura prometeica, comenzada hacia el año 600 a. C., había perdido su impulso al cabo de tres siglos; a ella siguió un período de invernada, que duró cinco veces más.

      De Aristarco a Copérnico no hay, lógicamente, más que un paso; de Hipócrates a Paracelso, solo un paso; de Arquímedes a Galileo, solo un paso. Sin embargo, la continuidad quedó rota durante un período tan prolongado como el que va desde el comienzo de la era cristiana a nuestros días. Si se mira retrospectivamente el camino por donde avanzó la ciencia humana, se verá la imagen de un puente destruido, con restos de cabrias a uno y otro lado, y en el medio, nada.

      Sabemos cómo ocurrió tal cosa. Si supiéramos con exactitud por qué ocurrió, probablemente estaríamos en posesión del remedio para los males de nuestro tiempo; pues el colapso de la civilización producido durante la edad oscura es, en ciertos aspectos, el reverso del colapso que comenzó, menos dramáticamente, en la época del Iluminismo. El primero podría caracterizarse en términos generales como un apartamiento del mundo material, como un desprecio por el conocimiento, la ciencia y la técnica, como una repulsa del cuerpo y de sus placeres, en favor de la vida del espíritu. Es como si se vieran escritos en un espejo los principios de la edad del materialismo científico, que comienza con Galileo y termina con el estado totalitario y la bomba de hidrógeno. Esas dos edades solo tienen un factor en común: el divorcio entre la razón y la fe.

      En la línea divisoria que separa la edad heroica de la ciencia, por un lado, y la edad de su decadencia, por otro, se yerguen dos picos gemelos: Platón y Aristóteles. Dos citas pueden ilustrar la diferencia de clima filosófico que había entre los dos lados de la vertiente. El primero es un pasaje perteneciente a un autor de la escuela hipocrática, que data probablemente del siglo IV a. C. “Me parece –dice al considerar la misteriosa enfermedad de la epilepsia– que la enfermedad no es más “sagrada” que ninguna otra. Tiene una causa natural, como las otras enfermedades. Los hombres la creen divina tan solo porque no la comprenden; pero si llamaran divina a toda cosa que no comprendiesen, no acabarían nunca con las cosas divinas”.1 La segunda cita es de la República, de Platón, y en ese pasaje queda resumida la actitud del filósofo ante la astronomía. Explica Platón que los astros, por hermosos que sean, son solo una parte del mundo visible, el cual no es sino una tenue y deformada sombra o copia del mundo real de las ideas. Los empeños para determinar exactamente los movimientos de esos cuerpos imperfectos son, por lo tanto, absurdos. En cambio: “concentrémonos en los problemas (abstractos), –diría yo– de la astronomía y de la geometría, y desdeñemos los cuerpos celestes, si es que pretendemos realmente comprender la astronomía”.2

      Platón se muestra igualmente hostil contra la primera y favorita rama de la ciencia de los pitagóricos. “Los maestros de la armonía –le hace decir a Sócrates, quejándose– comparan sonidos y consonancias, que solo pueden oírse, y sus trabajos, como los de los astrónomos, son vanos”.3

      Probablemente no haya que tomar nada de esto al pie de la letra, pero se lo consideró así –como hizo la escuela extremista del neoplatonismo que dominó la filosofía occidental durante varios siglos y sofocó todo progreso en la ciencia–, hasta que fue redescubierto Aristóteles y se renovó el interés por la naturaleza. Llamé a Platón y a Aristóteles dos picos gemelos que separaban dos épocas del pensamiento; pero en la medida que consideremos la influencia de ambos en el futuro, Platón y Aristóteles deberán más bien llamarse astros gemelos con un mismo centro de gravedad, los cuales, al girar uno alrededor del otro, proyectaron alternadamente su luz en las generaciones que los sucedieron. Hasta fines del siglo XII, como veremos, Platón reinó de manera suprema. Luego Aristóteles resucitó y durante doscientos años fue el filósofo, como comúnmente se lo llamaba. Después volvió a aparecer Platón, con un aspecto enteramente distinto. La famosa observación del profesor Whitehead: “La caracterización general más segura de la tradición filosófica europea según la cual esta consiste en una serie de escolios a Platón, podría corregirse diciendo: la ciencia, hasta el Renacimiento, consistió en una serie de escolios a Aristóteles”.

      El secreto de la extraordinaria influencia que ejercieron estos dos pensadores, al estimular y escandalizar intermitentemente, el pensamiento europeo durante un período casi astronómico, fue tema de apasionadas e interminables controversias. Ese influjo no obedeció desde luego a una sola razón, sino a la confluencia de una multitud de causas que operaron en momentos particularmente críticos de la historia. Para mencionar solo unas pocas comencemos con la más obvia: Platón y Aristóteles son los primeros filósofos de la antigüedad cuyos escritos han llegado hasta nosotros no en fragmentos aislados, o en citas de segunda o tercera mano, sino en un bloque macizo (los diálogos auténticos de Platón forman por sí solos un volumen de las dimensiones de la Biblia) que comprende todos los dominios del conocimiento y la esencia de las enseñanzas de quienes vivieron antes, como si después de una guerra atómica se hubiera conservado, entre los fragmentos desgarrados y destruidos, una Encyclopaedia Britannica completa. Independientemente del hecho de haber reunido todos los puntos importantes de conocimiento útil en una síntesis individual, fueron desde luego pensadores originales de gran poder creador en campos tan variados como la metafísica, la biología, la lógica, la epistemología y la física. Ambos fundaron “escuelas” de un nuevo tipo: la primera Academia y el primer Liceo, que sobrevivieron durante varios siglos como instituciones organizadas y transformaron las antes fluidas ideas de los fundadores en rígidas ideologías, las hipótesis de Aristóteles, en dogmas, las visiones de Platón en teología. Además, fueron verdaderos astros gemelos nacidos para complementarse recíprocamente: Platón, el místico; Aristóteles, el lógico; Platón, desdeñador de las ciencias naturales; Aristóteles, observador de delfines y ballenas; Platón, tejedor de fábulas alegóricas; Aristóteles, dialéctico y casuista; Platón, vago y ambiguo; Aristóteles, preciso y pedante. Por último –pues este catálogo podría continuar indefinidamente– desarrollaron sistemas de filosofía que, aunque distintos y hasta opuestos en los detalles. Juntos parecían suministrar una respuesta completa a la situación de su época.

      Esa situación


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