Estados traumatizado y no traumatizado de la personalidad. Rafael E. López Corvo
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Existen muchos accesos para llegarle a la mente en conflicto. Pienso que el más confiable es el que nos ofrece la noción de trauma pre-conceptual. Este puede alcanzarse siguiendo la senda de las huellas emocionales y de las impresiones presentes en la dimensión transferencia-contratransferencia, las cuales representan una narrativa de ausencias atemporales que deben ser soñadas a fin de intuir su significado. La interpretación es el único instrumento con que cuenta el analista para revelar la verdad evasiva en el paciente, la forma como ésta ha sido insinuada por el inconsciente, lo cual ayuda a reconstruir y contener la configuración dolorosa del trauma infantil. El significado revelado por el inconsciente sólo puede ser concebido por aproximación intuitiva, ya que el lenguaje hablado carece de la sinceridad y precisión del lenguaje inconsciente. La interpretación de los sueños por ejemplo y la interpretación del discurso manifiesto articulado por el paciente mediante libre asociación, siguen rutas opuestas. Cuando interpretamos los sueños, viajamos desde una semántica de simbolismos crípticos y abstractos presentes en el sueño, hacia una semántica de signos concretos y de fácil acceso provistos por la interpretación. Sin embargo, cuando interpretamos el discurso manifiesto o consciente del paciente, nos movemos desde una semántica concreta a un significado abstracto; en otras palabras, para lograr asir la narrativa simbólica inconsciente del discurso manifiesto, tal narrativa debe ser soñada. Más adelante, en el capítulo III elaboraré estos comentarios mediante ilustraciones clínicas.
¿Cómo puede el analista percibir estos mensajes simbólicos forjados por el inconsciente? Bion con frecuencia afirmó que el método más confiable para percibir tales mensajes se logra escuchando el discurso consciente del paciente en un estado de ingenuidad similar a la “continua atención flotante” propuesta por Freud (1912), o como lo expresó el propio Bion, “libre de cualquier deseo, memoria o comprensión”. En otras palabras, como lo he afirmado anteriormente, debemos soñar el diálogo manifiesto de nuestros pacientes.
Hay gran ambivalencia en la comunidad psicoanalítica sobre la seriedad de este enunciado, acerca de la disciplina necesaria para escuchar colocándose siempre en ese estado mental. Este enfoque, muy popular en muchas filosofías orientales, como por ejemplo el Zen Budismo, permanecen sin embargo extrañas dentro de la práctica psicoanalítica. En uno de los primeros mantras del Upanishad encontramos lo siguiente: “Mantente quieto e imperturbable y la sabiduría y el poder vendrán por sí solas… Abandona todo deseo, mantén tu mente silente y descubrirás… El no deseo es la mayor bendición”. Nisargadatta Majarah (1992) afirmó:
Tu mente está saturada por los hábitos de evaluación y adquisición y no admitirá que lo incomparable e inobtenible puedan estar esperando dentro de tu propio corazón para ser reconocidos. Todo lo que tienes que hacer es abandonar toda memoria y expectativa. Sólo mantente listo en total desnudez y en nadedad absoluta. [pp. 498-499, itálicas mías]
Pienso que dentro de nuestra cultura occidental podría atemorizar el hecho de abandonar todos los apoyos que hemos aprendido a usar a lo largo de nuestra vida. No es fácil renunciar y vivir como testigos de lo desconocido, de lo cual también somos un elemento esencial. Pienso que sería mucho pedirnos a nosotros mismos que abandonemos todo y nos concentremos en nuestro ser como algo desconocido y como una parte de este infinito misterio que es el universo. Bion, sin embargo, de forma similar a como lo hicieron los filósofos orientales, insistió en aproximarse a la mente bajo ese estado de total ingenuidad, apertura y libre de prejuicios. Se trata de una disciplina indispensable para no contaminar el estado original de la mente y ser capaz de acceder intuitivamente a su verdadero significado. Si el enfoque de Freud es considerado –siguiendo a Fairbairn (1952, p. 84)– “una psicología de los impulsos”, considero que Klein podría ser interpretada como una psicología de las emociones y Bion como una psicología de la intuición. Bion equipara el proceso intuitivo del analista de aprehender lo inconsciente, con la forma como un místico se relaciona con la deidad o con la posibilidad de contener una “idea mesiánica”. Esta sugerencia también se encuentra en la filosofía oriental. Osho (2002), Maestro de Zen Budismo, afirmó:
El camino del místico es misterioso, no puede ser explicado. El camino del escéptico es explicable: es muy científico, muy lógico y puede ser explicado paso por paso […] Pero no hay pasos en el camino del místico, sino un salto cuántico, sino un salto hacia lo desconocido […] no está basado en la lógica sino en la intuición. [p. 125]
El capítulo XII se ocupa de la evaluación de la “intuición”.
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Lo que el analista debe afrontar es la necesidad de “abstraer” a fin de leer los mensajes del inconsciente que siempre están estructurados en términos abstractos, similar a los ideogramas que representan una idea condensada en sólo una palabra o un pictograma; una abstracción que por lo general contiene múltiples hechos psíquicos que permanecen asociados en “conjunción constante”. Bion añade la paradoja que “la abstracción jamás debe ser intentada sin la concretización” (1992, p. 256). Quizás se estaba refiriendo a la actividad interna que el analista debe realizar a fin de aprehender la abstracción implícita en el ideograma o hecho psíquico y ser capaz de traducirlo en una hipótesis que ha de ser presentada como una interpretación. Es el trabajo que a menudo hacemos en el consultorio cuando al referirnos a asuntos relacionados con “reconstrucciones” y/o “interpretaciones transferenciales”, cuando tratamos de liberar el significado de una realización que posiblemente se encuentra implícita dentro de tales ideogramas, los cuales fueron originalmente estructurados para representarla. Un joven paciente atacaba a menudo mis interpretaciones ignorando lo que yo decía y continuaba su discurso como si yo no hubiese dicho nada. En una ocasión se refirió a un sótano inundado a causa de una tempestad la noche anterior, así como también a lo injusto que había sido su padre al acusarlo de no haber chequeado propiamente el drenaje. Esto, obviamente, es un enunciado muy concreto y específico que percibo como tal, que luego lo llevo a una abstracción para aprehender el significado de una realización inconsciente, como por ejemplo, que temía que mis interpretaciones inundaran su mente con acusaciones injustas, de la misma manera que su padre había hecho con él. Las comunicaciones inconscientes son producidas usando abstracciones y significados simbólicos, un tema que explico en detalle en el capítulo IV y VIII, utilizando material clínico para ilustrarlo.
Los estados traumatizados y no-traumatizados de la personalidad usan formas diferentes de simbolización las cuales clasifico como “discontinuas” o “heteromórficas” para el primero y “continuas” o “homeomórficas” para el segundo. Considero que la simbolización es “discontinua”, cuando los símbolos tienen la capacidad de introducir un salto o una distancia entre la ausencia original de la cosa y su representación. Esta clase de simbolización está determinada diacrónicamente y no arrastra significados emocionales primitivos, como sucede con las simbolizaciones “continuas”. En la simbolización “homeomórfica” o “continua”, por otro lado, las representaciones carecen de un sentido diacrónico, el tiempo no acontece sino que aunque la forma como se manifiestan cambie, el significado es eternamente el mismo. Esto constituye el corazón de la “compulsión a la repetición”, por cuanto ésta siempre arrastra consigo el mismo significado, es decir, se repiten aquellas emociones inconscientes que constituyen el trauma pre-conceptual y que fueron originalmente estructuradas utilizando lógicas utilizadas por un pensamiento infantil 9.
Una paciente relataba los detalles de una operación quirúrgica que le fue realizada cuando era pequeña, mientras vivía en un área rural de Sudamérica. Para ello el médico utilizó la llamada “anestesia a la reina”, mediante la aplicación de una máscara sobre la nariz y la boca en la cual se vertía cloroformo, como era entonces la costumbre. A comienzos del análisis había recordado pesadillas cargadas de recuerdos muy dolorosos aunados con sentimientos terroríficos de desespero, indefensión y muchas veces sofocación. Seis años más tarde, casi al final de su análisis, relató un sueño: se encontraba en un gran auditorio lleno de gente que iba a ser asesinada. Alguien se aproximó a ella y le dijo que estuviera lista porque venía su turno. Se sentía muy tranquila