Yo fui la elegida. Begoña Ameztoy
si de una amnesia premeditada se tratara, en mi cerebro no quedaban vestigios de mi remota niñez. Y de pronto, por una serie de circunstancias extrañas y azarosas (o no tan azarosas) aparecían los recuerdos blancos y resplandecientes de aquel tiempo, como en un impoluto lienzo recién comprado. Poco a poco llegaban hasta mí, irreconocibles algunos, distorsionados otros, mutilados a veces, esperando ser consolados y curados. Recuperar la infancia es la manera más completa de conocernos en profundidad a nosotros mismos, desenterrar misterios, desentrañar interrogantes, desterrar miedos. Encontrar el tesoro que ocultamos en algún viejo arcón de la memoria. Nunca seremos más bellos, ni más perfectos que en la niñez. Salir en busca del tiempo perdido, del Arca Perdida. Esto es todo lo que tenemos que hacer en esta vida.
Entraba en el pueblo en el momento que sonó mi móvil. Era Antoine, conecté el manos libres.
–Te echaba de menos, qué raro que no me hayas llamado antes.
–No quería molestar, tenías la entrevista ¿no?
Estaba segura que algo más ocurría, pero no le di importancia.
–Sí, acabo de bajar de Aránzazu.
–¿Qué tal el cura?
–No es cura, es fraile.
–Bueno, qué más da.
–Claro que da... un día te cuento la historia de los Dominicos. Es alucinante –le oí resoplar–. Vale –proseguí–. Todo muy bien, lo he conseguido. El cura-fraile acepta el change.
A pesar de la excelente opinión que Antoine tiene de mis aptitudes para todo lo protocolario y lo paranormal, creo que no lo esperaba.
–¡Ah!, estupendo, me alegro mucho.
–Sí, estoy contenta. Mañana hacemos el intercambio. He visto el diario, es acojonante, Antoine. Tienes que presentarme algún director de cine, o productor o algo. Esta es la historia del siglo.
–¿Se lo has dicho a tu primo Marcos?
–No, aún no.
–También tenéis que decidir qué hacemos... bueno... que hacéis –rectificó– con lo de París. Ayer por la noche me llamó la secretaria de Graciela Sorel, quieren que volvamos, se quedaron encantados con la visita.
¡Claro! Esa era la sorpresa que me ocultaba. Seguro que él estaba deseándolo, pero yo no tenía ninguna intención de acompañarle.
–¿Volver otra vez? Joder, qué aburridos deben estar. Me temo que los ricos, como no tienen que trabajar, se aburren más que los pobres.
–Ja, ja... no lo había pensado, pero es posible.
–Ahora mismo no sé qué decirte.
–Parecías muy impresionada cuando te dijeron que tu bisabuela era médium ¿no?
Quizás estaba arrepentida ya de haber mostrado tanto interés.
–Bueno, sí, es posible. De todas formas, no creo que fuera médium.
–Graciela Sorel asegura que hay pruebas de que consiguió contactar con varios espíritus... y no solo eso...
–No me lo creo –le interrumpí–. Ya te digo, seguro que mi bisabuela también estaba muy aburrida.
–Ja, ja, eres increíble.
–Sí que me gustaría acompañarte, Antoine, pero ahora estoy liada con otras cosas.
–Con la historia de esa niña filipina ¿no?
–Bueno, más o menos. Pero sobre todo porque estoy segura que no hay nada que rascar. Lo único que quieren los parientes de mi bisabuela Victoriana es darnos por saco, por eso a mí también me encantaría joderles un poco. Pero en el fondo, yo creo que esto de Cartier lo hago solo por vanidad y porque mi familia vea en qué ambientes soy capaz de moverme.
–Qué mal concepto tienes de ti misma. No te maltrates así.
–No me maltrato, es la verdad y no me importa nada quedar mal. Ni siquiera contigo. Te aseguro que voy a procurar hacer siempre lo que realmente me apetezca. He descubierto que tengo una ínfima opinión de la especie humana.
–¿No crees que eres muy joven para llegar a esa conclusión?
–No creas. La edad tiene que ver más con las experiencias vividas que con la fecha de nacimiento.
Ignoro si será una necesidad de reafirmación o una cierta amargura, pero en el fondo siempre he sentido un gran placer en demostrar lo borde que puedo resultar.
Una vez más la risa incondicional de Antoine me recordaba su manera de hacerme saber cuánto necesitaba mi compañía. Nunca se escandalizaba por ninguna de mis intemperancias, o lo disimulaba bien. En todo caso, sus emociones eran muy distintas a las que yo sentía, pero nunca le prometí otra cosa. Jamás he entendido ni entenderé el amor como una servidumbre.
–Bueno, Antoine, te dejo, luego hablamos. Estoy muerta de sed, el cura-fraile no me ha ofrecido ni un puto vaso de agua. Voy a tomarme una cerveza por el pueblo.
–Vale, cherie. Llámame. Un beso.
No solo me sentía satisfecha por el resultado de mi entrevista con Demetrio Araquistain, sino exultante. Conseguiría el relato de la historia de Manay. Y, al mismo tiempo, estaba segura que el fraile haría circular aquellos manuscritos que ponían de manifiesto los verdaderos sentimientos y las razones del afecto del viejo Oteiza hacia mí.
Vivía un momento de plenitud. Lo único que echaba de menos era conocer alguien a quien confiar mis intuiciones, mis sueños y mis experiencias extrasensoriales. Ni por supuesto Antoine, ni mis primos Marcos o Lorena. Nadie que no hubiera vivido esas experiencias en primera persona sería capaz de comprenderlo. En todo ese tiempo ningún nuevo “contactado” se había cruzado en mi camino. Llegué a creer que “Ellos”, las inteligencias cósmicas, se habían olvidado de mí. O quizás algo mucho peor, yo les había decepcionado de tal manera que ya no estaban dispuestos a “protegerme”. Cuánto echaba de menos a Olga. Llevaba varios días pensando en llamarla. Tampoco había vuelto a saber nada de ella desde que se marchó a vivir a Madrid con su exnovio, el fiscal. La última noticia que tuve fue un wasap el día de mi cumpleaños: “Felicidades Mara, nunca olvidaré tantos momentos que hemos vivido juntas”. Era más que una nostalgia lo que sentía por ella. No solo la echaba de menos, necesitaba sus certeras intuiciones y sus sabios consejos.
Tan inquieta me encontraba en mi afán de reconocer “enviados” y “mensajeros” que había llegado a provocar situaciones ridículas. La última, apenas hacía una semana en un centro comercial de San Sebastián. Tendí la Visa a la cajera para abonar la factura.
–Necesito el DNI me dijo.
–Pero si ya no lo piden en ningún sitio.
–Aquí sí –respondió tajante.
Me pareció que su mirada era más penetrante de lo habitual. Busqué el carné en mi cartera y se lo ofrecí.
La cajera comprobó el nombre y me miró de nuevo.
–¿Te llamas Maravillas?
–Sí –respondí de pronto con todos los sentidos alerta.
–Nunca lo había oído. ¿Es muy raro, no?
Era una chica joven y atractiva. Llevaba un piercing discreto en la aleta de la nariz. Volvió a comprobar el nombre, se volvió y me sonrió. Sin duda era una actitud extraña. Entonces creí reconocer en ella a la mensajera que estaba esperando, la contactada que actuaría de intermediaria entre las “entidades cósmicas” y yo. Ni por su aspecto ni por su edad me parecía una elección acertada, pero en aquel instante recordé la frase de Raimundo Lullio: “Cuando menos lo esperas puede ocurrir algo maravilloso”. No estaba muy segura de que un mega centro comercial fuera el lugar más adecuado para que ocurriera algo maravilloso, pero de “Ellos”, los seres celestiales, podía esperarme cualquier