Silvia. José Memún

Silvia - José Memún


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de sorprenderme la habilidad que tenía para hacer dinero, ni la que tenía para gastarlo; lo hacía especialmente invitando al “intento de escritor de universidad pública” como me llamaba el muy canijo y, claro, con sus amiguitos pesados de la Anáhuac yo no podía competir. Siempre que se burlaba de mi carrera me hacía reír.

      De Silvia, sabía que le iba muy bien. Estaba concentrada en sus estudios y yo le di su espacio. Pero, aunque salí con otras chavas, nunca me sentí cómodo; sabía que mi lugar estaba con ella. Me quedaba claro que su papá no la dejaría quedarse eternamente en el exterior. Lo que nunca contemplé fue la realidad de la participación de él en sus decisiones: educada para sobresalir y ser independiente, acatar una orden iba en contra de todos los valores que le habían inculcado. Muy dentro de mí sabía que no volvería, no acorde a los planes originales; no estaba en ella seguir un itinerario. Esto me dolía profundamente, y por más anestesias que me aplicaba la gente que me decía que tenía juventud y vida por delante, mi corazón quería vivir el futuro con Silvia. Una vez al mes le enviaba una carta en la que le contaba mis cosas y aprovechaba para incluir un pétalo, como recordatorio de su vida en México.

      Álvaro nunca dejó de referirse a mí como “cuñado” y hasta me invitaba a comer de vez en vez. Le gustaba mucho leer y nos pasábamos horas discutiendo sobre algunos títulos que a ambos nos habían llamado la atención. Desde que nos conocimos me identifiqué con él, en mis épocas de videojuegos y en las tertulias en las que hablábamos de libros en su casa. Podíamos pasar veladas enteras debatiendo sobre los Aurelios Buendía de Cien años de soledad. Nos divertíamos, y de alguna manera yo aprendía mucho de él que, aunque era banquero y provenía de una familia muy adinerada, era un tipo de lo más sencillo y noble; le gustaban las cosas simples y la gente derecha.

      —Cuando hayas publicado y seas un gran escritor, no pierdas tu sencillez. Hay muchos lambiscones que sólo te hacen creer que eres algo distinto… Aguas con eso.

      —Que Dios te oiga, Alvarito, y que yo llegue a ser escritor… y ya luego vemos si me hago famoso o no.

      —Claro que Dios te va a ayudar, pero al final Él no es tu pluma ni tu cerebro. El que tendrá que pensar y escribir letras que formen palabras, palabras que se conviertan en frases y frases que se transformen en historias, eres tú.

      Recuerdo que quedé sumamente motivado con esa conversación. Con el tiempo me di cuenta de que además de tener mucha fe en mí, Álvaro era adicto a formar talentos. En su banco tenía todo un departamento de formación académica para capacitar a sus empleados. Un verdadero visionario y gran ser humano que se convirtió en mi mecenas, pues ese mismo día se ofreció para ser el patrocinador de mi primera novela. Le tomé la palabra.

      Después de varios meses me llegó una carta de Silvia. La verdad, yo nunca me involucré mucho en lo que hacía o en dónde estaba, porque no quería sufrir más. Yo era muy joven y no quería desperdiciar mis mejores años en un amor de juventud. “Un clavo saca otro” –más anestesia–, me decía mi mamá a diario. “Búscate una chamaca guapa, si no, ¿a quién le vas a dedicar tus escritos? Y esa música que escuchas, no creo que sirva de mucha inspiración”. Ace of Base retumbaba en toda mi recámara; repetía miles de veces “All that she wants” y cuando tenía un poco más de melancolía cambiaba por la cinta de Richard Marx y escogía “Now and forever”. Música para mi tristeza.

      —¡¡¡Mamaaá!!! ¡Qué cosas dices! No te oigo nada.

      —Tienes 21 años y tu corazón es una esponja. De seguro te enamoras de otra muchacha si tu Silvia no regresa pronto. Pero eso sí te digo, a vestir santos no te quedas. No te eduqué para que seas un solterón… Tú te me sales de esta casa vestido de novio, nada de andar viviendo solo. Además, vete… andas comprando rosas a una novia que está lejos, si es que sigue siendo…

      —No sé qué decirte, madre, te confieso que sí ando tronado… la extraño mucho.

      —Pues ¿cómo no? Estás encerrándote en tu cuarto lee y lee todo el tiempo… ¿De verdad tienes que leer tanto para la facultad? No vaya ser que con los libros te estés perdiendo de vivir tu propia vida —Me dejó mudo—. No tengas miedo, sal a vivir y ¡aprovecha tu juventud!

      —Va, te propongo un trato —Le dije ya payaseando—, si cuando acabe la carrera no he dejado de pensar en ella o no he conocido a otra chava, me invitas el boleto de avión a Oxford para ir a ver a Silvia.

      —¡Qué chistosito!

      Me faltaban dos años. En 1998 yo ya habría terminado mis estudios y para entonces Silvia ya estaría muy avanzada en su carrera, así que sería un buen momento para reunirnos. Claro, si nada se cruzaba en nuestro camino.

      LETRAS

      La tenía en mis manos y no sabía si abrirla, o no. La mandó a casa de Manuel junto con otras cartas para su familia. Él me llamó y me dijo que tenía en las manos un sobre con mi nombre… no esperé ni a que terminara de hablar cuando ya estaba tocando el timbre de su casa.

      —¿Dónde está? ¡Dámelo! —Le grité.

      —Hola, manito, primero salúdame, ¿no? —Me dio la mano y no me la soltaba. Yo estaba tan ansioso como nunca y mi corazón estaba a punto de explotar cuando lo puso en mi mano. Era un sobre pesado, al parecer tenía varias hojas. “¿Será que narró todas sus historias, desde que se fue, en una sola carta?”, reflexioné. “¿Y por qué no lo mandó directo a mi casa?”. Tenía sentimientos encontrados; por un lado, estaba enojado, toda esta intriga, y sin saber nada de ella en tanto tiempo… Pero por el otro, tenía un sobre en mis manos y me moría de curiosidad por abrirlo.

      —¿Qué? ¿No lo vas a abrir? —Me preguntó Manuel— Órale, mano, quiero saber qué te dice mi hermanita, ¡ábrelo!

      —No, la voy a leer solo, cuando llegue a mi casa. Después te cuento qué dice.

      Ya casi se completaba un año desde su partida. Se había ido en el verano de 1994 y esta era su primera carta. ¡Tantas cosas habían pasado!, pensé; nada más la famosa crisis del 94 había dejado a muchas de nuestras familias muy mal económicamente. Yo era estudiante, así que cuando subía el dólar me daba igual, pero en casa la perspectiva era diferente. Mi papá tuvo que reducir su personal a una secretaria. Era arquitecto y se dedicaba a la construcción, y siempre me decía que me entretuviera un rato, si así lo quería, escribiendo, pero que de seguro terminaría trabajando para él, continuando con el legado que él aún estaba construyendo.

      “¿Letras Hispánicas? ¿Qué es eso? Si lo que necesito aquí son arquitectos y abogados… Cuando te aburras, ya sabes, nunca es tarde para enderezar el camino”, me repetía en cada sobremesa. Comíamos juntos todos los sábados y siempre se echaba el mismo sermón, hasta mayo de 1995, cuando su constructora se redujo a nada. Los bancos se quedaron con casi todo y mi papá cambió su discurso “mijo, ¡ojalá escribas un libro de los buenos, para que nos saques de pobres!”.

      Era lunes cuando pasé por el sobre a casa de Manuel. Me regresé corriendo a mi casa, llovía fuerte esa tarde, así que llegué hecho una sopa. Pero no me importaba; me urgía estar solo para leer qué me había escrito Silvia. Abrí el sobre sin mucho cuidado y saqué una hoja doblada, de cuaderno amarillo, escrito a tinta azul. De inmediato reconocí su letra y me palpitó el corazón. Iniciaba con un “Para ti”.

      No había tenido la fuerza para escribirte antes. Perdóname por tenerte tan olvidado. Realmente aquí casi no hay tiempo para nada personal y hasta los fines de semana nos traen cortos con los trabajos. Desde que aterricé en Londres no veo el momento de tomar un avión para ir a verte, pero sabes que tenía que hacer esto y que ya habrá tiempo para nosotros. Mi roommate, Chris, me dice que aún somos muy jóvenes y que tenemos tiempo para todo. No sabes la impresión de llegar aquí; estuve tres días en Londres y decidí venirme en tren desde ahí. ¡Tienes que conocer! Estoy segura de que en cualquiera de los parques y monumentos encontrarías inspiración para tu novela. La gente es súper cool y todo mundo camina por las calles; te mueves en trasporte público para todos lados. Mi hotel estaba muy cerca de Piccadilly Circus, una plaza llena de


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