Sepulcros blanqueados. Guillermo Sendra Guardiola
—¡Vaya por Dios!
—Nunca mejor dicho. Pero aún tengo más —anunció el médico con cierta euforia mientras le mostraba el contenido de un pequeño cubilete—. Estaban en el estómago. El asesino le obligó a ingerirlos.
—¡La hostia! —exclamó, Gálvez, sorprendido.
—¿Sabes cuántos hay?
Gálvez asintió con un sutil movimiento de cabeza.
—Treinta y tres.
14
El estridente sonido del teléfono les sobresaltó. La hermana Aurora se apresuró a descolgar el auricular y colocárselo en el oído, pero seguidamente alargó el brazo.
—Un compañero suyo pregunta por usted.
Velarde, de pie, cogió el teléfono.
—Gálvez, ¿algo nuevo?
Escuchó con atención, prácticamente sin articular palabra.
Colgó el auricular al tiempo que volvió a sentarse frente a ella.
—En la habitación del hotel donde asesinaron al obispo encontramos sobre la cama, cuidadosamente extendida, la sotana, pero con los botones arrancados.
El rostro de ella mostró asombro.
—¿Por qué le arrancaría la botonadura morada? —preguntó—. ¿Qué sentido tiene?
—¿Morada? —arqueó las cejas el policía.
—Podría decirse que la sotana es el uniforme de diario o la ropa de trabajo de todo sacerdote; y son los colores los que identifican los distintos rangos existentes dentro de la jerarquía eclesiástica; son como los galones en un uniforme militar. La sotana siempre es negra para todo el clero, a excepción del santo padre, para quien es blanca. En consecuencia, esos colores distintivos se plasman en tres prendas: el fajín, la botonadura de la sotana y el solideo. Estas tres prendas cambiarán de color según la dignidad de su portador. Así, serán de color negro para sacerdotes y diáconos, morado para obispos y rojo para los cardenales.
Velarde escuchaba con la máxima atención aquellas reglas que le eran desconocidas.
—¿Quiere usted decir que cuando el señor obispo salió de su casa llevaba una sotana con botones morados, un fajín morado y un solideo morado?
—Así es. Botones forrados de tela color morado —puntualizó ella.
Él quedó, por un instante, en silencio.
—¿Qué es un solideo?
La religiosa sonrió.
—Es el pequeño gorro de tela de forma circular que cubre la coronilla. El solideo simboliza la dedicación en exclusividad a Cristo, por eso los cardenales y los obispos solo se lo quitan ante el Santísimo Sacramento o en presencia del papa en señal de respeto. Como bien sabrá —esbozó una ligera sonrisa irónica—, el solideo del papa es de color blanco, como el resto de su vestimenta.
De repente, el tono de voz de la monja devino sombrío.
—Usted dijo antes que los botones habían sido arrancados.
—Sí, todos, los treinta y tres.
—¿Han desaparecido? ¿Para qué los querrá el asesino?
—No, los tenemos todos.
—Por curiosidad, ¿donde estaban?
—En el estómago de don Gregorio.
A la religiosa se le escapó una mueca de repugnancia, un amago de arcada.
—El asesino se llevó consigo el solideo.
—¿Y la cruz pectoral?
—¿Cómo?
—Una insignia episcopal que simboliza la excelencia personal y la sumisión cristiana de su portador. Suele ser una gran cruz que pende del cuello.
Velarde se descubrió a sí mismo mirándola fijamente, casi absorto, disfrutando de sus explicaciones y de su voz aterciopelada.
—Aurora.
—¿Sí?
—Como verá…, preciso de su ayuda para resolver este caso.
15
—Resulta difícil de creer que un asesino se haya tomado tantas molestias para ejecutar su crimen —comentó el doctor Balmes.
—Cierto, ello significa que nos encontramos ante un asesinato de connotaciones personales. Parece una ejecución plenamente planificada —opinó Gálvez mientras aceptaba la cerveza que le era ofrecida por el médico.
Ambos se sentaron en sendos taburetes junto al cadáver.
—¿Quizá un ajuste de cuentas, una venganza?
—Puede ser. No cabe duda de que al asesino le guía una motivación personal. No le basta con matar, quiere dejarnos un mensaje. Reserva la habitación del hotel, consigue que vaya el obispo, lo deja inconsciente con el cloroformo, lo desnuda, lo ata a la silla, arranca los botones de la sotana y con un…
—Un laringoscopio —puntualizó el médico—, una especie de pequeña pala que separa la lengua y facilita la intubación. Es fácil obtener uno.
—Eso, con la ayuda de un laringoscopio y con mucha paciencia le introduce en el esófago, uno a uno, los treinta y tres botones.
—Así es, el rasguño que le hemos encontrado en la faringe confirma que utilizó un laringoscopio para despejar la vía al esófago y así introducir los botones. Por lo demás, puede resultar un trabajo meticuloso, pero no complicado, pues el diámetro del botón es de dos centímetros, mientras que el del esófago en una persona adulta es de tres centímetros.
—Por eso inmovilizó al obispo en una silla, para que la gravedad hiciese el resto: que todos los botones llegasen al estómago.
—Sí que es un caso extraño —aseveró el médico forense mientras apuraba su botellín de cerveza.
De repente, la puerta de vaivén se abrió y apareció una enfermera.
—¿El subinspector Gálvez?
—Sí. —El policía se levantó de su taburete.
—Han llamado por teléfono desde la Jefatura de Policía. Quieren que vuelva al hotel donde se produjo el asesinato.
16
Velarde se aflojó el nudo de la corbata mientras deambulaba de un lado a otro del despacho.
La religiosa seguía sentada. Inmóvil. Cabizbaja, Esperando nuevas preguntas con las que poder ayudar.
El policía sacó del bolsillo izquierdo de la chaqueta su bloc de notas. Lo abrió por una página en concreto.
—Lo más inquietante de todo es la inscripción de la frente.
La monja levantó la cabeza como si le hubiesen accionado algún tipo de resorte, mostrando interés.
—¿Cómo? ¿Le escribió algo en la frente?
—Sí, creemos que utilizando un bisturí.
—¿Le realizó cortes en la frente? —prorrumpió con repulsa—. ¡Es un sádico!
Y se santiguó de forma ostensible.
—Puede ser. Le talló en la frente lo siguiente...
Y Velarde colocó sobre la mesa, frente a ella, el bloc abierto por la página donde estaba anotado el extraño código:
—¡Quince, trece, once! No parece una fecha.
La religiosa cogió el bloc con