¿Evasión o expulsión?. María del Carmen Parrino

¿Evasión o expulsión? - María del Carmen Parrino


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de concluir los estudios en el nivel de la educación superior, para los estudiantes en un rango de edad entre los veinticinco y los veintinueve años, si su ingreso per cápita corresponde al primer quintil, no supera el 1% sobre el total de graduados en el nivel correspondiente. Es posible observar, en esta selección de países de América Latina, que, tanto en el caso de países con educación superior gratuita, como ocurre en la Argentina y en Uruguay, cuanto en el caso de Brasil, con educación superior mayoritariamente privada, o paga, como en Chile, los estudiantes que pertenecen a la quinta parte de la población con menores ingresos, aun cuando tengan posibilidades de acceder a la educación superior, tienen serias dificultades para finalizarla con la graduación.

      Si se consideran los logros educativos para Argentina según el informe de Unesco (2011), el cuadro distribuye la población con veinticinco años o más según el nivel educativo alcanzado; puede observarse que, si bien las tasas de matrícula bruta o de cobertura para la educación superior son altas en relación con otros países latinoamericanos, no así las tasas de graduación, que no alcanzan más de 13,7%.

      4. La deserción desde distintas perspectivas

      La perspectiva social

      La ubicación que poseen los estudiantes y sus familias, en determinadas coordenadas de la escala social y del espacio social, condiciona y limita de diversas formas sus opciones de logros. Puede abordarse su análisis desde los conceptos desarrollados por Bourdieu (2010). El espacio social es el espacio donde están distribuidos los sujetos dispuestos según un sistema de posiciones sociales relativas, determinadas unas respecto de otras (Giménez, 1997). En este espacio social, los agentes se ubican según sus posesiones de capital económico y de capital cultural, y ajustan sus prácticas en relación con la posición en la que se encuentran. De esta forma, el espacio social articula los diferentes campos donde los agentes están ubicados según su capital.

      Bourdieu (2010: 28) define el espacio social de la siguiente manera:

      Un conjunto de posiciones distintas y coexistentes, exteriores las unas respecto de las otras, definidas las unas en relación con las otras, por vínculos de proximidad, de vecindad o de alejamiento, y también por relaciones de orden como debajo, encima y entre […]. El espacio social es construido de tal modo que los agentes o grupos son distribuidos en él en función de su posición en las distribuciones estadísticas según los dos principios de diferenciación […]: el capital económico y el capital cultural […] los agentes se encuentran allí empleados de tal manera que tienen tanto más en común en estas dos dimensiones cuanto más próximos están, y tanto menos cuanto más separados.

      Los campos son esferas de la vida social donde los actores participan activamente, y en tanto espacio social es una red de posiciones definidas (Giménez, 1997). A cada campo le corresponde un tipo de recurso y de capital. Los recursos pueden ser de naturaleza económica, cultural o social, al igual que el capital.

      El capital cultural definido está dado por la totalidad de los activos culturales que posee el sujeto y que fue acumulando a lo largo del tiempo. Una parte de este capital se denomina interiorizado o incorporado; es aquel que el sujeto ha absorbido de su familia y se encuentra bajo la forma de disposiciones duraderas en el organismo. Este capital tiene un aspecto tangible dado en la forma de bienes culturales transmisibles, como los libros, que Bourdieu denomina en estado objetivado. La forma intangible del capital cultural está expresada en forma de conocimientos, y puede existir en estado institucionalizado en forma de diplomas y títulos recibidos de una institución (Perrone y Propper, 2007). Pero ambos aspectos del capital cultural actúan sobre el sujeto para favorecer sus posibilidades de aprendizaje o para dificultarlas.

      El capital económico está dado por su valor en moneda, pero también por activos económicos, infraestructuras y bienes intercambiables, que definen las posibilidades que tiene el sujeto en cuanto a la utilización de nuevas tecnologías y al acceso a material de última generación, que también influye en sus posibilidades de rendimiento académico. Otro capital que define Bourdieu es el capital simbólico, dado por valores como el honor, la honradez y la generosidad. Los diferentes capitales son intercambiables; es decir, pueden ser transformados en capital económico, y viceversa; por ello, por ejemplo, la obtención del título universitario resulta sumamente importante para el sujeto (Bourdieu, 2010).

      Se utilizan los conceptos de Bourdieu de espacio social y espacio simbólico para comprender los distintos caminos que siguen los estudiantes en relación con sus elecciones y con sus decisiones, ya que sus caminos están predeterminados de alguna forma por las escuelas que transitaron en su infancia y en su adolescencia, por el capital escolar acumulado, por el capital cultural recibido en su familia, por la elección de su carrera universitaria y por el valor otorgado al logro de obtener el título en el medio familiar. Desde la perspectiva de Bourdieu, los procesos sociales y sus prácticas están multideterminados, y por ello su explicación se realiza desde un análisis simultáneo que vincula los elementos culturales con los económicos. Los campos sociales son espacios con instituciones y leyes de funcionamiento propias.

      El sujeto construye el mundo, lo comprende y lo percibe a la vez. La adquisición de un oficio o una profesión le confiere un capital que está dado por la combinación de distintos capitales culturales, económicos y escolares. De esta forma, logra alcanzar una determinada posición, pero también es posicionado (Bourdieu, 2010: 10). Las personas están sujetas o predeterminadas a ciertas cuestiones y relaciones, como si el destino las ubicara en un determinado lugar del espacio social, y los sujetos actuaran y realizaran elecciones según esa ubicación que tienen en el campo. Sin embargo, la universidad, como institución, está definiendo, según las políticas que establece, las oportunidades de los alumnos, al menos en cierto grado. Entonces, una política universitaria puede modificar las oportunidades de los estudiantes y cambiar el futuro del sujeto. Si bien es posible modificar algunas variables, como la distribución económica o la formación previa adquirida en las sucesivas etapas escolares, la respuesta que el estudiante tiene sobre las opciones es un juego dialéctico entre la predeterminación y la posibilidad de cambio; es en este sentido donde se abre espacio este trabajo. La política universitaria es una variable que actúa sobre el destino del estudiante y puede ser modificada desde las instituciones o desde el sistema universitario, una vez que se tiene conciencia de ello.

      Es desde la educación como se pueden romper las estructuras preestablecidas socialmente, una vez que se toma conciencia de los mecanismos a los que se encuentran sometidos los sujetos. Sólo desde este análisis, desde su comprensión y sumando fuerzas en conjunto desde distintos lugares de la sociedad, y aceptando las diferentes responsabilidades en los procesos, es posible incorporar mecanismos de solución que atenúen, lentamente, para resultar paliativos después, en la medida en que se puedan instrumentar a través de políticas públicas y educativas en ese sentido, y a través del accionar conjunto de gobiernos e instituciones. Juan Carlos Tedesco (2010) plantea que la fuerza de las reformas en educación vienen desde arriba, es decir, son impuestas por los gobiernos; pero también existen fuerzas en tensión con ellas, que vienen desde abajo, es decir, desde las bases, desde los reclamos sociales que manifiestan quienes se ven impedidos de llegar. Los gobiernos y las instituciones deben respuestas efectivas a los estudiantes que transitan sin rumbo las aulas universitarias.

      No se puede impedir el fracaso de los estudiantes, pero sí se puede tratar de reducirlo. Las universidades justifican su existencia como tales en tanto otorguen educación y formación a los estudiantes, y no sólo su escolarización; por ello es necesario analizar el problema en profundidad y las consecuencias educativas que provoca (Tinto, 2006b).[5]

      La necesidad de profundizar en el estudio del fenómeno de la deserción o el abandono universitario requiere formular algunas aclaraciones para acordar previamente las pautas de su abordaje, a la vez que revisar las distintas perspectivas de análisis de los diferentes autores. La complejidad del fenómeno dificulta una definición clara, y una dirección y un sentido ordenado que permita identificarlo, catalogarlo y posteriormente operativizarlo y calcularlo, para obtener una medida de su magnitud; tarea ésta que se pretende desentrañar.

      Bajo el denominador común de la deserción, se


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