Pensar en escuelas de pensamiento. Libardo Enrique Pérez Díaz
que conoce de modo transparente y que da cuenta de la realidad a plenitud sin aceptar los determinantes contextuales.
Se puede afirmar que esta nueva mirada pone en suspenso el predominio de una epistemología centrada en un cosmos y un microcosmos, es decir, asentada en la unidimensional relación universo-hombre, concebidos, además, desde un sujeto y un objeto completamente separados que se vinculan únicamente por medio de la acción del sujeto sobre el objeto.
Tal vez, y sin ser muy evidente, lo que se estaba incubando hacia los cincuenta del siglo XX era la emergencia revolucionaria de la transdisciplina. Aparecía con cierta fuerza lo que sería el camino para el rompimiento con la concepción epistemológica disciplinar dogmática y sus categorías fundamentales, ahora se trataba de concebir y entender el desarrollo del sujeto como observador-parte, se iniciaba el tránsito desde la concepción de una entidad que conoce desde un afuera como burbuja hacia una entidad que en cuanto sujeto forma parte de y se relaciona e inter-actúa con el objeto a conocer.
Se introduce así la noción de sujeto observador desde una perspectiva histórica, situada. Se reconoce que los acontecimientos de eso que se llama “realidad” ocurren simultáneamente y en estrecha relación con la condición espacio-temporal del Sujeto, que deja, por tanto, de ser universal para convertirse en un observador situado, esto es, en un ente situado, contextualizado. Que actúa formando parte, que influye y determina, pero al mismo tiempo resulta influido y determinado. Al parecer en el siglo pasado se abrió una puerta y se crearon condiciones para que se pusieran en suspenso las concepciones y prácticas derivadas de la cosmovisión disciplinar.
¿Por qué pensar en, pensar desde y hacia lo interdisciplinar y lo transdisciplinar?
Considero interesante iniciar este aparte poniendo en tensión la perspectiva de Nicolescu cuando afirma que “La disciplinariedad, la pluridisciplinariedad, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad son las cuatro flechas de un solo y mismo arco: el del conocimiento” (1996, p. 37). En oposición a este planteamiento pienso que es más preciso entenderlas como diferentes maneras de ver, como distintas cosmovisiones y, en este sentido, vendrían a ser distintos arcos a partir de los cuales se ponen en acción las flechas del conocimiento; el arco y el arquero, influidos por sus contextos, determinan la dirección y el sentido de las flechas y establecen, además, el propósito y los efectos de cada lanzamiento.
El conocimiento es un producto cultural y, como tal, responde a un conjunto de maneras de ver y de ser, supeditadas a los acumulados culturales de un grupo social. No es el conocimiento de modo unidireccional y exclusivo el que determina las maneras de conocer, son las distintas formas que se utilizan para construir el conocimiento las que definen los tipos de conocimiento, no obstante, es importante recordar que el conocimiento producido, en cuanto elemento constitutivo de la compleja integridad cultural, genera un feed back que influye en las maneras de conocer.
Lo interdisciplinar
No es fácil desprenderse de la carga histórica que ha generado la perspectiva disciplinar del conocimiento y sus efectos en la asunción del mundo. En este sentido encontramos la multidisciplinariedad, entendida como un accionar del conocer referido a la concurrencia de varias disciplinas que apostadas frente a un fenómeno, cada una lo lee desde su segmento clara y deliberadamente parcelado para emitir un juicio de verdad centrado en lo disciplinar. Esto, por supuesto, sin ningún interés de encontrar puentes, imbricaciones, bisagras y menos integralidad en el fenómeno leído. En tal sentido, llama la atención que la cosmovisión multidisciplinar intenta sobrepasar las fronteras disciplinarias, pero su objetivo principal se mantiene en la investigación disciplinar.
Ubicada en una perspectiva distinta, la interdisciplinariedad, más allá de las denominaciones que usualmente se hacen, tiene su centro en el prefijo inter, asumido por la Real Academia de la Lengua Española como entre, de entre varios. Así, en lo que a esta reflexión concierne, se entiende la interdisciplinariedad como un proceso de construcción en el que múltiples disciplinas se ponen en juego para inter-actuar con fines de co-construcción desde sus lógicas, sus métodos, sus contenidos y sus objetos.
La lógica-cosmovisión interdisciplinar supone un reconocimiento de la complementariedad de las disciplinas, comporta re-conocer que a partir del conocimiento profundo de las disciplinas se pueden establecer vínculos más rigurosos que a modo de complementariedad, de aleación, pueden enriquecer la dinámica interdisciplinar como ocurre cuando se funde el carbono con el hierro para producir acero. “Cuanto más aprendamos acerca del mundo y cuando más profundo sea nuestro aprendizaje, tanto más consciente, específico y articulado será nuestro conocimiento de lo que no conocemos, nuestro conocimiento de nuestra ignorancia” (Popper, 1972, p. 53). Esto implica, a su vez, un reconocimiento de la existencia de otros segmentos de la realidad que no pueden ser asumidos de manera particular por una disciplina en sí misma y por sí misma.
Entre más y mejor se conoce la disciplina particular, más y mejor se sabe de su imposibilidad para explicar como totalidad eso que llamamos realidad y más fácilmente se puede expresar el help me conceptual, epistemológico, metodológico y de praxis, requerido como condición frente a las otras disciplinas. En el proceder interdisciplinar se puede identificar, adicionalmente, un valor agregado en cuanto a humanidad en formación, en cuanto a humildad, y en consecuencia, en cuanto al reconocimiento de la otredad como complementariedad sistémica.
A diferencia de la multidisciplinariedad, los procesos auténticamente interdisciplinares comportan la necesidad de una interacción que imbrica, que genera bucles de correspondencias y reconoce los segmentos de no correspondencia, que potencia las continuidades y las discontinuidades, mostrándose, al final, como un encuentro atravesado por una clara fusión parcial-consciente, orientada hacia la generación coordinada de nuevas posibilidades hermenéuticas y la producción de opciones colaborativas para interpretar e intervenir un conjunto fenomenológico.
Como en las galaxias, en las moléculas y en los átomos, los aparentes vacíos que existen entre las disciplinas son grandes potencialidades para nuevas realizaciones. El reto no es despojarse de la investidura disciplinar como si fuera una coraza virulenta, por el contrario, es indispensable asirla a tal nivel de profundidad que deje ver su incompletud y explicite la necesidad de ser completada desde otras disciplinas igualmente rigurosas e indiscutiblemente incompletas.
¿Y la transdisciplinariedad?
Lo interdisciplinar no es un pre-requisito en la concreción transdisciplinar, es un segmento sistémico que opera como determinador mientras es determinado por los saberes no disciplinares y no formales. En el mutuo acogimiento transdisciplinar las diferentes formas del conocimiento se transconstituyen como metaexpresiones óntico-epistemológicas y ontológico-epistémicas, permitiendo así la posibilidad de adentrarse integralmente en problemáticas complejamente fácticas. No es la ocurrencia previa e independiente de la interdisciplinariedad lo que determina la gestión transdisciplinar. Esta se puede entender como un salto cualitativo del conocer en el que desde las disciplinas, asumidas como incompletudes, se establece una conversación epistémica entre sí y con los saberes no disciplinares, a fin de enriquecer las posibilidades de comprensión sistémica en los diferentes segmentos de las realidades existentes y de posibilitar mejores maneras de intervención para la solución de problemáticas fundamentales de la humanidad como devenir en formación y como realización situada y co-laborativa de los distintos núcleos sociales que configuran la especie.
Tal como aquí se entiende, la interdisciplinariedad es un segmento-parte de la praxis transdisciplinar. Así, su ocurrencia, su nivel de facticidad, más que una condición preliminar, obedece a la simultaneidad provocada por la interpelación originada en los saberes no disciplinares, interpelación que al producirse también recibe el influjo de las disciplinas como crisoles en interacción, como referentes referenciados que se disponen horizontalmente reconociéndose entre sí, para asumir sus lugares de complementariedad y reconocer los espacios que pueden ser ocupados por otros saberes más allá de las disciplinas mismas y de sus interacciones.
La ruptura epistemológica, representada en la asunción de una cosmovisión transdisciplinar, facilita el abordaje de un camino mucho más significativo, pero, así mismo, mucho más exigente. El camino como manera de ver, como otra manera de construir conocimiento