Pensar en escuelas de pensamiento. Libardo Enrique Pérez Díaz

Pensar en escuelas de pensamiento - Libardo Enrique Pérez Díaz


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un horizonte teleológico-humanizador sobre la base de la subvaloración o negación de la dimensión espiritual, intuitiva y trascendente de los integrantes de la especie.

      Como acogida mutua, la trasdisciplinariedad se puede entender como una bella expresión de caridad pluridireccional que implica una perspectiva de desarrollo centrada en la persona y de la cual se entiende su realización solo en coordinación con los sujetos reconocidos como acreedores del bien o bienes producidos en el proceso. Esta postura contraviene y se plantea como alternativa al oscurecimiento dogmático y alienante que, desde múltiples enfoques del desarrollo, se le endilgan a los medios y a los instrumentos para librar la voluntad humana de la responsabilidad que le es propia por la involución social y el detrimento de la humanidad asociados a las acciones de quienes lideran los supuestos procesos de desarrollo.

      Un enfoque de lo transdisciplinar alimentado por el entendimiento de lo humano, como potencia realizable en contexto, permite ver con mayor claridad que las problemáticas sociales, desde las más complejas hasta las que puedan ser consideradas más simples, devienen no solamente de la ausencia de conocimientos y pensamientos congruentes con las necesidades humanas, sino también, y en alto grado, de la falta o ausencia de fraternidad que debe caracterizar las interacciones entre los miembros de la especie y de estos con los demás factores que constituyen el ecosistema planetario.

      La fraternidad es un factor determinante en el marco de las acciones caritativas desde una mirada transdisciplinar. Ambas pueden ayudar no solo a reconfigurar las verdades que orientan los pensamientos y actuaciones, sino a construir y fortalecer el sentido de lo humano desde el reconocimiento explícito de la diversidad de pensamientos, de formas de ver, de maneras de construir, de formas de sentir. Y todo esto, a partir de una consciencia y disposición colectiva para complementarse y enriquecerse mutuamente, dignificando las condiciones de vida de quienes son cercanos e, incluso, de aquellos que no lo son tanto. Así, al reconocer y acoger al otro en su plena legitimidad y diferenciación, la fraternidad deviene en un acto de profunda ternura.

      El interés por el otro no debe ser una preocupación, sino una ocupación, no tiene mucho sentido quedarse en la abstracción del deber solidario, lo realmente importante e indispensable es el ocuparse del bienestar de las personas concretas, de un contexto determinado, de los integrantes de mi más cercana colectividad, por ejemplo, y con ellos salir en la búsqueda de soluciones construidas con y para otros colectivos. Juan Pablo II en la carta encíclica Evangeliun vitae lo manifiesta de modo radical afirmando que: “No puede tener bases sólidas, una sociedad que —mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz— se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada” (citado en Benedicto XVI, 2009, p. 25).

      La fraternidad que emerge de la caridad basada en lo transdisciplinar trae consigo la salvaguardia de la integridad y la libertad del ser humano en interacción fraterna con todos los miembros de los colectivos a los que pertenece, así como de estos colectivos entre sí. Todos debemos comprender y asumir que además de ser responsables del sí mismo, también somos responsables de los otros y de lo otro; máxime si, como en el caso que nos ocupa al pensar en escuelas de pensamiento, somos protagonistas de un proceso que se pretende deliberadamente formativo.

      ¿Y... por qué complejidad?

      El universo como ecosistema y los mundos que lo configuran son expresiones complejas que obedecen a mecanismos de ordenamiento cósmico en interacción con las capacidades de intelección asentadas en el encéfalo humano, en sus interconexiones con los demás componentes del sistema nervioso y de este con los diferentes segmentos y niveles fenomenoménicos que cohabitan y se imbrican en los distintos niveles de las realidades y mundos posibles. “La complejidad nos aparece, ante todo, efectivamente como irracionalidad, como incertidumbre, como angustia, como desorden” (Morin, 2004, p. 15).

      Aunque en algunos casos caóticos las realidades se “ordenan” y nos muestran panópticos que subvierten la unidimensionalidad, tienden hacia la complejidad que caracteriza el universo como un multiverso y se cataloga al ser humano como un “tercero incluido” (Nicolescu, 1996, p. 40). Como tal, se esclarece la multidimensionalidad de las realidades más allá de su ocurrencia en sí, al expresarlas desde una traducción hermenéutica que incluye al sujeto que la plantea en cuanto lector y objeto de traducción de los fenómenos que lo constituyen o lo interpelan, al interactuar con él en una realidad co-construida. Así, la noción de tercero incluido supera la relación unidireccional y biunívoca sujeto-objeto.

      A las lógicas del transcurrir fenomenológico de la realidad compleja y multidimensional, les subyacen un conjunto de congruencias perceptuales que crecen hacia el establecimiento de los correspondientes niveles de representación y concienciación ligados a la experiencia transdisciplinar. Estos, al actuar como tentativas de aprehensión de los múltiples niveles de la realidad, suponen lógicas caracterizadas por la superación unidireccional de la inducción o la deducción y se asientan también en una lógica de carácter abductivo, de descubrimiento rizomático apoyado en la intuición, en una heurística que trasciende la racionalidad per se y se engendra aprovechando la sensibilidad metafísica del espíritu cognoscente.

      En lo que respecta al tercero incluido, ya no se trata de la lógica de los opuestos. Si se parte de una perspectiva sistémica, la oposición como tal no existe, cada fenómeno, cada factor, cada componente de eso denominado “realidad” se encuentra, de un modo u otro, imbricado con todos los demás. Así, considerar la oposición no es más que la imposibilidad de identificar y reconocer que no se puede ser opuesto a sí mismo. Esto conlleva el conflicto representado en la asunción de A como opuesto a A, dado que no-A viene a ser también parte de A, a propósito de sus interacciones, inter-conecciones y mutua determinación.

      “En la lógica del tercero incluido los opuestos son más bien, los contradictorios: la tensión entre los contradictorios edifica una unidad más amplia que los incluye” (Nicolescu, 1996, p. 25). Esta postura da cuenta, precisamente, de que no hay opuestos y cabe poner en duda, incluso, lo contradictorio, que desde la complejidad, tal vez, debemos entender mejor como complementario. Esta superposición de lo opuesto sobre lo complementario ha provocado segmentaciones culturales inadecuadas e inconvenientes, una de ellas tiene que ver con la diferenciación taxativa que se produjo entre lo que era considerado ciencia y el humanismo como escenario de formación del ser humano.

      ¿Cultura científica y cultura humanista?

      En la tradición epistemológica positivista la cultura científica y la cultura humanista se han concebido como dos mundos separados y a veces irreconciliables. Por un lado, la ciencia es entendida como la expresión más excelsa de la racionalidad, como el culmen de la cogitación y la realización de la inteligencia formalizada, sistemática y rigurosa. Por el otro, la cultura humanista se centra en el ser, en la formación como posibilidad de humanización continua de los individuos a partir de su interacción con otros individuos y con los factores que caracterizan los contextos de realización de la humanización en curso.

      No existen, en cuanto ocurrencia fenomenológica, culturas científicas y culturas humanistas, culturas disciplinares, multidisciplinares, inter-disciplinares y transdisciplinares. La cultura, entendida como la totalidad del producto de la inteligencia humana, es multidimensional, multinivel, multirreferencial, es decir, es transdisciplinar, transperceptual y transrepresentacional. Más que diversas culturas humanas, lo que existe son diversas expresiones de la inteligencia y de la experiencia humana como cultura de la especie.

      Estas múltiples expresiones se complementan y enriquecen cuando se vinculan de modo deliberado sobre la base del factor común que las identifica: el ser humano en cuanto tal. “Cada cultura es la actualización de una potencialidad del ser humano, en un lugar bien determinado de la tierra y un momento bien determinado de la historia” (Nicolescu, 1996, p. 89).

      Asumir el conocimiento sobre la base de la existencia de fenómenos complejos que no solamente lo son por su diversidad y sus multivariadas dimensiones y niveles, sino porque además incluyen al sujeto cognoscente, presupone la realización de una civilización distinta. Como ya se expresó, cuando la cosmovisión sobre la realidad cambia, la realidad misma cambia. Esto produce efectos que trascienden


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