Pensar en escuelas de pensamiento. Libardo Enrique Pérez Díaz

Pensar en escuelas de pensamiento - Libardo Enrique Pérez Díaz


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una hermenéutica relacional resulta sumamente útil porque

      no se centra en la sola diferencia sino balanceándola con la identidad; pero acepta que la diferencia predomine, solo que, para no caer en el equivocismo, pide de esa diferencia equilibrada o catalizada con la tensión hacia la identidad, en lo cual consiste la semejanza o analogía; por eso una hermenéutica analógica ayudará a privilegiar esas diferencias, pero sin perder la capacidad de verlas al trasluz de algo que, a partir de las semejanzas las unifique y vea lo universal, llámese condición humana, naturaleza humana o como sea. (Beuchot, 2010, pp. 70-71)

      El tránsito hacia lo transdisciplinar implica una racionalidad que toma como núcleo central el entretejido de relaciones ontológicas, epistemológicas, lógicas y metodológicas que emergen desde el análisis de la realidad que se realiza con un carácter interdisciplinar al abordar problemas multidimensionales.{22} La permanencia de estas relaciones debilita las fronteras estables entre las disciplinas que en un marco sistémico constituyen nuevos enunciados, conceptos, modelos y teorías que trascienden la yuxtaposición por el carácter cooperativo que es inherente a las diferentes perspectivas. Generalmente tal dinámica hace surgir nuevas disciplinas, este ha sido el caso de la bioética, los estudios culturales, los estudios de desarrollo, etc.

      A manera de síntesis de lo hasta ahora expuesto, se propone el esquema de la figura 1; para el caso de la multidisciplinariedad, el problema de la realidad concreto es representado por un poliedro terráqueo que expresa el claroscuro en que ha de ser abordada, y la disciplinas que lo abordan están simbolizadas por poliedros de diferentes colores que encuentran inicialmente aristas de encuentro con su objeto de estudio y establecen un diálogo preliminar; en cuanto a la interdisciplinariedad, se evidencia un diálogo, una cooperación que establece semejanzas y diferencias, las primeras matizan los colores disciplinares siendo estos afectados por la tonalidad de la realidad misma, que tiende a generar un nuevo color, sin embargo, aún puede percibirse la diferenciación propia de los tonos de cada disciplina en tanto que el poliedro terráqueo no abarca el objeto de estudio disciplinar; finalmente, la transdisciplinariedad se simboliza con una nueva tonalidad que resulta de interrelacionar la gama de los tres colores de tal manera que se debilitan las fronteras disciplinares y emerge un objeto de estudio, con una nueva manera de ser abordado.

      Figura 1. Transición de lo multidisciplinar a lo interdisciplinar y transdisciplinar

      Fuente: elaboración propia.

      Prácticas, comunidad y tradición

      en la inter-transdisciplinariedad y las escuelas

      de pensamiento{23}

      La transición ya esbozada de la disciplinariedad a la transdisciplinariedad implica un aprendizaje que se realiza a través de prácticas, comunidades y tradiciones, esto significa que dicha formación no consiste solamente en una información teórica que hubiera que impartirse dentro de un marco institucional académico. Este aprendizaje emerge cuando las personas que hacen parte de una comunidad específica{24} se insertan en un ethos, es decir, en un ambiente fértil, moralmente denso, humanamente acogedor, que abra caminos para la autorrealización y sea capaz de suscitar el entusiasmo para abordar proyectos que se enmarquen en lo que se configura dentro del ámbito de la responsabilidad universitaria.

      El ethos enunciado es la síntesis de bienes, virtudes y horizontes de sentido que se entrelazan para determinar un estilo de vida, una verdadera cultura universitaria, un modo panorámico de percibir y abordar el entorno social y el mundo, que se han de evidenciar en la formulación y materialización de todo proyecto educativo institucional.

      El aprendizaje que toma como referente la transición a la interdisciplinariedad y a la transdisciplinariedad demanda, además, la intencionalidad de enseñar y aprender las prácticas que le son inherentes, alcanzando objetivos de carácter personal, comunitario y social. De allí la pertinencia de la noción de escuela, porque en ella las prácticas están llenas de intencionalidades, se busca generar hábitos y con los hábitos fortalecer las costumbres académicas, culturales y sociales.

      Alasdair MacIntyre (1992, p. 274) considera que el desarrollo de cualquier tarea educativa implica analizar los elementos que configuran su contexto, entendidos como entornos humanos próximos, lo cuales son caracterizados como el conjunto de prácticas, comunidades y tradiciones,{25} en los que se elaboran concepciones y criterios de justificación racional, y en donde las instituciones universitarias deben ser campos abiertos para el conocimiento y el continuo diálogo tanto interno como externo —esto es con la sociedad—, suscitando espacios de democratización de los saberes.

      Las prácticas son concebidas como “formas de actividad humana socialmente establecidas” (MacIntyre, 2001, p. 233), con cuatro características principales: a) coherencia, han de ser actividades en las que haya una estructura racional consistente de fondo; b) complejidad suficiente para proporcionar un cierto enriquecimiento a los participantes en ellas; c) sistematicidad, tienen que haber llegado a un mínimo de estructuración e interdependencia, y d) cooperación, han de ser actividades con una participación cooperativa suficiente.

      Estos cuatro elementos son fundantes tanto en el tránsito de lo disciplinar a lo inter-transdisciplinar como en la constitución de escuelas de pensamiento. Un ejemplo de prácticas se encuentra en el establecimiento y la profundización de reflexiones que identifiquen las relaciones de coherencia entre los referentes ontológicos, epistemológicos e institucionales que han de articularse para que la universidad aborde la multiplicidad de aristas de las realidades poliédricas que le corresponden y sus interrelaciones; las relaciones de correspondencia entre los referentes adoptados como resultado del diálogo que hace emerger la inter-transdiciplinariedad y las realidades inmersas en los campos de indagación y en problemas concretos de carácter multidimensional, y las relaciones del uso que puedan darse a una racionalidad inter-transdisciplinar, materializadas en experiencias concretas insertadas no solamente en el rigor investigativo, sino, especialmente, en la democratización de los saberes y la incidencia con soluciones concretas a las problemáticas del contexto sociocultural en el que se está inmerso.

      Toda práctica tiene sus propios bienes internos; son modelos de excelencia que comportan un ideal de futuro (de carácter teleológico). Pero cada práctica tiene su propio modo de entender los bienes que con ella se alcanzan, supone aprendizaje, cierto apoyo en el pasado. Esos bienes tienen la virtualidad de dirigir adecuadamente dentro de la práctica las conductas de los que participan en ella (la definen parcialmente); se especifican en un orden y en unas reglas internas.

      El resultado natural de la colaboración en las actividades que se enmarcan en un ámbito como las escuelas de pensamiento es que los bienes y fines que lleva consigo (internos, específicos de esa actividad, que solo se entienden en toda su profundidad practicándola) se extienden sistemáticamente, se hacen más profundos y asequibles; se afianzan entre los participantes en las prácticas y se transmiten a otros participantes y a otras prácticas. Esto es un indicativo de una práctica en buen estado.

      Para MacIntyre, el ideal comunitario es de carácter reducido para que se puedan dar las formas auténticas de interrelación sin otras mediaciones distorsionantes. Pero es una comunidad en cuyos vínculos y desarrollo juega siempre un papel decisivo la racionalidad de las propuestas y los principios por los que se rige. Aunque no puedan ser explicados por la totalidad de sus componentes, es fundamental que todos puedan estar presentes en el debate racional de las distintas opciones y en las consiguientes decisiones derivadas de este debate. De todas formas, la comunidad ha de tener suficiente amplitud para conjugar distintas prácticas y servicios indispensables para su subsistencia y continuidad. La forma política de la comunidad puede ser variada.

      MacIntyre reconoce a la tradición como una dimensión esencial de la identidad personal, entendiéndola como lo recibido y desarrollado en una comunidad que sustenta la continuidad de la vida del sujeto como “unidad de búsqueda”. En esta concepción, la tradición no es un peso muerto, algo que se arrastra gravosamente e impide la innovación. La tradición es algo recibido y, por tanto, fuente para los posibles cambios que, responsable y solidariamente, realizan los sujetos dentro de una comunidad.


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