Cuando era fotógrafo. Felix Nadar
del orador; la serie locuaz de hechos y fechas, inverificables al minuto, que dan vueltas hasta deslumbrarte como pelotas de malabarista, los cumplidos, un tanto exagerados, pero siempre funcionan. Y para alcanzar este conjunto de perfección, ¡considera cuántas preparaciones!, ¡cuánto entrenamiento! Y ¡siendo tan joven todavía! (p. 105)
El teatro, nos recuerda Nadar, siempre es también el lugar de la memoria y la anticipación, el sitio en donde lo que se ha ensayado y repetido será presentado como porvenir. La historia termina con un recordatorio de la naturaleza citacional del joven y, por añadidura, de todos nosotros. Vivimos, parece insinuar Nadar, entre comillas, en relación tanto con el duelo como con la fotografía.
iv
Es en la cuarta viñeta —“Fotografía homicida”— donde Nadar expone un vínculo entre la estructura citacional y una mimesis enloquecida. Aun dentro de la extraña colección de historias autorreflexivas que pueblan este libro, “Fotografía homicida” es una alegoría en particular potente sobre la capacidad de la fotografía para abordar y representar la violencia, y para movilizar diferentes fines en distintos contextos. Asimismo, es un relato convincente sobre la manera en que todo puede adoptar un carácter fotográfico, incluso la influencia de una persona sobre otra. En esta entrada Nadar narra la historia de un boticario que, socorrido por su esposa y su hermano menor, asesina al amante de su mujer. Si bien la historia parece alejada de los tópicos de Nadar —es una de las pocas viñetas que no lo presentan como personaje principal y que escamotea la narración en primera persona—, cifra sin embargo varias referencias a su vida personal, en particular a la influencia, a menudo negativa, que ejerce sobre su hermano menor. Por tanto, el relato atañe a la fuerza en ocasiones violenta de la mimesis, y tal vez incluso al carácter homicida del propio fotógrafo.
Aun cuando la historia no refiriera los propios deseos fotográficos de Nadar —ni su relación filial con Adrien—, sería difícil afirmar que se trata de un relato en su totalidad ficticio pues, de hecho, ni los personajes ni la historia fueron inventados por Nadar. Como Jérôme Thélot ha señalado, los lectores de Nadar reconocerían en el relato un crimen sobre el que habrían leído en varios periódicos y libros, pues los singulares detalles y el horror del “Caso Fenayrou” habían circulado ampliamente en la prensa y en varias hojas de escándalo.[25] El asesinato del boticario Louis Aubert, planeado y ejecutado por la pareja Fenayrou con la ayuda del hermano menor de Marin Fenayrou, tuvo lugar el 18 de mayo de 1882. El trío homicida lanzó el cuerpo de Aubert al Sena, el cual fue descubierto unas semanas después, el 7 de junio. Desde entonces hasta el final del juicio —que se prolongó por cuatro días, del 9 al 12 de agosto—, el suceso llenó las páginas de la prensa sensacionalista. Sólo Marin Fenayrou —también boticario y, por tanto, el doble de su víctima— fue condenado a muerte; su esposa, a trabajos forzados de por vida; y el hermano menor, a trabajos forzados durante siete años. Nadar conocía la historia cuando redactó su texto por primera vez en 1892[26] —en especial, porque se difundieron muchas imágenes de los acontecimientos, de todos los involucrados y aun de la escena del crimen—. No obstante, dado que no revela los nombres ni detalles del caso hasta la parte final de su recuento, los personajes aparentan ser ficticios. Que Nadar retrase toda referencia a los acontecimientos reales se debe en parte a que no busca constreñir su relato al asunto histórico; por el contrario, desea provocar una lectura más abierta, en tanto elabora una especie de autorretrato, no tanto del boticario como del criminal —aunque aquí ambos pueden ser la misma persona—, sino del fotógrafo, y tal vez de este fotógrafo en particular. De hecho, debido a que el boticario es una representación del fotógrafo, Nadar puede decirnos que “Nunca está, nunca se aparece por ahí” (p. 122).
Esta identificación entre el boticario y el fotógrafo —y el reconocimiento de que comparten una facultad para la violencia— se revela de manera progresiva. La viñeta comienza a modo de una anécdota con la descripción de una botica en decadencia, sita en el barrio de Madeleine en París; las primeras páginas establecen la atmósfera de la historia, a su vez melancólica, monótona, desesperada, incluso sofocante. Leemos que la familia del boticario deposita en él sus anhelos de tener un médico entre ellos, y que tras fracasar en la escuela de medicina la química fue su recurso; que el boticario seduce a una joven y con la dote del matrimonio establece su negocio; que la escasez trae consigo sólo desoladores horizontes. El boticario contrata a un asistente cuya situación parece reflejar esta ruina, y quien por un corto tiempo se convierte en el amante de la infeliz esposa. Al descubrir la infidelidad, el boticario urde una elaborada trama para asesinar al asistente, con la ayuda de su esposa y de su hermano menor. Gran parte de la historia rastrea las diversas formas mediante las cuales el boticario impone su voluntad a su esposa y a su hermano, así como las diferentes fuerzas que actúan sobre él.[27] En todo momento, una sugerencia se torna mandato, un dicho influye en las acciones y pensamientos de otro, y este otro se amolda en relación con los deseos ajenos.
A pesar de toda la planificación —y tal vez debido a ella— el asunto estalla cuando se localiza el cadáver de Aubert en el Sena. Se fotografía entonces el cuerpo muerto, terriblemente descompuesto, y la difusión de tal imagen en la prensa comienza a mover a las multitudes, y lo que ven se vuelve en contra de los homicidas. Así, el relato elabora también una historia sobre el efecto que puede provocar una fotografía, pero este efecto se ha puesto en marcha a lo largo de toda la narrativa, al consignar las formas en que un personaje imita, copia e incluso deviene —como en una fotografía— la huella duplicada del otro. Lo anterior es cierto aun para la cifrada relación que Nadar mantiene con la historia. Luego de abandonar sus estudios en medicina, Nadar semeja al boticario que, tras inclinarse hacia la medicina —tal vez sin un deseo propio, mas consintiendo a los anhelos de sus padres— y fracasar, devino sencillamente un médico potencial. Además, así como el boticario manipula químicos y drogas en su laboratorio y puede sanar o envenenar a sus clientes, el fotógrafo también emplea químicos y tiene la capacidad de producir una imagen buena, vital, o una imagen mala, mortal. Más allá del hecho de que Nadar se refirió siempre a su estudio fotográfico como un laboratorio, apreciaba la fotografía en sí misma como una especie de farmacia, y a menudo señaló con énfasis el manejo de los productos químicos en su práctica.[28] Si Nadar se siente atraído por la historia del boticario es porque cifra varias referencias a su práctica fotográfica y porque atañe a su historia familiar. En tanto Nadar se enfoca en cómo el boticario en todo momento atendido por su hermano menor —quien, siempre imitándolo, le entrega su identidad y capacidad para la acción— ejerce una influencia dominante sobre él, reconoce el destino de su propio hermano, e inscribe la medida en que su fuerza e influencia habrían impactado en Adrien. En efecto, Nadar comienza la escritura del relato sólo unos meses después de que Adrien ingresara a una institución mental en 1890, y pudo ser que no sólo vislumbrara en la historia del boticario criminal una alegoría del fotógrafo, sino que también percibiera ahí el drama de un hermano menor llevado a la locura por su incapacidad para resistir la fuerza del mayor. Nadar consideró los estratos psicológicos profundos de la historia, y tal dicho puede confirmarse en la referencia a la teoría de la hipnosis y a Hippolyte Bernheim en el Post scriptum. Podemos advertir aquí que el poder sugestivo que tiene Félix sobre Adrien es análogo al que determina la relación entre el boticario y su esposa, el homicida y sus cómplices, y finalmente entre la fotografía del cadáver y la multitud que se moviliza en relación con ella.[29] La metáfora de esta forma casi obligada de mimesis —descrita como poseedora de una fuerza aplastante— condiciona la descripción del cadáver en la imagen fotográfica:
Un mes, seis semanas después de la noche en Croissy, un marinero que se encuentra bajo el puente vuelve a traer a la superficie con su gancho un cúmulo informe, una horrenda aparición en el fango.
Es el cadáver del ahogado en plena putrefacción, moldeado de manera tan abominable que la forma humana se ha vuelto ilegible. Le pegaron y doblaron violentamente los miembros contra el cuerpo: tiras de plomo los aplastan volviéndolos turgencias lívidas, y así la masa mortecina se asemeja al vientre pálido de un sapo gigante. La epidermis de manos y pies completamente arrugada se ha vuelto de un blanco vivo, mientras que la cara ha cobrado un tinte oscuro. Ambos glóbulos de los ojos, con los párpados desencajados, semejantes a dos huevos a punto de estallar, brotan exorbitados de la cabeza lívida: entre los labios que se abren en rodetes, la boca muy abierta