Transformaciones. Ley, diversidad, sexuación. Mónica Torres
la diferencia exterior y, por ende, segundo problema, que no admita su propia diferencia. La cuestión de la identidad es siempre la cuestión del otro porque siempre que hablamos de quién soy, supone una diferenciación con una otredad, que dependiendo donde ubique esa diferencia, esa otredad define quién soy. Para el paradigma de la identidad, la inaceptabilidad de su contingencia, esto es de su proceso de reinvención permanente, es una manera más de justificar que la identidad supone algo definitivo. Esto sumado a la presión de una cultura como la nuestra que todo el tiempo está exigiendo resolver los problemas identitarios como si fuesen problemas domésticos: no anda el baño, hay que arreglarlo para que funcione bien.
Esto lo trabaja muy bien Jean-Claude Milner, en su libro Las inclinaciones criminales de la Europa democrática. (1) Para explicar el nazismo, habla del “problema judío” y la “solución final”. Milner dice “los judíos, problema abierto”, ahí tenés otro paradigma que rompe el criterio de identidad. Al judío siempre se le exigió un posicionamiento: ¿sos nuestro o sos extraño?, ¿pertenecés o no pertenecés?, ¿Argentina o Israel? Lo mismo ocurre con la transexualidad: ¿sos macho o hembra? No se admite la ruptura de la dicotomía.
La dicotomía es clave, va directamente ligada al principio de identidad y al de no contradicción. Hay una dicotomización que tiene que ver con el primer par binario “ser-no ser”. El paradigma de la identidad supone afirmarte en lo que sos, negando la diferencia. Eso me parece clave para pensar cómo se fue estructurando nuestra cultura, Heidegger la llama “la metafísica occidental”, que básicamente tiene una línea de demarcación entre lo propio y lo extraño. La identidad siempre tiene que ver con lo propio y, en ese sentido, hay como una especie de necesidad de afirmar que eso propio supone cierta verdad. Está muy ligado el paradigma de la identidad al encuentro de esa verdad última que define lo que soy, que puede ser individual o puede tener una línea entre lo individual y lo colectivo: “soy cristiano”, “soy judío”, “soy argentino”, “soy de boca”. Ese ser supone un elemento trascendente que define lo que soy pero como algo definitivo. En el fútbol, no hay peor herejía que la conversión. ¡Es tremendo! Yo quiero dejar por sentado en esta entrevista que cambié de club de fútbol y me siento muy orgulloso.
Todas estas políticas de la identidad tienen en su centro la cuestión de la segregación, porque una cosa va con la otra. ¿Cómo se podría ir más allá?
Una cosa va con la otra, eso es claro. Pero, ¿por qué? Hay una cuestión que sigue siendo muy actual y que tiene que ver con la presencia del paradigma de lo que los filósofos llaman “la metafísica de la presencia”. Traducido a criollo, sería la idea de que hay una verdad única. Y esto, en relación a la identidad, tiene una consecuencia directa que es que no solo hay una verdad única sino que la tiene uno: los buenos siempre somos nosotros, los verdaderos siempre somos nosotros, y las prácticas, las costumbres y los valores siempre son los nuestros. Ahora, para que tengan valor esas prácticas como nuestras y por ende verdaderas, tiene que haber el que quede afuera. La verdad es un concepto dicotómico: si hay verdad, tiene que haber falsedad. El bien siempre necesita del mal para aplicar su supremacía, o sea que el primero que está creando el mal, es el bien. El tema es que el bien siempre somos nosotros, entonces siempre necesitamos el ilegal, el delincuente, el enfermo, el extraño, el monstruo, aquel que podemos colocar del alambrado para el otro lado, y termina autoafirmándonos en lo que somos. Cuando Nietzsche dice “mi mejor amigo es mi peor enemigo”, busca romper estas políticas de segregación identitaria. Lo que dice es que si cambiamos de paradigma y no hay una verdad, el único que te puede abrir a que vos te reinventes en la diferencia es el que te tira abajo el alambrado. Entonces la diferencia te la marca el otro, pero el otro viene con el traje del enemigo. Es una situación paradójica.
Los filósofos del siglo XX, como Derrida, van a hablar de “lo imposible”. La idea de la imposibilidad no como algo negativo sino como algo constructor de sentido. Pero, uno está acostumbrado a pensar siempre en términos de lo mismo, lo propio y de su reproducción. En valores dominantes, como el amor, tiene una presencia muy fuerte. Cuando en realidad la otredad es lo único que puede sacarte de vos mismo para ofrecerte la posibilidad de tu propia constitución.
Ahora, si uno está arraigado a la idea que la identidad tiene que ver con la verdad, el otro no tiene ningún valor. Ahí está el problema. Por eso yo aspiraría más desde la filosofía a la cuestión epistemológica de la verdad. Me parece que toda política de la identidad tiene que empezar deconstruyendo el paradigma de la verdad, de La Verdad con mayúscula, porque esta es la única democratización posible. Ahora, ¿cómo te relacionás con el otro si vos no tenés la verdad y el otro tampoco? Es realmente otro tipo de diálogo.
¿Eso puede tener efectos pragmáticos?
Creo que sí, creo que la Ley de Matrimonio Igualitario o la Ley de Identidad de Género generan una transformación de conciencia y una transformación práctica, por sobre todo jurídica, en la vida ciudadana. No necesariamente hay que aceptarla, como les pasa a muchos, pero sin embargo al consolidarse como una ley pública, genera una transformación.
En ese sentido la Ley de Identidad de Género, que tiene otro corte que la Ley de Matrimonio Igualitario ¿La colocarías más del lado de avalar lo idéntico a sí mismo, la búsqueda de la esencia, o contradiciéndola?
Contradiciéndola. Son momentos. Creo que en primer lugar sacar a la identidad de la cuestión biológica en relación al sexo y colocarla en el género, desde la lectura más cultural de lo que es el género, la autopercepción del género, sería ya una manera de deconstruir el imaginario de una identidad esencialista. Porque la identidad esencialista está de algún modo alineada con un paradigma naturalista, es lo paradójico del esencialismo: como vos naciste mujer y con las características biológicas de la mujer, entonces ahí tu esencia está en tu naturaleza. La Ley de Identidad de Género ya implica una deconstrucción, un avance en términos de emancipación ciudadana incuestionable, que es haber pasado a la instancia en la cual vos podés autodefinir tu género. Ahora, para mí, el paradigma dicotómico es el problema, tengo entendido que la Ley permite el cambio de género hombre o mujer, pero no sale del binarismo. Pero los tiempos políticos son otros, haber pasado ya a esta Ley me parece genial. Ahora hay que empezar a trabajar por lo que viene.
Allí donde estaba la naturaleza, ¿qué es lo que viene? En la cuestión del sexo o la identidad autopercibida parece advenir una conciencia que puede ser transparente a sí misma. Eso implicaría un recorte muy fuerte del Otro, la posibilidad de que cada uno diga quién es, qué sexo tiene. ¿No se llega así al extremo del individuo del liberalismo? Puede ser otro modo de segregar al Otro.
Yo no lo veo tan así, como una política segregacionista, para nada. Me parece que el segregacionismo está primero instalado en las lecturas naturalizantes de la identidad. Desde el momento en que se posibilita la elección del género sexual, a partir del criterio de la autopercepción, ya hay una disolución de este segregacionismo naturalista. Puede empezar a haber otros. Yo creo que en el fondo hasta que no se rompa el binarismo va a haber discriminación.
Lo opuesto a la identidad esencialista no es la identidad marketinera. O sea, uno no va al supermercado por las góndolas eligiendo la identidad que quiere. Por dos cosas. Primero porque el individualismo también es una metafísica, también supone una concepción esencialista de que no hay nada con más valor ni nada más definitivo que la libertad individual. La libertad individual no es esencial, pero no es esencial porque no hay esencia. Lo que hay que ir viendo es cómo se produce eso que llamamos la subjetividad, en ese sentido coincido en que la subjetividad sexual es un plexo de variables que se van jugando y configurando. Cuando en la transexualidad hay una decisión de modificar la identidad sexual, se parte de un lugar. Me parece que eso es un buen ejemplo para entender un poco lo que perturba, que es esa idea de pensar la elección identitaria desde el individualismo de mercado. Yo soy mas hermenéutico en ese sentido, uno se reescribe a sí mismo en función del texto del que uno proviene, no somos ceros. Yo provengo. La identidad es narrativa. La identidad es un texto. Un texto es una obra abierta que estamos reescribiendo permanentemente, pero reescribimos palabras que ya nos vinieron constituyendo.
La pregunta es ¿qué tipo de sujeto suponen estas leyes? Nos parece que hay algo de un sujeto que puede elegir libremente,