Yoga y medicina. Timothy McCall
1999.
Un año antes de que Steve muriera, Dolores asistió a una clase de yoga a la que la había invitado un compañero de trabajo. Ella pensaba que la ayudaría a soportar el estrés de cuidar a su moribundo marido en casa y seguir trabajando en un empleo tan duro.Al final de la primera sesión, una clase suave dirigida por un profesor entrenado en el estilo kripalu del yoga, Dolores se sentía desgarrada. “Estaba enfadada. Estaba molesta”, dice.“Me sentó muy bien”.Tras un tiempo, se pasó a clases más potentes de yoga.También comenzó a practicar en casa varias veces por semana, a veces con ayuda de un vídeo de instrucciones de yoga.
Dolores cree que las posturas han fortalecido sus músculos y que todos los ejercicios de respiración y estiramientos han ayudado a su sistema inmune. Además de los beneficios físicos, dice que el yoga la divierte. “A medida que hago yoga y aprendo más sobre él, me doy cuenta de cuánta potencia me está dando para confiar más en mí misma, en mi cuerpo y en mi conexión con el universo y mi espiritualidad”, dice. “Y me gusta mucho”.
La historia de Dolores todavía no ha terminado, volveremos a ella más adelante en este libro. De todos modos, esto nos da pruebas de la potencia que tiene el yoga a la hora de cambiar nuestras vidas.
Las raíces del yoga como medicina
La cultura india se encuentra entre las más antiguas del mundo, y el yoga es un regalo que nos ha sido otorgado a nosotros. Según el experto Georg Feuerstein, el yoga puede remontarse al siglo VII a.C., aunque nadie sabe con seguridad lo antiguo que es. El yoga llegó a Estados Unidos cuando el swami Vivekananda, un monje hindú, dio una fascinante conferencia sobre el yoga y la unidad del objetivo de las diferentes religiones como parte de la Exposición Universal de Chicago en 1893, también llamada World’s Columbian Exposition.
Mientras que la ciencia está ahora comenzando a validar muchas de las afirmaciones realizadas por practicantes y terapeutas del yoga, quizá te preguntes cómo una cultura tan antigua pudo haber dado con tantas verdades. Los antiguos yoghis no tenían máquinas fantásticas ni tecnología avanzada para estudiar los órganos internos ni el sistema nervioso. Lo que hacían era emplear los poderes de observación del propio cuerpo. Manipulaban el cuerpo de cualquier modo que se les ocurriera y experimentaban con varias técnicas para canalizar la respiración y así investigaban sus efectos. Creían que lo que observaban en ellos mismos les ayudaría a entender mejor el mundo que los rodeaba; cuanto más investigaban y observaban, más sofisticada era su capacidad para percibir diferentes aspectos y sutilezas del cuerpo.
En las cuevas del Himalaya, los escondrijos de los bosques y los ashrams del campo, guiados por los descubrimientos de las generaciones que los precedían, los aspirantes cantaron, meditaron y experimentaron con sus cuerpos de forma devota y sistemática durante siglos. Aprendieron a estirar los músculos, a mejorar la funcionalidad de las articulaciones, a alinear los huesos en varias posturas y a observar lo que ocurría. Se ponían cabeza abajo y se doblaban hacia atrás. Imitaban posturas de animales; hasta hoy, muchas posturas del yoga tienen nombres de animales. Colocaban sus articulaciones en posiciones que mucha gente nunca adopta, creando una serie de posturas diseñadas para trabajar sistemáticamente todas las partes del cuerpo y crear conciencia sobre cosas en las que antes no la había.
Al experimentar con la respiración, los antiguos se dieron cuenta de que ciertas prácticas podían otorgar una sensación de energía y calidez, mientras que otras calmaban y equilibraban el sistema nervioso. Descubrieron formas de elevar o disminuir la temperatura de las manos. Desarrollaron técnicas de meditación que les permitían sentarse desnudos en el frío invierno y generar tanto calor que podían secar sábanas mojadas poniéndoselas encima. Con más conocimientos, se dieron cuenta de que los humanos tendían a respirar principalmente por un agujero de la nariz en ciertos momentos, un descubrimiento recientemente confirmado por la ciencia occidental (ver página 55). Los yoghis aprendieron a controlar la inspiración, la espiración y las pausas entre éstas, y con la experimentación llegaron a creer que cuando se controla la respiración se controla la mente. Los yoghis avanzados hasta consiguieron parar sus corazones y reiniciarlos o reducir su ritmo de respiración y su necesidad de inspirar oxígeno hasta casi nada. Inventaron varios modos de limpiar el cuerpo, como tragarse largos trozos de tela y luego extraerlos lentamente desde los intestinos. Aunque a la mayoría de nosotros no nos interesa probar estas prácticas, en el curso de su variada experimentación, descubrieron cosas que los occidentales más convencionales encontrarían útiles y accesibles. El siguiente ejercicio muestra cómo un movimiento muy sencillo puede afectar al sistema nervioso.
EJERCICIO EXPERIMENTAL. Siéntate erguido en una posición cómoda, en el suelo o en una silla. Ponte la parte blanda de las palmas de las manos sobre las cejas y los dedos en el pelo (figura 1.1). Con la base de las manos, tienes que sentir los huesos que se encuentran sobre los ojos. No hagas presión contra los ojos. Cierra los ojos. Sin mover las manos mucho, tira suavemente de la piel de la frente hacia arriba de modo que las cejas se muevan ligeramente hacia arriba. Mantén la posición entre 15 y 30 segundos y piensa en lo que sientes. ¿Te relajas? ¿Estás más alerta? ¿Notas alguna diferencia? Ahora, con las manos en la misma posición, baja suavemente las cejas hacia las mejillas. Mantén la posición entre 15 y 30 segundos y observa las diferencias. ¿Respiras más lenta y profundamente? ¿Es la relajación más profunda que cuando arrastraste las cejas hacia arriba? Repite estos dos ejercicios todas las veces que quieras.
Figura 1.1
Aunque el efecto es sutil, lo que la mayoría de la gente descubre cuando empuja las cejas hacia arriba es que la experiencia es neutra o ligeramente estimulante. En contraste, casi todo el mundo siente que la segunda parte del ejercicio, cuando las cejas se empujan hacia abajo, es muy relajante. El ritmo de la respiración disminuye y el sistema nervioso comienza a relajarse casi inmediatamente. Es casi automático.
Ahora probemos otro ejercicio que se emplea para relajar los efectos de mover el tejido de las cejas hacia las mejillas. Es una simple postura de restauración que puede emplearse para trastornos como la ansiedad, los dolores de cabeza y el insomnio. Observarás que se parece un poco a lo que los niños hacían en la guardería cuando echarse la siesta era parte del programa.
Figura 1.2
EJERCICIO EXPERIMENTAL. Siéntate en una silla de cara a una mesa. Coloca los antebrazos en la mesa y cruza los brazos. Inclínate hacia delante y apoya la frente sobre las manos o las muñecas de modo que la parte interior del antebrazo más cercano a ti quede justo por encima de tus cejas (figura 1.2). Utilizando el antebrazo, mueve suavemente el entrecejo hacia la nariz. Descansa en esa posición de uno a cinco minutos. Fíjate en si tu respiración es más profunda y lenta. Intenta no hacer esfuerzos y presta atención para no quedarte dormido. Si te duermes es que necesitas dormir más.
La dirección de la “energía” de las cejas y su efecto sobre el sistema nervioso es sólo uno de los literalmente miles de descubrimientos que los maestros de yoga hicieron a lo largo de los siglos y que muchos médicos occidentales modernos todavía no conocen. Los yoghis no se inventaron estos efectos cuando los descubrieron para luego ofrecer prácticas con las que explotar este circuito interior. La terapia del yoga goza de la ventaja de los sistemas innatos del cuerpo que pueden ayudar a curar.
El yoga tiene la capacidad de darnos conciencia de las diferentes partes de nuestro cuerpo y emplearla para influir en nuestras funciones autónomas –como el ritmo cardíaco, las ondas cerebrales y la presión sanguínea–, lo cual hace que el yoga sea una medicina tan potente. Puedes emplearlo para reducir tus niveles de hormonas del estrés, como la adrenalina y el cortisol, lo cual puede tener efectos beneficiosos sobre diversas enfermedades como la diabetes, el insomnio o la osteoporosis. Puedes disminuir tu presión sanguínea y, de ese modo, el riesgo de sufrir enfermedades coronarias