En la oscuridad. Mark Billingham

En la oscuridad - Mark  Billingham


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que tiene que aparentar que pasa de todo porque va de listo, trata de quedar bien o lo que sea. En cualquier caso, algo así provoca una reacción, ¿no? Uno no se queda ahí sentado como si estuviese viendo a Jamie Oliver cortando chirivías. —Dos veces pareció que Shepherd estaba a punto de sonreír, y dos veces la sonrisa se extinguió en las comisuras de sus labios. Como si intentase encontrarle la gracia pero no acabase de lograrlo.

      A un gesto de Shepherd, Nigel se incorporó, salió con dificultad del taxi y sujetó la puerta para que Paul se bajase.

      —Deberíamos volver a hablar —dijo Shepherd.

      —Si quieres...

      —Por supuesto, porque no acabo de pillarlo. Lo haré, pero todavía no. —Se colocó el nudo de la corbata, se sacó algo de la solapa—. Eres un tipo completamente distinto, Paul. Te quedaste ahí sentado viendo... eso, y ni te inmutaste.

      CUATRO

      JAVINE LE ESTABA DANDO EL BIBERÓN AL NIÑO CUANDO THEO llegó a casa. Con él apoyado en su brazo izquierdo, estiraba la mano para mantener el biberón en su lugar y hojeaba una revista con la mano que le quedaba libre.

      Theo se quedó de pie en la puerta, levantando la comida para llevar que había comprado de camino.

      —Deja que termine con el niño primero —dijo Javine.

      Theo llevó la bolsa a la cocina, luego volvió y se sentó junto a su novia. Rebuscó entre los cojines del sofá en busca del mando de la tele.

      —¿Qué tal el día?

      Recorrió los canales.

      —Ha hecho buen tiempo. Ya es algo.

      Algo, cuando te pasas ocho horas de pie en una esquina u otra. Vigilando. Corriendo de un lado para otro.

      —Sí, ha sido agradable. —Javine acarició la mejilla de su hijo con el dorso de la mano—. Le he llevado al parque, hemos visto a Gemma.

      Theo asintió, miró tragar al niño un minuto.

      —Sí que tiene hambre, tía.

      —La leche en polvo no es cara —dijo Javine.

      —Ya lo sé.

      —Te la dan a granel, como los pañales.

      —No lo digo por eso. —Theo volvió a mirar la tele—. Es bueno, ¿sabes? Es buena señal.

      Vieron gran parte de EastEnders mientras el niño terminaba el biberón y, cuando Javine se lo llevó al dormitorio, Theo metió la comida en el microondas y sacó platos y cubiertos. Gambas y setas para ella, ternera picante para él. Arroz tres delicias y pan de gambas, latas de cerveza y Coca-Cola Light. Otro culebrón mientras comían con los platos en el regazo, el de los granjeros del norte y todo el rollo. Theo no lo seguía.

      —Gemma habló de salir alguna noche de la semana que viene —dijo Javine—. Hay un club nuevo en Peckham. Dice que su hermano nos puede meter.

      —Vale.

      —¿Seguro?

      —Te he dicho que sí.

      —Voy a meter los biberones en la nevera.

      Theo revolvió el arroz en el plato.

      —A lo mejor le puedo pedir a Mamá que se quede con él.

      Javine resopló y dijo «estupendo», lo que significaba que no lo era.

      —Sólo si surge algo, ya sabes.

      —Como quieras. —Javine dejó caer el tenedor en el plato—. Pero no creo que una noche vaya a hacerte daño, y creo que sería buena idea recurrir un poco menos a tu madre, reservarla para cuando realmente la necesitemos, ¿vale? —Se levantó y empezó a recoger los platos—. Por si algún día salimos los dos juntos, por ejemplo.

      —Está bien, ya lo pillo, ¿vale? —Se terminó la cerveza—. No hace falta que te alteres, tía. —No, no estaba bien en realidad,pero ¿qué otra cosa iba a decir? Hacía casi seis meses que había nacido el niño y sabía que a lo más emocionante que llegaba la vida de Javine eran el parque y el centro de juegos. Gemma era la única amiga que había hecho desde que la había traído de vuelta aquí, y sabía que había dejado muchas otras cosas atrás.

      Javine se llevó los platos a la cocina.

      —¿Quieres un té?

      Theo y su familia se habían mudado de Lewinsham a Kent hacía cinco años, cuando Theo tenía doce. Su viejo había dejado su trabajo en el Metro por un puesto en los buses y se habían ido a una casa en Chatham, con un dormitorio extra para la hermana pequeña de Theo, Angela, y una atmósfera menos proclive a agravar su asma. Todos estaban contentos. Estaba cerca del mar, cosa que le gustaba al viejo, había un bingo y un garito decente al otro lado de la calle y, aunque habían tenido algunos problemas en la escuela al principio, Theo y su hermana se adaptaron bastante rápido.

      Había conocido a Javine en una de las grandes salas de juegos. Ella y una amiga se habían echado a reír cuando él se inclinó sobre una mesa de billar. Más tarde compartieron un porro o dos fuera y charlaron hasta que cerró el local.

      Luego, el verano anterior, cuando Javine estaba de tres meses, habían tenido que volverse. La abuela paterna de Theo se había negado a mudarse con el resto de la familia, y cuando la vieja cabezota sufrió una apoplejía, no había nadie cerca para cuidarla. Un día el aire sabía a sal, al siguiente estaban todos de vuelta en la misma chabola de mierda donde vivían cuatro años antes.

      Lo más absurdo de todo era que ahora la vieja estaba hecha un toro, había empezado a recuperar la forma en cuanto había vuelto a tener a su familia cerca. Fue el viejo de Theo quien se puso enfermo. Empezó a toser sangre en el salón y se murió una tarde delante de las carreras de caballos, mientras intentaban encontrarle una habitación en el hospital de Lewisham.

      —¿Theo? —Javine le gritaba ahora desde la cocina.

      —Sí, me apetece un té —dijo Theo.

      Javine no era la única que había dejado amigos atrás al volver al sur de Londres. Theo seguía acordándose mucho de Ransford y Kenny, y de Craig y Waheed, del fútbol. Habían mantenido el contacto un tiempo después de mudarse, pero las cosas parecían haberse apagado desde el nacimiento del niño. Desde que había recuperado el contacto con Easy y los demás.

      No habían recuperado el contacto en todos los sentidos.

      Era porque él se había ido, eso era lo que le decía Easy. Por eso había perdido su lugar, por eso Easy estaba mejor situado en la pandilla aun cuando Theo era mayor. Sólo era mala suerte, cuestión de oportunidad, lo que fuese.

      El móvil de Theo sonó sobre la mesa.

      Javine gritó desde la cocina:

      —Será Easy o tu madre.

      —¿Tú crees?

      —¿Quién más iba a ser?

      Theo llevaba una semana o así sin ver a Easy, desde la tarde del pitch & putt. Al menos, no lo había visto como era debido. Le había visto pasar un par de veces en aquella locura de Audi A3 que le había dado por conducir por el barrio. Hacía un año que lo tenía encerrado en un garaje. Le sacaba brillo cada semana, le cambiaba el ambientador de pino y toda la pesca, pero había hecho lo correcto y había esperado a tener sólo un año menos de la edad legal para conducir antes de ponerse al volante.

      Theo tenía el viejo Mazda de su padre, pero aquel pedazo de chatarra llevaba años cayéndose a trozos y no le veía sentido a arreglarlo. Los buses funcionaban bastante bien y tenía todas las tiendas a tiro de piedra.

      De todas formas, no necesitaba un coche, no tal como le estaban yendo las cosas. Pero aquel Audi era un buen cacharro.

      Javine asomó la cabeza por la puerta de la cocina y le lanzó un beso.

      —Te apuesto una libra a que es tu novio.


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