Guerras A-D. Jesús A. Ávila García
Tocó el vientre de Ricgar y en unos instantes las heridas se cerraron.
—¿Qué pasó? —preguntó Gammar.
—Los demonios han aprendido técnicas nuevas —le contestó Ricgar.
—Lo sé. Han aprendido a sanar, como nosotros. Corté una de las alas del demonio líder y se reconstruyó por completo.
—Un líder se dividió haciendo una copia.
—¿Cómo lo hizo? —preguntó Gammar levantando la voz con preocupación. Su compañero le explicó con detalle lo que había sucedido.
—Debemos mantenerlos alejados de los elegidos. Al parecer no saben en dónde se encuentran —comentó Ricgar.
—Ahí vienen.
Los ángeles se elevaron sin perder de vista a los enemigos que se aproximaban. Subieron cada vez más y los demonios los imitaron. Ricgar y Gammar se separaron uno del otro mientras continuaban elevándose. Sus enemigos también lo hicieron.
Los ángeles se detuvieron flotando en aire. Giraron con rapidez y se dirigieron hacia los monstruos con los puños iluminados de luz blanca. Gammar golpeó al demonio en la cabeza que cayó en picada. Volteó para mirar a su compañero y sintió un gran dolor en el brazo derecho. El demonio había lanzado una esfera de obscuridad y lo había golpeado directamente. Aleteando sus alas de murciélago se acercó y lanzó arañazos en todas direcciones. Gammar lograba bloquear la mayoría de los golpes con movimientos rápidos, pero se le dificultaba teniendo solo un brazo útil. El enemigo lo tomó del brazo lastimado y lo arrojó hacia el suelo. El ángel gritó. No podía reaccionar debido al intenso dolor. Cerró los ojos esperando el impacto y sintió un jalón de la cintura. Su compañero detuvo la caída. Con cuidado dejó a Gammar en el suelo mientras le decía:
—Yo pelearé con los dos mientras puedes sanarte.
Asintió observando a Ricgar volar hacia los dos líderes que ahora estaban de pie sobre una montaña, con las garras extendidas hacia el cielo.
Era obvio que se disponían a atacar, pero no podía identificar cuál sería la técnica que utilizarían. Podía esperar cualquier cosa después de ver todos los ataques nuevos que tenían a su disposición. Ricgar permaneció inmóvil sin despegar la vista de los enemigos. No se movían y después de un minuto nada cambiaba.
Gammar también observaba a los monstruos desde el suelo. Trataba de imaginarse qué era lo que harían. Estaba muy concentrado mirando a los enemigos, que continuaban en la misma posición.
Ricgar no pudo esperar más tiempo. Prefirió atacar antes de que se formara el ataque. Extendió la mano derecha hacia un demonio y la izquierda hacia el otro. Una esfera de luz apareció en cada una de ellas. Estaba punto de lanzarlas cuando oyó la voz de Gammar que le gritaba:
—¡Cuidado! ¡Arriba!
Una gran nube gris había cubierto todo el cielo. En ella aparecían destellos obscuros como relámpagos. Sin previo aviso un relámpago negro cayó de la nube en menos de un segundo. Gammar vio a su compañero pasar sin control por encima suyo.
Ricgar era lastimado con gravedad. Cada vez que comenzaba a descender un relámpago negro salía de la nube, lo golpeaba y lo elevaba nuevamente. Gammar había perdido mucho tiempo. Los rayos herían y separaban a su compañero cada vez más. Voló hacia los demonios. Sentía la ira invadiéndolo. Dando un grito lanzó dos rayos que acertaron a los enemigos en un costado. Los monstruos salieron volando por el impacto, pero se recuperaron rápidamente en el aire y continuaron su avance en dirección a Ricgar, que seguía alejándose al ser impactado por los relámpagos negros de la nube.
22
—¿Qué fue eso? —dijo Omjand señalando hacia arriba.
Los seis amigos miraron rápidamente. Un rayo de luz blanca pasaba por encima de su escudo protector.
—Es una luz —comentó Lormin.
—Me refería a lo que venía delante del rayo. Parecían unos monstruos negros —comentó Omjand.
Todos parecían hipnotizados por el ataque brillante sobre ellos. Miraban sin parpadear. El rayo se hizo más delgado hasta desaparecer por completo.
—¿Hasta cuándo vamos a permanecer aquí? —preguntó Agztran con impaciencia.
—No lo sé, pero estoy comenzando a desesperarme —le contestó Jessav.
Los seis volvieron automáticamente a las posiciones que habían tomado minutos atrás. Agztran sentado con la mirada perdida. Jessav junto a él, con las manos rodeando sus rodillas. Homian y Adifer de pie y abrazados en el lado opuesto. Lormin sentada en el centro del escudo que los rodeaba. Omjand recostado boca arriba en un extremo con las manos tras la cabeza observando el cielo, que se había vuelto obscuro y con nubes grises. Jessav miró a Lormin, que tenía los ojos rojos y con lágrimas. De pronto notó algo en los ojos de su amiga. Se acercó hacia ella y le dijo:
—Tienes los ojos color amarillo.
—¿En serio? —preguntó Lormin.
—Sí, ¿de qué color los tengo yo?
—Castaños. Como siempre.
—¿Y los demás? ¿Tendrán los ojos de otro color?
—No lo sé —dijo Lormin sin interés.
Jessav se levantó. Lormin lo observaba. Sabía que su amigo había creado esa plática para distraerla por un momento y le pareció un lindo detalle. Después de unos instantes su amigo regresó junto a ella y dijo:
—Es extraño. Todos tienen los ojos de un color diferente, excepto Agztran y yo.
—¿De qué color los tienen?
—Adifer los tiene color azul celeste, Homian rojos y Omjand los tiene azul marino.
—¿Homian los tiene rojos?
—Sí. Con ese color de ojos tiene una apariencia diabólica. Aunque creo que con cualquier color tendría el mismo efecto.
Lormin rio y Jessav la imitó. Los demás los miraron como a un par de locos. Al terminar las carcajadas los dos permanecieron serios.
—¡Qué es eso! —gritó Adifer rompiendo el silencio.
Jessav miró a su alrededor. Todos sus amigos estaban mirando algo justo fuera del escudo. Se acercó corriendo y miró sin parpadear lo que tenía enfrente. A unos metros de distancia había un ángel hincado con la cabeza baja. Sus alas estaban sangrando. Era el ángel que lo había llevado cargando en los sueños.
De pronto el ángel se desplomó sobre el suelo. Comenzó a brillar y la luz cegó a todos. Con la vista borrosa observaron que un resplandor blanco parecía salir del ángel y repentinamente subió al cielo a una velocidad increíble. Los seis siguieron la trayectoria del destello. Homian dijo:
—Miren, ya no tiene alas y su ropa ya no es blanca.
Miraron al guardián desplomado. Ya no tenía alas. Su ropa tenía colores normales y sin el extraño resplandor blanco de siempre. Parecía un hombre común y corriente que había perdido el conocimiento.
—Tenemos que ayudarlo —sugirió Adifer.
—Pero no debemos salir de aquí —le contestó Omjand.
—¡Qué es eso! —gritó Lormin alarmada. Los demonios líderes venían volando hacia ellos.
—¡Hay que hacer algo! —gritó Adifer y salió corriendo para tratar de ayudar al herido.
—¡Adifer, regresa! ¡Adifer! —gritó Homian tratando de salir. Agztran y Jessav lo halaron de vuelta hacia el escudo de luz. Los tres cayeron al suelo.
La joven trataba de levantar al que antes fue un ángel, pero pesaba demasiado. Miró sobre su hombro y quedó paralizada. Dos monstruos negros venían volando hacia ella. Corrió de vuelta hacia sus amigos.