Tras la puerta oculta. Germán Rodriguez
y se dispuso a apartar uno de los cuadros que decoraban la estancia. Weiss lo interrumpió.
—Esa, no.
Del Val se quedó quieto mientras Weiss se le acercaba, alargaba la mano y le arrancaba de un tirón la cruz de Caravaca. Con el rostro crispado, lo vio cojear cuidadosamente por el entarimado hasta que llegó a un punto muy concreto. Allí se detuvo y se agachó.
Weiss examinó más de cerca el rostro humano que parecían dibujar las vetas de la madera. Palpó el nudo que recordaba a un ojo e insertó en él un brazo de la cruz de Caravaca. La giró como una llave. De inmediato, tres tablones del entarimado se soltaron, descubriendo una caja fuerte oculta. Hizo un gesto a Del Val y, a regañadientes, este apoyó la yema del dedo índice en un lector de huellas dactilares.
Weiss abrió la caja y examinó el contenido. Dinero en efectivo, talonarios de cheques, medallas de oro y plata, cruces pectorales con piedras preciosas. Lo apartó todo sin contemplaciones y revolvió el fondo hasta encontrar una vieja carpeta de documentos de color azul, manoseada y desgastada por el tiempo. Echó un rápido vistazo al contenido: papeles amarillentos escritos a máquina y viejas fotos. Las respuestas que buscaba. Cerró la carpeta y se la quedó.
El rostro pétreo de Del Val parecía a punto de resquebrajarse por la furia contenida. Weiss no fue capaz de sostenerle la mirada. Con timidez, se justificó como ante un padre autoritario.
—Necesito saber por qué.
Se adelantó con la intención de besarle el anillo, pero Del Val le retiró la mano sin decir palabra. Weiss tomó aire, apretó con fuerza la pistola y lo golpeó con ella en la cabeza.
c a
Salió del despacho con la carpeta oculta bajo la gabardina. Nada más cerrar la puerta, oyó unos pasos que se acercaban tras la esquina del pasillo, a su izquierda. Sor Virtudes apareció ante él. Notó claramente que la monja lo estaba examinando; se fijaba sobre todo en su cara.
Sin duda, estoy alterado y se me nota. Creo que estoy sudando. Unas perlas de sudor microscópicas pueden brillar mucho a la luz de las lámparas. En la frente, en la cara. Tranquilo. Que mis gestos no me delaten.
—Buenas noches —dijo, y se alejó cojeando por el pasillo.
En cuanto Weiss dobló la esquina, sor Virtudes llamó suavemente a la puerta del despacho. Al no haber respuesta, insistió un poco más fuerte. Nada.
—¿Eminencia?
Silencio al otro lado. ¿Por qué no contestaba? Había notado algo raro cuando lo vio llegar acompañado y extrañamente se había tomado las pastillas en el pasillo, y ahora la actitud del visitante al abandonar el despacho le acababa de confirmar esta impresión. Se lo pensó y finalmente decidió abrir la puerta.
El cardenal yacía en el suelo con un hilo de sangre corriendo por su sien. Vio la caja fuerte abierta y la cruz de Caravaca insertada en la cerradura y comprendió que aquella noche los sesos de cordero iban a ser la menor de sus preocupaciones.
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La borrasca sobre el Mediterráneo azotaba el Airbus A319 en vuelo nocturno al aeropuerto de Madrid-Barajas, pero ni el viento racheado que balanceaba el avión ni los relámpagos que rasgaban la oscuridad consiguieron que Weiss despegase la vista de aquellos documentos.
Nada más ocupar su asiento había abierto la carpeta azul y se había abalanzado sobre ellos. Por suerte, ningún pasajero viajaba a su lado. Sus ojos ávidos habían gozado de libertad para examinarlos uno a uno, a veces casi sin poder seguir el ritmo que imponían sus manos al sacarlos febrilmente de la carpeta. Allí, entre aquellos papeles amarillentos, se habían escondido durante más de treinta años todas las respuestas que anhelaba. Y ahora, al desenterrarlas y sacarlas a la luz después de tanto tiempo, todas sus expectativas se habían visto desbordadas. Ni en treinta años más, ni en treinta mil, hubiese podido imaginar algo tan increíble. De repente, la pantalla sobre la que se proyectaba la realidad se estaba rasgando ante sus ojos como el velo del templo de Jerusalén.
la ciudad santa había permanecido asignado durante varios meses en su juventud. Aunque su puesto no le daba acceso a ninguna información reservada, desde el principio supo que aquel proyecto en Israel se salía de lo común. Las medidas de seguridad, la máxima discreción, solo se justificaban por un asunto de extrema importancia. La confirmación de sus sospechas llegó con la visita, precipitada e imprevista, de lo que podía considerarse como la plana mayor. ¿Qué hacían todos allí? ¿Por qué se habían desplazado a Israel en absoluto secreto para marcharse poco después con igual sigilo? ¿Por qué todo había acabado tan de golpe? ¿Por qué la fatídica orden que tuvo que obedecer con fe ciega sin sospechar las consecuencias que acarrearía para él? Pero ahora, por fin, la desconcertante respuesta a estas preguntas palpitaba en sus manos, en los viejos documentos rescatados del pasado.
Continuó leyéndolos uno a uno, en la extraña intimidad que proporcionaba un vuelo nocturno a treinta y seis mil pies de altura. Como un ladrón de cadáveres uniendo las piezas, recomponiendo el cuerpo del pasado para hacerlo revivir bajo las descargas de la tormenta.
Tras una hora de vuelo e intensa lectura solo había alcanzado a descifrar una pequeña parte, aunque lo suficiente para sumirlo en la perplejidad. Aquellos documentos testimoniaban una historia asombrosa, el relato de un proyecto sin precedentes. ¿Habrían tenido éxito? Y, si lo habían conseguido, ¿seguiría abierta aquella caja de Pandora? Devorando papeles, llegó hasta un sobre beige de tamaño grande. Como los demás documentos, mostraba las indicaciones «SUB SIGILO» y «SECRETUM OMEGA» estampadas en tinta roja. Sus manos, ahora precavidas, lo abrieron con cuidado, casi con temor, y extrajeron lentamente su contenido: una copia fotográfica de treinta por veinticuatro centímetros.
Lo que vio lo dejó sobrecogido. El pelo se le erizó. Y mientras su campo visual parecía contraerse sobre la foto y un zumbido le ensordecía los oídos, se sintió estremecer de arriba abajo. Era una clara sensación de caída, como si el avión hubiese iniciado un picado vertiginoso. Todo en un segundo.
Casi hipnotizado, se quedó mirando la fotografía hasta que el resplandor de un relámpago lo sacó del hechizo. Después, y con manos temblorosas, la guardó en el sobre y cerró la carpeta; ya no era capaz de seguir leyendo.
II. EL OJO IZQUIERDO DE DIOS
La lluvia en el parabrisas rompía las luces rojas del tráfico en mil pedazos escarlata, como salpicaduras de sangre. Weiss le pidió al taxista que parase en cualquier sitio. Aguardó por el último céntimo del cambio y se apeó bajo el aguacero que barría las calles del centro. Estaba desorientado, pero le daba igual. Protegió la carpeta azul bajo la gabardina y se echó a andar sin importarle que la lluvia lo empapara.
Tras un breve trayecto reconoció las inmediaciones de la puerta del Sol. Eran las 00:00 justas y exactas. Continuó caminando en dirección a la plaza Mayor, pero antes de llegar tomó un desvío, luego otro y, sin saber muy bien qué hacía allí, acabó resguardándose del agua bajo el precario cobijo de un balcón. Sus pasos lo habían llevado hasta una estrecha calle con coquetos edificios del siglo XIX, de tres o cuatro alturas y de fachadas revocadas en colores terrosos. Al otro lado de la calzada, un perro atado a un bolardo llamaba a su dueño sin parar, hasta que por fin se cansó y, con las orejas gachas, se resignó a esperar bajo la lluvia.
Recorrió con la vista los balcones de artísticas barandillas de forja y las ventanas enmarcadas por molduras de yeso. Algunas luces permanecían encendidas. No pudo evitar imaginar el calor de aquellos hogares y al momento se sintió invadido por la nostalgia. Hacía quince años que él no tenía uno.
En el edificio color siena que había frente a él, la silueta de una mujer joven se recortaba tras las cortinas. Algo en sus movimientos de ademanes armoniosos le recordó a su esposa. Luego reparó en que cultivaba plantas medicinales en la terraza y se preguntó cómo sería charlar y compartir con ella una infusión al final del día. Estaba inmerso en este pensamiento cuando, de pronto, la silueta apareció en la ventana y detectó su presencia. Sorprendido en pleno espionaje,