Tras la puerta oculta. Germán Rodriguez

Tras la puerta oculta - Germán Rodriguez


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parece una buena razón?

      —Mmm… Vale, pero no lo digas como si me pagaras lo que valgo. —Señaló el cuadro que había colgado en la pared—. ¿Y eso? Me suena un montón.

      —‘Eso’ se titula Sueño causado por el vuelo de una abeja en torno a una granada un segundo antes del despertar. Es de Dalí, que a lo mejor también ‘te suena un montón’ —se burló Eulalia.

      Tomás le mostró a Jesús la lata de película que acompañaba los documentos del Proyecto Cronovisor.

      —Queremos ver esta filmación.

      Jesús echó un vistazo a la lata. A sus veinticinco años, era el redactor más joven de la revista, y el encargado de la sección de cultura fantástica. Especialista en gore, por el momento solo como espectador, al ser hijo de carniceros poseía las herramientas críticas ideales para todo lo que tenía que ver con vísceras y sangre, o al menos eso decía la leyenda que él mismo difundía.

      —Dieciséis milímetros... Cuestión de pillar un proyector. —Abrió por completo sus ojos de batracio—. ¿De cuándo es la película?

      —¿Puedes conseguirnos el proyector? —Tomás estaba impaciente.

      —Sí, claro. Pero… ¿de qué va esto?

      Tomás y Eulalia cruzaron las miradas. Ambos eran conscientes de que los demás redactores ya se estaban oliendo algo. El más veterano y madrugador, Mateo, un viejo hippie con pasado en la India, no había podido disimular su curiosidad al encontrárselos reunidos en el despacho tan temprano. Por dos veces se había asomado para formular alguna pregunta intrascendente mientras los ojos se le iban a los documentos que reposaban sobre la mesa. Cuando llegaron poco después Fermín y Juanma, los inseparables perseguidores de ovnis, el trío no tardó en intercambiar cuchicheos. Y aunque era habitual que Carlos, el todoterreno, preparase el primer café de la mañana para sus colegas, lo cierto es que verlos saboreándolo en grupo mientras miraban de reojo qué se cocía tras las mamparas de cristal del despacho era realmente algo raro.

      —Más tarde os explicaré todo a los cinco —dijo Eulalia—. Ahora, encárgate del proyector.

      —Tendré que pedirlo prestado. Pero no te preocupes; déjame hacer unas llamadas.

      Jesús salió y dejó a Tomás y Eulalia a solas. Ella desprecintó un nuevo paquete de cigarrillos, encendió uno y, entornando los ojos con aire reflexivo, escogió de la carpeta azul un telegrama que examinó a la luz como quien busca un billete falso. «ÉXITO — CALVARIO POSITIVO — PUDO VERSE CRUCIFIXIÓN N.S. EN FECHA 3 ABRIL DEL 33 d. C. — EXPIRÓ A LAS 18:50 HORA LOCAL».

      —¿Qué te preocupa?

      —Todo. Que esta historia quizá sea demasiado buena.

      —Si es un fraude lo han hecho a conciencia. Pero no creo que lo sea. Tengo ese pálpito.

      La causa del pálpito se la calló, aunque ella probablemente ya la habría adivinado. Después, Tomás miró otra vez de reojo la fotografía del Crucificado y volvió a sentir un escalofrío. Si era un engaño, habían sabido despertar su interés. Eso estaba claro.

      c a

      —¡Es un fraude!

      El contundente pronunciamiento cayó como un jarro de agua fría sobre el grupo. Desde que Eulalia había por fin desvelado a todos los miembros de la redacción el contenido de los documentos, todos se habían arremolinado alrededor de la mesa en la que estos se encontraban. Un ambiente de excitación general al que solo Mateo, el más veterano, había permanecido ajeno, mesándose la barba blanca con aspecto pensativo mientras examinaba la fotografía del Proyecto Cronovisor. Ahora, se había hecho el silencio y todos lo miraban aguardando una aclaración.

      —Un fraude como una casa —repitió—. Siento aguaros la fiesta, pero no me cabe ninguna duda.

      Tomás frunció el ceño. Sabía muy bien que Mateo no era de los que opinaban a la ligera.

      —¿Cómo estás tan seguro?

      —Porque esta foto es de un crucifijo.

      —¿Quieres decir... una imagen? ¿Una escultura?

      —Así es. Y además, lo conozco. Se encuentra en una iglesia cerca de Madrid.

      Mateo posó la fotografía sobre la mesa. Rápidamente, los demás se inclinaron sobre ella para examinarla a una nueva luz.

      —Claro —asintió Fermín—; en realidad, en una foto oscura y de mala calidad como esta, un crucifijo podría perfectamente dar el pego.

      —Especialmente este crucifijo —corroboró Mateo—. Yo lo he visto de cerca y es muy realista.

      —Parad el carro, colegas —intervino Jesús—. Antes de opinar, habrá que ver la película.

      —Probablemente sean solo algunas imágenes sueltas, borrosas y desenfocadas, pero lo bastante intrigantes como para que piquemos —reflexionó Fermín—. Las utilizarán para generar expectación y después venderán la gran exclusiva de la película completa por un pastizal.

      —Como la autopsia de Roswell —añadió Juanma, refiriéndose a la célebre filmación de una supuesta autopsia a un extraterrestre y que había hecho furor en los años noventa.

      —¡Ya ves! Un muñeco de látex, cinco minutos de película y se forraron. Todo es cuestión de montárselo bien —concluyó Fermín—: tratar el papel para conseguir un efecto envejecido en los documentos, conseguir película virgen auténtica de la época, inventarse una buena historia… Esta del Proyecto Cronovisor no está nada mal; hay que reconocerlo.

      Un aire de resignación flotó en el ambiente. Solo Tomás parecía no conformarse, según notó Eulalia observándolo de reojo. Había cogido la foto de la mesa y reexaminaba con obstinación el retrato tenebroso y casi aberrante de Jesús.

      —¿Según tú, esta foto es de un crucifijo? —dijo por fin, dirigiéndose a Mateo—. ¡Pues menudo crucifijo! ¿Dónde está, en el museo de los horrores? ¿Quién iba a poner algo así en una iglesia?

      Mateó esbozó una sonrisa satisfecha, como si estuviera esperando ese comentario.

      —A eso mismo debe su fama en ciertos círculos. Se encuentra en una iglesia dejada de la mano de Dios. De ahí que el gran público no lo conozca. Pero en el mundillo ocultista goza de alguna notoriedad. Circulan todo tipo de rumores: que en realidad es una imagen del diablo, que está maldita, que su autor murió aplastado cuando el crucifijo le cayó encima, que existen grupos satánicos que le rinden culto... En cualquier caso, es inconfundible. Si no te fías, puedes comprobarlo tú mismo. Parroquia de San Lázaro, en el Sabinar de la Sierra; a menos de una hora de Madrid.

      c a

      Ahora, Tomás estaba seguro: le habían tendido una trampa y la prueba se encontraba frente a él. No sabía de qué administración dependía aquella carretera sinuosa y llena de baches, pero tres cruces consecutivos que parecían señalizados por una cuadrilla de ineptos no podían ser casualidad. Se trataba, en toda regla, de una emboscada gubernamental.

      Tras prometerse que no pagaría impuestos nunca más, volvió a examinar la encrucijada y los indicadores. Ninguno señalaba la dirección al Sabinar de la Sierra. A nadie parecía importarle un bledo aquel pueblo situado en el quinto pino; suponiendo que existiese, cosa que ya empezaba a dudar.

      Suspiró, lamentando no llevar un GPS en la moto. Pero había llegado hasta allí dejándose orientar por su instinto y continuaría del mismo modo. Tomó la dirección norte, o eso le pareció, y prosiguió la ruta esquivando los baches. Después de abandonar la autopista hacía media hora, las carreteras habían ido empeorando progresivamente hasta convertirse en la estrecha cinta de asfalto sin pintar en la que se encontraba ahora.

      Después de unos cinco kilómetros de curvas empezó a iniciar un fuerte ascenso. A medida que subía, un precipicio del que solo lo separaban algunos mojones de piedra colocados aquí y allá fue


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