Guerra de nervios. Mónica Gallego

Guerra de nervios - Mónica Gallego


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ocasión, sobre todo al preguntarse una y otra vez por qué—. Deja de preguntarte qué es lo que haces mal. Deja de cuestionarte por qué te está sucediendo eso a ti. Deja de martirizarte a cada momento. Tienes que intentar estar ocupada el mayor tiempo posible. Debes consultar a los médicos una razón causante de ese comportamiento en él. Y debes tener claro que, aunque suene egoísta, primero tú, después tú y por último tú. La vida es solo tuya; solo tú debes regirla. Todos los seres humanos erramos; en este caso igual has hecho la labor por la que el destino te unió a él. Quizás sea el momento de volar, como hice yo, Natalia. Sé, más que nadie que me conoce, que no es fácil. Que seguro que te estás diciendo en este preciso momento que qué fácil es decirlo y qué difícil hacerlo. Y no te falta razón. Yo me hice la misma pregunta cuando me vine aquí. Si hacía bien. Si hacía lo correcto en alejarme de mi familia, de mis amigos, de mi tierra. Lo necesitaba. Tenía que empezar una vida nueva. Dejar atrás ese pasado que me hacía daño.

      —Tú eres más fuerte que yo. No soy como tú —Natalia no dejaba de llorar. A Verónica se le encogía el corazón. Qué injusta es la vida; una muchacha como ella que no corría por sus venas ninguna maldad—. El mundo me aplasta. Actualmente, no tengo trabajo —Verónica se abstuvo de preguntarle. Ahora entendía la palabra «comercial» escrita en la carta que había recibido. ¿Desde cuándo formaba parte de la lista del paro?—. Estoy enferma y no tengo años suficientes cotizados para solicitar una incapacidad. Tengo proyectos en mente que no puedo llevar a cabo por falta de dinero, cuando sé que ellos me abrirían el camino que necesito. Todo se me tuerce. Es el pez que se muerde la cola. No sé cómo salir de este bucle en el que me he metido. Fui tonta Verónica, muy tonta. Paré mi vida por él, por mi familia, por todo aquel que me necesitó. Estuve en trabajos que cotizaron una mierda por mí, de ahí que ahora me arrepienta por no haber tomado la decisión de buscar otra cosa. Te preguntarás por el de comercial —así era—. Lo tuve que dejar, no tenía fuerzas. Perdí otros en los que ganaba bien por intentar conseguir un puesto de trabajo acorde a mi formación o por motivos personales que es mejor olvidar. No puedo más…

      —Sí que puedes, Natalia. Pude yo, ¿recuerdas? —a Verónica se le saltaban las lágrimas al ver a su amiga tan derrumbada, padeciendo un dolor insoportable; al sentir lo sola que estaba; al preguntarse cómo nadie se había dado cuenta de su sufrimiento, ni siquiera su familia más cercana. Qué buena actriz puede llegar a ser una mujer para ocultar una situación de dolor como esa. Ella también atesoró su sufrimiento ante una situación de maltrato continuo— Natalia, debes hablar con los médicos. Debes exigir que te expliquen lo que ocurre. Saber la verdad. Una vez conozcas a lo que atenerte, si él es así y tú lo desconocías, si es consecuencia de su enfermedad o si otra enfermedad está aflorando en él, deberás decidir si los años que te quedan de vida los quieres vivir a su lado o si, como joven que eres, deseas una vida totalmente diferente. Lo que no puede ser es que sigas aguantando lo que estás soportando a diario. No puedes sentirte «chacha» de tu propia casa. No puedes ser infeliz el resto de tu vida. Llorar, desear morir, eso no es vida, amiga mía. Eres joven y aún te queda mucho por aprender y experimentar. Tengo un amigo que dice que la vida es maravillosa. Y lo es. Eso sí, cuando lo importante es tu persona, uno mismo, y cuando a nuestro lado tenemos a esos sujetos que realmente valen la pena. A las demás personas hay que dejarlas marchar. Una enfermedad no te puede aplastar y menos cuando quien la padece no hace nada por ti ni por él. El traje de víctima lo sabe hacer muy bien. Lo llevan puesto, pero ¿y tú, qué? Yo me di cuenta que llevaba el de superviviente.

      —Se me está haciendo tarde… —estaba claro que Natalia deseaba cortar la conversación. Es muy duro escuchar lo que uno debe hacer, que no es otra que pensar en uno mismo. El ser humano se cuestiona todo. La sociedad critica libremente sin tener ni idea del dolor o sufrimiento que ha padecido y que, por su culpa, seguirá padeciendo— He de cortar. Te agradezco me hayas escuchado. Volveremos a hablar —Verónica no necesitaba un «gracias». Ella podía ayudar a su amiga a levantarse del suelo y salir adelante.

      Natalia se quedó un instante inmóvil con el teléfono móvil en su mano derecha, con la mirada clavada en la pantalla aún iluminada. Como si no pensara en nada, como si esa conversación la hubiese dejado petrificada. Sin saberlo, su cerebro estaba removiendo las frases que su gran amiga acababa de pronunciar, como queriendo retenerlas en su memoria para que, en un futuro, sirvieran para tomar decisiones o darle las fuerzas que necesitara en ese momento duro de su vida, porque, instantes sencillos habían existido pocos. Llevaba mucho tiempo que se sentía la «cenicienta» de su propia casa. Sirviendo la comida y la cena en la mesa a un marido que ni siquiera le hablaba. Encargándose de las labores domésticas desde las siete de la mañana, en que se levantaba, viendo como él no hacía nada. Cada día que pasaba, su vida se iba enrollando más y más, cerrándosele las puertas a los deseos que ella tanto quiso cumplir. Entre ellos, el de ser madre. Acababa de hacer seis años que dejaron de contar los días en que una debe tener cuidado de cómo mantiene las relaciones sexuales para no quedarse embarazada y venir por sorpresa un bebé no deseado. Atrás habían quedado los días rojos en el calendario, del diez al veinte por una prevención más segura. Aunque las hormonas pedían a gritos que el pene de su marido la penetrara, que los espermatozoides de este fueran a la carrera del óvulo que esperaba impaciente que uno de ellos le penetrase, aguantaba por no complicar su vida más de lo que ya estaba por aquel entonces. Pero como mujer, como muchacha que siempre quiso dar el amor tan grande que impera en su interior a un pedacito de su ser, y de conformidad, decidieron ir a por familia. Sin éxito alguno, haciendo acto de presencia mes tras mes la dichosa regla, sin posibilidad de conocer lo que se siente al poder anunciar «voy a ser madre» y dar a luz a un ser humano que ansiaba mecer entre sus brazos. A pesar de que muchas medicaciones antiepilépticas causaban infertilidad, o incluso impotencia, no le había dado mucha importancia los primeros meses, si bien al año de intentarlo lo consultó con la médica neuróloga. Esta le restó importancia, pasando los años con unos u otros síntomas. Tuvo que ser tras más de cinco años de estarlo intentando cuando la neuróloga sustituta les dijera la verdad, «es posible que seas infértil o que tus espermatozoides vayan más lentos de lo normal y necesitéis que Fertilidad os ayude». Con tan mala suerte que aquel papel a punto estuvo de no ver la luz por ser «demasiado viejos». Nerviosos, sin saber muy bien lo que les harían ni qué les preguntarían, Natalia pensaba en su sueño de ser madre a la par de preguntarse si era una buena idea seguir adelante dada la situación que estaba viviendo. Atrás había quedado la mujer. Ahora solo estaba la figura de cuidadora. En pleno tratamiento psicológico y psiquiátrico para aprender a llevar la enfermedad de su marido, a la par de para darse cuenta del daño que todo en conjunto le estaba suponiendo. Este dato fue ocultado, un poco por miedo a que sucediera lo que sucedió a continuación. También por vergüenza, la verdad sea dicha. Tras una ecografía vaginal en la que se midió la anchura de dilatación y se verificó el estado de los ovarios y el útero, una hoja de prescripción de pruebas analíticas les llevó a sentirse esperanzados de conocer la realidad de su caso. Como era de esperar, a Natalia lo bueno no la iba a acompañar. Últimamente solo era un paño de lágrimas donde apoyarse y una esclava sin felicidad alguna. ¿Cómo un deseo se le iba a cumplir si ya había transcurrido mucho tiempo sin obtener fruto alguno? La ocultación salió a la luz. ¿Hasta qué punto llegaba la agresividad de su marido? ¿Qué vida en común hacían? ¿Era el ambiente propicio para el nacimiento y crianza de un niño o niña recién nacido? ¿Qué valores aprendería a lo largo de su vida de caer en una familia como la suya? Un bebé no es una moneda con la que probar a ver si con él o ella la felicidad inunda todas las estancias de la casa en la que uno reside. Un bebé es una persona que viene al mundo para ser feliz, algo que Natalia ansiaba dar a su futuro hijo o hija, si es que algún día tenía uno. Una entrevista con la trabajadora social del centro hospitalario dejó claro que la epilepsia y el ambiente que se respiraba en el hogar no era propicio para seguir adelante con un tratamiento de fertilidad, dejando en el aire una pregunta que Natalia también se hacía. ¿Hay algo más, además de la epilepsia? Hay muchos epilépticos que llevan a cabo su vida, con mayores o menores trabas, por desgracia, debido mayormente a la visión que de tal enfermedad tiene la sociedad en la que se vive, y que está muy equivocada. Hay epilépticos que son madres y padres. Que viven con su pareja, controlados o menos controlados, con la medicación impuesta. ¿Por qué a Natalia esta enfermedad le estaba truncando toda su felicidad? Es verdad


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