Ginger. Ximena Renzo 'Endlesscurl'

Ginger - Ximena Renzo 'Endlesscurl'


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de Derek Griffin.

      —¿Yo? No entiendo de que estás hablando, Brad. —Recogí la pelota y se la lancé a uno de los bateadores. El entrenamiento estaba por empezar.

      —Te conozco amigo, sé que sabías que todos lo verían y armarían el rumor de que estás saliendo con ella.

      —No me conoces. —Reí negando con la cabeza.

      Nadie me conocía realmente. Bradley pensaba que en un año y medio de conocerlo, podía llamarse mi mejor amigo. Y no era así.

      Nadie en la escuela —a excepción de Alai— sabía de mi vida.

      Y por mí, se iba a mantener así.

      —¡Por favor! —pidió la rubia sentándose a mi lado.

      —Ya te dije que no —respondí encendiendo el auto.

      —Pero ¿te molesta su presencia?

      —Alai, hicimos un trato. No vamos a invitar a nadie a casa. Si quieres pasar tiempo con Ginger, ve a la suya.

      —Bien, aburrido. —Se puso el cinturón y cruzo los brazos.

      —Puede enterarse de Nate y Abby. No quiero que funcione así.

      —Pues te estás demorando mucho, si te gusta desde primero, ¿no deberías haber hecho algo ya?

      —¿Cuándo creciste tanto? Eres mi hermanita, no se supone que debas decirme estas cosas.

      —Tengo quince años, tonto. —Sonrió despeinándome.

      —¿Sigo siendo tu superhéroe favorito?

      —El mejor de todos. —Asintió mientras daba la vuelta a la calle.

      —Bien, me siento mejor ahora. —Sonreí encendiendo el reproductor.

      —Buenas tardes, pequeños Collins —saludó el portero dejándome entrar a la residencia. El hombre había estado ahí durante veinte años.

      —Buenas, Nano. —Asentí y Alai saludó con la mano.

      —¡Oh, es él! —dijo mi hermanita subiéndole el volumen a lo que parecía ser su cantante favorito desde... Hace mucho. —Oh, Julien Garnier, ¡¡te amo!! —suspiró echándose un poco para atrás y rodé los ojos.

      —Tú y tu cantante pop con apellido de productos de cabello —me quejé bufando y aparcando el auto en casa.

      Apagué el reproductor con gusto para dejar de oír a ese niño de cara bonita con suerte.

      —Eres un cavernícola, hermano. ¡No sabes nada de respeto! Mi música, mis gustos, ¡míos! —Me sacó la lengua y entró a la casa mientras yo reía y cerraba la puerta del auto.

      —Chillona.

      Caminé hacia casa y oí gritar a Alai. Muy fuerte.

      «Oh, creo que llegó» pensé.

      —¡Naiiiiii! —chilló colgada del cuello de mi hermano mayor.

      «Sí, ya llegó».

      —¡Abrazo grupal! —grité corriendo hacia él, y botándonos al piso mientras reíamos.

      —¡Los extrañé, enanos revoltosos! —Rio besando nuestras cabezas.

      Nathaniel Collins aún me trataba como un bebé, genial.

      —No me beses, ya soy un hombre grande —me quejé levantándome.

      —¡Un hombre grande que es mi hermanito y lo besaré las veces que quiera! —me dijo indignado tomando mi cabeza y besando mi frente varias veces.

      —¡Déjame! ¡Quita! —Reí empujándolo.

      —¿Cuándo llegaste? ¿Por qué no avisaste antes? —preguntó Alai, que para ese momento había lanzado sus tacones a quién sabe dónde y saltó descalza mientras abrazaba de nuevo a mi hermano.

      —Llegué hace —hizo una pausa viendo la hora— cuarenta y siete minutos. Quería que fuera sorpresa. No encontré a mamá, así que tuve que usar la llave de emergencia.

      —Me alegro de que estés aquí. —Sonreí golpeando su hombro— ¿Y Abby?

      —¡Sí! ¿Dónde están Abby y mis bebés? —preguntó Alai aún abrazada a Nate.

      —Están en Ecuador justo ahora. Estamos abriendo la sede del hotel allá. He venido un par de días porque necesito hacer unos trámites. Y a visitarlos, obviamente.

      —¿Te quedas a dormir acá o en tu casa?

      —Aquí, sin Abby me siento solo. —Sacó el labio inferior y me reí.

      —Qué cursi eres hermano.

      —¿Cursi yo? A ver, cuéntame ¿cómo es eso de que casi besas a Ginger? —Alzó las cejas y yo giré a ver a Alai que fingía estar silbando y miraba a otro lado.

      —¿Alguien quiere pizza? —preguntó mi hermana corriendo a la cocina— ¡Bueno, yo la pido!

      —Es una larga historia.

      —Bien, tenemos tiempo. Estaré aquí cuatro días. —Se sentó en el sofá y golpeó a su lado para que me siente.

      Bufé y caminé hacia allá.

      Alai, ¡pequeña cotilla! Me las iba a pagar.

      Punto de vista de Ginger

      ¡Colegio de pacotilla!

      Tenía un montón de cosas por estudiar, sin contar todas las tareas que me habían dejado.

      ¡Cómo deseaba ser el personaje de un libro o una película donde solo se hacía tareas cuando pasa algo genial!

      Primera tarea, historia. «Elmer Butts, solo espero que cuando estés durmiendo, se te pierda un calcetín y no lo encuentres nunca» repetía en mi mente hasta que el teléfono empezó a sonar.

      —¿Qué? —contesté mientras buscaba información sobre cómo empezó la industrialización de Counterville, estaba teniendo el mejor momento de mi vida.

      ¿Para qué estudiar historia? ¡Yo no quería enterarme de la vida de los demás!

      —Hola, mejor amiga. También te amo. ¿Vienes a mi casa el sábado? —se oyó su graciosa vocecita desde el otro lado de la llamada y me hizo sonreír un poco.

      —Lo siento Kim, estoy estresada —suspiré, agradecía que no se tomara personal nada de lo que hacía o decía. —Elmer Butts me estresa. No puedo ir el sábado, tengo detención.

      —¡Pero es una hora de detención! Puedo ir contigo y luego nos vamos a casa.

      —Mejor ven tú, dudo que mamá me deje salir cuando se entere.

      —Bueno, podríamos invitar a Alai. Me cayó mejor de lo que pensaba. Iré pensando en una buena película entonces, ¿bien? Te dejo con tus tareas de historia. Iré a tomar una bonita siesta.

      —Claro, me parece injusta esta desigualdad, ¿por qué no estás estudiando?

      —Eso es lo que pasa cuando naces fabulosa, ¿sabes? Las tareas se pueden hacer cinco minutos antes de entregarlas.

      —Claro, y después se obtienen calificaciones como las tuyas.

      —Eres cruel, hieres mis sentimientos.

      —Sí, sí. Ve a dormir, Kim.

      —Te quiero.

      —Y yo a ti. —Colgué dejando el teléfono, volví a encender el reproductor de música, y como llamándola con el pensamiento, mamá entró a mi habitación.

      —¿Explicas esto? —preguntó con el papel de detención en la mano. Sus fosas nasales empezaban a agrandarse y el aire entraba cada vez con más espacio a sus pulmones. Tragué en seco y sonreí un poquito tratando de hacerle ver que


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