Ginger. Ximena Renzo 'Endlesscurl'

Ginger - Ximena Renzo 'Endlesscurl'


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auto.

      Lamentablemente, tenía que recordarme siempre que ese mismo sujeto que estaba corriendo como pingüino hacia el auto, tenía treinta y dos años y que era mayor que yo por quince.

      Por favor.

      —¡Yo manejo! —Cerró la puerta dejándome fuera, así que caminé hacia el sitio de copiloto y Alai se situó en el mismo lugar donde Ginger estuvo días antes.

      —De todas maneras yo no lo iba a hacer. —Me puse el cinturón y esperé.

      —¡Música! —gritó Alai alzando los brazos.

      —¡Es Julien Garnier! —dijo Nate haciendo un bailecito ridículo.

      —Por eso te amo. —Alai lo abrazó como pudo y luego se sentó de nuevo.

      —No puedo creerlo. —Reí tapándome la cara.

      Entonces todo el camino al trabajo de mi madre, constó de mis dos hermanos siendo grandes fans de Julien Garnier. Lindo.

      —911 I’m stuck in a song. —Bailaba Nate saliendo del auto.

      —¿Y cómo dice? —cantó Alai imitando los pasos de mi hermano. Ambos me miraron esperando a que cante.

      —Ni lo sueñen. —Rodé los ojos y caminé hacia la puerta que automáticamente se abrió.

      —Cuando me acerco a estas puertas siento que tengo poderes. —admitió Nate rodeando el hombro de Alai.

      —Buenas tardes —saludó la recepcionista.

      —Hola, Rose, ¿está mamá? —preguntó Alai sonriendo.

      —Sí, ya la aviso. —Agarró el teléfono, pero la detuve.

      —No, no. Que sea sorpresa. —Sonreí bajando el teléfono.

      —Pero...

      —Sopresa, Rose —dijo Nate terminando de colgar el teléfono. Corrí hacia el elevador y mis hermanos me siguieron tratando de alcanzarme. Yo les gané.

      —¡Gané! —celebré presionando el botón del último piso.

      —No se vale si eres deportista —negó Alai cruzando los brazos.

      —Y tú corres mucho en el viernes negro, ¡Eres más ágil! Cada uno juega con sus propias habilidades, así que no te quejes.

      —Yo jugaba béisbol. —Sonrió Nate mostrando los dientes de adelante, Alai y yo giramos a verlo.

      —Como decía... —Volví a ver a mi hermana. —Tú corres mucho, enana loca.

      —Pero tú corres más, y haces ejercicio.

      —¡Pero tú vas al gimnasio!

      —¡Y tú juegas béisbol!

      —Yo tenía asma —comentó Nate con la misma cara de antes. Me eché a reír por cómo hablaba y mi hermana pegó un grito haciéndonos poner en alerta.

      —¡¡El que llega primero gana!! —chilló en cuanto el elevador se detuvo, reaccioné y corrí empujando a Nate por el largo pasillo que nos dirigía a la oficina de mamá.

      Reí en cuanto Alai intentó empujarme, Nate corrió y cargó a Alai sobre su hombro y por segunda vez, gracias a Nate, gané.

      —¡Llegué primero! ¡Hola, mamá! —Reí empujando la puerta y entrando a la oficina.

      —¡¡No!! —gritó mamá al mismo tiempo que yo entraba.

      —¿Má? —dije viéndola llorar. —¿Qué pasó? —pregunté abrazándola, giré y abrí los ojos en grande.

      —¿Qué haces aquí? —inquirió Nate bajando a Alai de sus brazos.

      —¿Qué dicen? ¿Quién es este señor? —preguntó Alai mientras Nate rodeaba su hombro.

      —Hola, hijos. —Sonrió de lado.

      —¿Qué? —preguntó Alai confundida.

      Nuestro padre, que creíamos ya perdido, estaba frente a nosotros.

      Yo no recordaba como era, hasta hace unos meses, que encontré unas fotos que mamá intentaba esconder.

      Era bastante diferente al hombre de las fotos. Este era un Kyle con el cabello gris, ya no era fortachón, estaba delgado y tenía ojeras. Llevaba ropa más informal, menos costosa. No llevaba una sonrisa orgullosa.

      »¿Qué pasa acá? —preguntó Alai de nuevo, rompiendo el silencio incomodo que estaba sucediendo.

      —Chicos, esperen afuera —Nate habló tratando de mantener la calma, pero sin quitar la vista de nuestro padre.

      —Pero...

      —Theo, lleva a Alai afuera, por favor —me interrumpió más serio. La forma en la que habló me recordó a como era antes y entendí que debía hacerle caso.

      —Theo, ¿es papá? —preguntó mi hermana en cuanto salí con ella, tomando su mano. Alai tenía los ojos acuosos, casi rosados alrededor.

      —Sí —respondí aún asombrado.

      —¿Lo reconociste? ¿Te acordabas de él? Yo no lo recuerdo. —Me abrazó y yo le correspondí.

      —Lo vi hace unos meses en una foto, a mamá no le quedó más remedio que contarme quién era y muchas memorias volvieron a mí. Tenías tres años, hermana. Dudo que recuerdes mucho de eso.

      —Pero no entiendo nada, ¿por qué está aquí después de tantos años?

      —No lo sé, rubia, sé lo mismo que tú. Que luego de salir preso, se fue a Sudamérica.

      —No lo quiero aquí —susurró aferrada a mí.

      —Yo tampoco, la verdad —contesté mirando a la puerta.

      ¡Quería saber qué rayos pasaba ahí dentro! Y no fue después de cuarenta largos minutos, que él salió por la puerta, dedicándonos una pequeña mirada y alejándose por el elevador.

      Miré a Alai y corrimos a la oficina de mamá, que abrazaba más tranquila a Nate.

      —Mami —mencionó Alai abrazando a mamá, quién correspondió el abrazo.

      —¿Nos pueden explicar qué pasó hoy aquí?

      —Bueno... —empezó Nate sentándose.

      Punto de vista de Ginger

      Mi vida era aburrida, no había otra opción. Estuve cinco horas seguidas haciendo trabajos prácticos y además de eso, sin mi móvil.

      —Extraño mi teléfono —chillé tratando de llamar la atención de mi madre, pero ella estaba ocupada ignorándome, así que bajé las escaleras y me lancé bocabajo en el sofá.

      —Usa tu portátil —dijo papá encogiéndose de hombros.

      —¡Mamá no quiere! —respondí con la cara en el asiento.

      —Estás poniendo tu cara en mis gases.

      —¿Qué? —pregunté mirándolo.

      —Sí, mira. Yo me lanzo gases aquí sentado, luego vienes tú y pones tu cara ahí.

      —Ugh —me quejé recostándome bocarriba.

      —¿Sabías que los gases se quedan pegados a la pared? Solo quería contarte. Para que cuando tengas calor, no pongas la cara en la pared fría. Porque también vas a poner tu cara en mis gases.

      —¿Podemos dejar de hablar de gases, papá? —Reí levantándome.

      —Bueno. —Se encogió de hombros de nuevo, me miró, se puso de lado y expulsó otro gas. Segundos después movió la nariz como si estuviese oliendo algo y rio—. Huye ahora si quieres vivir.

      —¡Papá! —Solté una carcajada


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