Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours
de la cual la obra aparece sobre todo como el fruto y la manifestación, Blain inscribe primero al fundador del nuevo instituto en la línea de los que se consagraron a ese:
ministerio celestial, divino, que tiene su modelo en Jesucristo y sus ejemplos en los santos: un ministerio excelente e infinitamente provechoso, que produce frutos para la eternidad, y que tiene solo al cielo y a la salvación de las almas por finalidad.
Por esto, él se ocupa de levantar un resumen de la historia de las Escuelas Cristianas antes de la intervención de Juan Bautista de La Salle, confundiéndola con la historia del catecismo, la «doctrina, y consagrando un largo desarrollo a César de Bus». La última parte de esta larga introducción apologética a su libro se consagra a una defensa de los presbíteros regulares. La apuesta reside en demostrar la necesidad de un instituto dedicado a esta tarea, puesto que la finalidad de las Escuelas Cristianas es primero la enseñanza de la doctrina y la verdadera conversión de los niños. Según su punto de vista, esta misión excede, por un lado, la disponibilidad de los presbíteros, ya bien acaparados; por otro lado, sus capacidades, dado que el catecismo semanal no es suficientemente eficaz. Solo el establecimiento de congregaciones que acojan a diario a niños y niñas, para que cada día reciban una o dos horas de instrucción religiosa y de iniciación a la oración, crea las condiciones de una formación en profundidad. Blain hace de esta demostración el pretexto para una vigorosa y sorprendente apología del clero regular. Prácticamente él apunta a
En fin, en esta larga introducción reveladora de las precauciones que el autor cree que debe tomar y de la fuerza de los debates en el clero en ese comienzo de los años 1730, Blain justifica sus preferencias de escritura, las cuales le valdrán en especial las críticas de Maillefer17. Él toma posición en un debate estudiado particularmente por Suire (2001, pp. 192-208)18. Contra la hostilidad ante lo maravilloso y la desconfianza hacia los relatos de milagros, contra la reticencia a desvelar las mortificaciones y las austeridades, contra la repugnancia a demorarse en pequeñas acciones de virtud en lo cotidiano, tendencias que lograban prevalecer en esa época, él defiende de manera resuelta una hagiografía barroca que no oculta ni limpia nada: ¿de qué hay que componer las historias de los santos, si los milagros, las visiones, los éxtasis y todo lo propio de lo maravilloso en el orden de la gracia no debe absolutamente entrar?, ¿si se deben excluir como increíbles las penitencias y las austeridades extraordinarias, las oraciones continuas durante el día y la noche, y todo lo que se parece a la más heroica virtud, en fin, si se debe rechazar el detalle de las prácticas menudas de virtud y los ejemplos de fidelidad a las más pequeñas cosas? (Blain, 1733, t. I, p. 114).
La tradición historiográfica
El instituto fundó sobre Blain una vulgata que prevaleció hasta la Segunda Guerra Mundial, al menos, incansablemente retomada y más o menos acomodada. Las otras dos biografías publicadas en el siglo XVIII, la del jesuita Juan Claudio Garreau en 1760 y la del abad de Montis en 1785, aparecen como abreviaciones de la de Blain —que permanece como su fuente principal o única—, pero tienen la ventaja de ser mucho más… ¡digeribles!
El siglo XIX se termina con la canonización de san Juan Bautista en 1900, después de la declaración del heroísmo de sus virtudes en 1840, que marcó la introducción de la causa, y de su beatificación en 1888. Las dos últimas estuvieron marcadas por una ofensiva editorial. Blain no fue reeditado antes de 1887; no obstante, en 1874 aparecieron, uno tras otro, los libros del hermano Lucard19 y de Armando Ravelet20; ambos constituyeron un aporte importante al conocimiento de la vida de Juan Bautista en razón de las investigaciones documentales nuevas. Ravelet examinó atentamente los archivos del Tribunal de Châtelet de París, a fin de aclarar las complicaciones de Juan Bautista de La Salle con los maestros parisinos. El hermano Lucard «reunió un tesoro de documentos inéditos, extraído sea de los archivos del Instituto Lasallista, sea de los archivos públicos», pero «él no cita siempre sus fuentes; él corta y, muy frecuentemente, acomoda sus textos» (Rigault, 1938, L’oeuvre religieuse et pédagogique…, p. 8).
Esas dos biografías, las más importantes de este periodo, permanecen, sin embargo, muy ampliamente inspiradas en Blain, lo mismo que los numerosos folletos o vidas de formato con frecuencia más reducido que los que aparecían por aquel entonces (Scaglione, 2001)21. El año 1888 y los siguientes, hasta la canonización en 1900, vieron eclosionar numerosas publicaciones, sobre todo folletos, consagrados a diversos panegíricos pronunciados para la beatificación. El libro de Ravelet se reeditó y tradujo; el de Lucard no. En vísperas de la gran fiesta, el instituto solicitó al sulpiciano Juan Guibert la biografía cuya publicación acompañaría la canonización. Ella apareció en 1900, seguida de una corta versión edificante, despojada de sus notas y referencias22. Si él aporta correcciones a Lucard, su libro, sin embargo, no está exento de errores. Hasta entonces, ninguno de esos tres autores, los más importantes que hayan escrito sobre Juan Bautista en el siglo XIX, era historiador de formación.
El primero es G. Rigault (1885-1956), doctor en Letras y discípulo de G. Goyau, quien comienza a investigar sobre los Hermanos de las Escuelas Cristianas a inicios de los años 1920, y no terminará sino hasta el fin de su vida. En 1937 aparece el primer volumen de su monumental Historia general del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, consagrada a una nueva biografía del fundador. Se trata, una vez más, de una solicitud del superior general. No pretende aportar nuevos elementos al conocimiento de la vida de Juan Bautista, pero, afirmando su estatuto de historiador cristiano, plantea como posible la asociación de una perspectiva apologética y del método histórico aplicado a la biografía, tal como él la describe:
los hagiógrafos ya dijeron todo. Nuestro proyecto no es el de ellos. Si él no rechaza de ninguna manera ser apologético (y es legítimo y necesario que el esfuerzo de un cristiano tienda siempre, en últimas, a la gloria de Dios), él quiere primeramente realizarse en la esfera más alta de la verdad documental, de la discusión de los hechos, de la explicación psicológica, de la investigación de las causas. (Rigault, 1938, L’oeuvre religieuse et pédagogique…, p. 2)
En Juan Bautista de La Salle y en todas sus acciones, lo que él espera describir es un «instrumento de la Providencia». Pero su trabajo resulta, ante todo, «una síntesis» que usa «los elementos acumulados, desde hace dos siglos, por los historiadores del fundador y por los hermanos, por los historiadores de la Iglesia, por los de la pedagogía». Aunque Rigault haya concienzudamente «confrontado las transcripciones con los originales, y en su defecto con las copias más antiguas» y consultado «los preciosos autógrafos del santo fundador, las primeras ediciones de sus obras, los registros de la casa de San Yon, los dosieres de las escuelas que él estableció», él no puede satisfacer las expectativas de una «biografía crítica», expresadas por el Capítulo General de 1956, no solo porque le da mucha importancia a la hagiografía, sino porque había aún investigaciones por hacer en los archivos, en especial en aquellos publicados. Sin duda, hay que pensar que el mismo Capítulo General de 1956 ya no le reconocía el estatuto de «biografía crítica» a las publicaciones contemporáneas, como las de los hermanos William Battersby (1949, 1950, 1957) e Isidoro di María (1951).
Después de esta fecha, la historiografía lasallista se enmarca en una nueva exigencia de rigor. La obra de Yves Poutet significa un momento mayor en ella. Se inscribe de modo directo en la continuidad del Capítulo General. El autor le atribuye la inspiración «a las conferencias de los hermanos Clodoaldo y Mauricio Augusto» en Roma, en 1956-1957. El método era abrir las perspectivas desde un auténtico accionar histórico, a fin de resituar la historia de Juan