Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours

Juan Bautista de La Salle - Bernard Hours


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carta del 4 de mayo de 1723, escrita por el hermano Juan. Como Bernardo, él utilizó la Mémoire sur les commencements (Memoria sobre los orígenes): cuando él evoca la recepción de cuatro órdenes menores por Juan Bautista, precisa que «las memorias de su vida no nos dicen nada» sobre lo que «Jesucristo realizó en su corazón durante una acción tan importante» (Blain, 1733, t. I, p. 129). Algunas páginas más lejos, él se refiere a las «memorias de su vida» para afirmar que Juan Bautista no estaba nunca distraído cuando celebraba la misa. En el momento en que él se justifica ante el hermano Timoteo por haber empleado términos «horribles» sobre los primeros «maestros», remite a la «memoria que se encontró después de su muerte» y afirma: «usted tiene esa memoria» (Blain, 1733, t. II, p. 4). Él tenía también en su oficina el manuscrito de Maillefer, del cual toma prestado mucho sin decirlo, y el autor se quejó de ello en su segunda versión en 1740: «aunque en ciertos pasajes me haya copiado a la letra y sin escrúpulos, él no consideró un deber informar sobre ello» (Maillefer, 1966, CL 6, p. 17).

      Se puede suponer que, durante los años consagrados a la redacción de su obra, él completó su información con los hermanos, como lo hizo con otros testigos, por ejemplo, en Ruan, con la señorita de Mondeville y la hermana María Ana de Darnétal, interrogadas sobre la señora Maillefer y Adrián Nyel. Pero también recurrió a otras fuentes, auténticos vestigios de la acción de Juan Bautista, aunque no los mencione en Dessein de cet ouvrage (Intención de esta obra), en particular a los archivos autógrafos de su actividad de fundador: «el biógrafo se apoya sobre textos más autorizados aún: contratos o cartas de fundaciones, copias de actos diversos, memorias justificativas del señor de La Salle» (Hermans, 1965b, CL 4, p. 9). En fin, él dispuso de las obras impresas de Juan Bautista: las Reglas, la Guía de las Escuelas, los Deberes de un cristiano, el Tratado de la urbanidad, los Catecismos, el Libro de oraciones, las Meditaciones, la Colección de varios trataditos, la Explicación del método de oración.

      La historia de la escritura de ese libro no es tan clara, como lo dejan ver los dos volúmenes de 1733. Ellos se componen de cuatro partes, las tres primeras consagradas a la historia de su vida, la cuarta a «su espíritu, sus sentimientos y sus virtudes». Está precedida por un «aviso al lector», en el cual el autor «confiesa francamente que [él] no hizo esta última parte de buena gana». Por «temor de repeticiones», él hubiera preferido detenerse en la muerte de Juan Bautista. Y fue bajo la presión de los hermanos que él habría emprendido redactarla. Se puede suponer que él escribió primero los tres capítulos iniciales y que, luego de haberlos sometido a sus patrocinadores, ellos exigieron esta síntesis final sobre las virtudes de su fundador. El primer trabajo de escritura se habría terminado a finales de 1730 (Lett, 1956, p. 313), después de cuatro o cinco años. La obra se habría finalizado entre finales de 1730 y el otoño de 1732 a más tardar. La larga duración de esta redacción pudo haber hecho creer que Blain tenía poco tiempo para consagrarse a ella, como el hermano Bernardo en su tiempo.

      Parece que él pensó en publicar y vender por separado las tres primeras partes. Si se le cree a Blain, los hermanos se acomodaron a esta opinión en un primer momento. Sin embargo, el conjunto se le presentó en dos tomos al censor, el señor M. de Marcilly, para su relectura: el primero, con las dos primeras partes de la Vida, recibió su aprobación el 18 de noviembre de 1732; el segundo, con la tercera parte de la Vida y una cuarta parte sobre las virtudes, se aprobó el 11 de diciembre de 1732. ¿Impusieron finalmente los hermanos esta solución? Es posible pensar que el editor la prefirió por razones comerciales, por miedo a quedarse con muchos ejemplares sin vender. El resultado, en el fondo, no podía sino colmar a los hermanos que deseaban una obra en forma hagiográfica oficial: «¿por qué, me dijeron ellos, escribe usted la vida de nuestro padre? Es por sus niños, por nosotros, o por gente parecida a nosotros, simples y que solo buscan edificarse».

      En efecto, la legislación canónica sobre los procesos de beatificación y canonización, que imponía una primera encuesta sobre la heroicidad de las virtudes, tuvo por efecto orientar hacia el género hagiográfico. La vida solicitada a Blain debía, a la vez, constituir la biografía oficial y definitiva y un dosier con miras a los procesos diocesanos y romanos. Después del relato de la vida propiamente dicho, muchas de esas hagiografías concluían con un capítulo o una parte sobre los milagros y virtudes. Los hermanos tenían en mente la perspectiva de una beatificación de su fundador y esperaban que Blain les entregara la obra que facilitaría la introducción de su causa. Blain se ajustó a ello realizando esa cuarta parte que concluía, o casi, con un capítulo sobre «algunos hechos que parecen milagrosos, ocurridos antes y después de la muerte del señor de La Salle». Pero su sumisión hacia sus patrocinadores y hacia el doctor de la Sorbona, encomendado de la relectura de su libro, fue aún más lejos, como él mismo lo recuerda en la «carta de 1734». Allí se justifica ante las críticas hechas a su libro en el instituto. Recuerda que comunicó su manuscrito a varios lectores: el hermano Timoteo y «algunos de los hermanos principales […] que lo leyeron con la libertad de cortar lo que ellos quisieran, y ustedes saben en efecto que cortaron algunos artículos y todo lo que quisieron». No se sabe sobre qué partes se hicieron esas supresiones, pero se puede suponer que ellas apuntaban a alusiones ad hominem que hubieran podido herir a tal o cual y suscitar debates entre los hermanos. Blain recuerda también que el aprobador del libro, «doctor de la Sorbona, tan exacto y delicado en lo relacionado con la reputación del prójimo, también recortó, especialmente todo lo que pareció un poco fuerte en los términos».

      Desde el origen, entonces, todo concurre para dar a la obra del canónigo de Ruan el carácter de una biografía oficial. No sorprende que ella lo haya sido hasta una fecha reciente en el instituto. Sin embargo, al mismo tiempo, el proyecto de Blain sobrepasaba sus expectativas. Para comprenderlo, hay que leer con atención el largo Discurso sobre la institución (…) de las Escuelas Cristianas y Gratuitas, situado al comienzo del primer tomo, formando, por así decirlo, un libro autónomo dentro del conjunto. Blain hizo entrar su vida de Juan Bautista en una verdadera estrategia apologética que se despliega en varias direcciones y se debe resituar en la perspectiva del desarrollo de este género en el siglo XVIII (Albertan-Coppola, 1988, pp. 151-180). A comienzos de los años 1730, el combate no está en su furor y la Iglesia oficial está aún enfrascada en la controversia en torno a la Unigenitus: para el episcopado, el enemigo es el jansenismo. Es solo en la década siguiente cuando, bajo la denominación de «impiedad del siglo», las asambleas clericales comienzan a denunciar el aumento potente del racionalismo ilustrado. Cuando este pretende demostrar la superioridad de la religión cristiana, Blain (1733) la compara, de modo bastante formal, con el judaísmo y el islam, pero él quiere sobre todo convencer de que al:

      no creer en esta doctrina uno se expondría a vivir como ateo, impío, libertino, a vivir sin Dios, sin fe y sin religión, sin conciencia, sin temor y sin esperanza de vida eterna, o como una bestia o como un demonio. (t. I, p. 26)

      Esta apología introduce otra: la de las Escuelas Cristianas, cuya verdadera razón de ser, a sus ojos, no es tanto aportar instrucción a los pobres, sino catequizarlos para su salvación. Las materias profanas se instrumentalizan en provecho del catecismo, a la manera de un aviso publicitario en la parte superior de una góndola. Los papás, que ya se oponían bastante a esto, no enviarían nunca a sus hijos a la escuela si tuvieran que aprender solo las bases de la doctrina cristiana. Se necesita utilizar las materias profanas, a las cuales los padres ven una utilidad, para atraer a los niños y aprovechar para catequizarlos: «no se mira esta instrucción sino como el valor llamativo que atrae hacia otros más importantes y necesarios» (Blain, 1733, t. I, p. 34). Esa insistencia en la importancia primordial de las Escuelas Cristianas


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