Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours
rel="nofollow" href="#fb3_img_img_a7c9777e-4efe-5983-bc10-f0d3610bf83a.png" alt=""/>hermano Timoteo? En 1733 aparecen en Ruan (ed.
No sabemos con certeza en qué fecha el hermano Timoteo se dirigió al canónigo Blain. Sin duda, la decisión se tomó con mucha rapidez, hacia finales del año 1724: bastaba con constatar que el texto preparado por el hermano Bernardo era insuficiente para contrarrestar el de Maillefer, si este último lograba hacerse editar. ¿Por qué escogió a Blain? La biografía de este último puede a posteriori aclarárnoslo (Lamy, 2014; Fouré, 1959, pp. 35-51). Aunque él era una generación más joven —nació en 1675—, es posible identificar en su itinerario numerosos puntos comunes con Juan Bautista. Como él, pasó por el Seminario de San Sulpicio, del cual conservó un recuerdo emotivo. Conoció a varias personalidades con las cuales Juan Bautista se relacionó en la misma época: los curas de la parroquia de
No solo su sumisión a la bula Unigenitus fue sin falla, al ejemplo de Juan Bautista, sino que se comprometió en el combate contra los jansenistas, en particular cuando, entre 1714 y 1716, tuvo la misión de sustraer a los seminaristas de San Nicaise de su influencia. La cuestión de las escuelas populares fue una de sus preocupaciones mayores: el Discurso preliminar a su biografía de Juan Bautista es quizás, en más de un centenar de páginas, una de las primeras tentativas para escribir la historia «de los maestros y maestras de las escuelas cristianas y gratuitas».
En Ruan las escuelas y la organización de congregaciones dedicadas a la enseñanza ocuparon una parte de su tiempo. De 1711 a 1735 fue superior de la Comunidad de las Hermanas de Ernemont, congregación diocesana educadora y hospitalaria establecida en 1690 bajo la protección de
El antijansenismo de Blain ha podido igualmente intervenir en su opción por el instituto, en un momento en que los hermanos querían distinguirse del «partido» y cuando la monarquía, después del registro de la bula Unigenitus como ley del reino el 29 de marzo de 1730, comenzaba el proceso de sofocación del movimiento. En fin, last but not least, Blain conoció muy bien a Juan Bautista. En su obra extrae de su propia memoria y reporta episodios en los cuales habla de él en tercera persona: evoca a un «canónigo», que presenta siempre como el «amigo del señor de La Salle», o a un «abogado de la inocencia del siervo de Dios» (Blain, 1733, t. II, p. 169).
Blain, con toda evidencia, conocía bien el género literario al cual iba a hacer su contribución: las «biografías espirituales», género estudiado de manera especial por Jacques Le Brun (2013) en relación con las religiosas del siglo XVII. Lo atestigua su observación sobre las fuentes que tenía a su disposición y acerca de su posición con respecto al tema15. Con frecuencia, si no son directamente la obra del confesor o del director, esas biografías se redactan a partir de su testimonio, consignado en memorias escritas. También con mucha frecuencia ellas utilizan textos producidos por la persona biografiada: «informes de sus estados de conciencia, retratos candorosos de sus disposiciones más secretas conservadas por las manos de sus directores o […] papeles encontrados después de su muerte, de su puño y letra y depositarios de sus gracias» (Blain, 1733, t. I, p. 112). Ahora bien, Blain confiesa que ningún documento de esa clase se puso a su disposición para desvelar «el interior» de Juan Bautista:
los directores que mejor lo conocieron y con quienes tenía una perfecta confianza, habiendo muerto antes que él, sepultaron con ellos en la tumba todo lo que ellos hubieran podido revelar del interior de este hombre de gracia, si le hubieran sobrevivido.
No llegó a Blain ningún texto perteneciente a lo que los historiadores, bajo el nombre de «escritos del fuero interno», erigieron en un género de fuente que responde a sus propias normas:
ningún escrito de su mano nos ha hecho más sabios sobre este asunto. No se encontró nada después de su muerte que pudiera ofrecer una pequeña luz sobre su manera de oración, ni sobre sus comunicaciones con Dios, ni sobre los dones de gracia que recibía. Si él tenía en cuenta esto y lo escribía sobre el papel, tuvo cuidado de que ninguna de sus memorias llegara hasta nosotros. Nadie, por consiguiente, puede decir nada sobre lo que pasaba en su interior, puesto que, con excepción de sus directores, él fue un jardín clausurado y cerrado para los hombres.
Segundo tipo de fuente: «los reportes hechos por amigos después de su muerte y que tuvieron la confidencia de sus comunicaciones con Dios». Ahora bien, nos dice Blain, «nunca se le escapó tampoco una palabra que permitiera hacer conjeturas sobre lo que pasaba entre Dios y él […], no hablaba nunca de sí mismo o solo decía cosas malas». Así, las memorias recogidas desde su muerte solo pueden dar testimonio de su «exterior» y de sus «acciones». Blain las tuvo a su disposición y las cita: se trata de palabras reportadas de Juan Bautista y de cartas conservadas piadosamente. No debemos extrañarnos del crédito que él concede a priori a esos textos considerados por él «exactos»:
esos testimonios fieles reportaron lo que ellos vieron y lo que ellos vieron con sus propios ojos. Si su testimonio puede ser sospechoso, entonces nadie merece credibilidad. Si esta historia de la vida del señor de La Salle, compuesta sobre las memorias, recogidas cuidadosamente por el
Dicho de otro modo, Blain no descarta por principio la posibilidad de que sus testimonios no sean siempre confiables, pero se deben creer porque él no dispone de ninguna fuente cuya fiabilidad sea más factible. No obstante, recordemos que los testimonios recogidos por el
Quizás Blain pudo disponer del manuscrito del hermano Bernardo (¿con las anotaciones de