Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours
y rendir homenaje a todos los hermanos que de manera paciente y minuciosa han puesto al día otras fuentes inéditas y han hecho posible su explotación.
Sin embargo, escribir la biografía de Juan Bautista de La Salle plantea un problema. La recolección de las memorias sobre la vida del fundador se decidió poco después de su muerte, en el mes de abril de 1719, por el
Ahora bien, ese modelo se construye, en realidad, con base en una documentación parcial. En efecto, esto ocurre cualquiera que sea el rigor del biógrafo a quien se le confía este material, incluso si él hace un reagrupamiento para conservar solo los testimonios convergentes (pero muy pocos autores revelan su metodología) o si estos testimonios pretenden guardarse de toda deformación hagiográfica. No obstante, las primeras biografías descuidan una parte esencial de la documentación que permitiría escribir una historia según las reglas de la disciplina. Ellas ignoran los archivos muy variados de la vida de cada día, que sufren el desgaste del tiempo. También descuidan muy a menudo los escritos y, si estos se mencionan, a veces en citas, no se ubican históricamente ni se estudian. Pero hay que reconocer que, sin ese trabajo de los primeros biógrafos, muchas causas, llamadas históricas en la jerga técnica de la Congregación para las Causas de los Santos, apenas estarían documentadas. No le conviene al historiador de hoy rechazar esta literatura bien particular; sin embargo, debe asumirla como lo que es: igual que todas las fuentes de su trabajo, no se produjo para servirle de material a su tarea. Entonces, hay que comprender cómo y por qué se produjo, a qué sesgos está sometida, y sería vano preguntarle a ella misma.
En el caso de Juan Bautista de La Salle no se produjo una, sino tres biografías. Ninguna logró la unanimidad. Una de ellas, escrita por el canónigo Blain (1733), permaneció como la referencia oficial en el instituto hasta la segunda mitad del siglo XX (hasta el capítulo de 1956 justamente). Sirviendo de punto de vista inevitable a toda nueva tentativa biográfica, ella suscitaba, sin embargo, reservas, incluso críticas. Hasta el punto de que hoy el título de la biografía crítica esperado por el instituto podría casi declinarse así: ¿Para terminar con Blain? Y no es seguro que la respuesta sería positiva…
El manuscrito del
La recolección de testimonios iniciada por el
En el mes de septiembre de 1720, Juan Jacquot le confió la organización de la documentación al
él solo actúa por capricho. Yo no tengo ningún poder sobre su espíritu y cualquier cosa que se pueda decir no produce ninguna impresión. Él sale cuando le parece bien, hace todo lo que él quiere y actúa mucho más libremente que un hermano director […]. Yo nunca vi en nuestros hermanos lo que veo en este hermano. Nuestros hermanos siempre han guardado las reglas y la observaban (sic) bien de otra manera desde que el hermano Bernardo perturba todo con su antojo1. (Hermans, 1960b, CL 3, p. 55, n.º 13)
¿Por qué razón lo escogieron para escribir la biografía de Juan Bautista? El misterio permanece: era muy joven (veintitrés años en 1720), no había aún pronunciado sus votos perpetuos (lo hizo el 16 de junio de 1726) y parecía difícilmente controlable. Sin duda, él aparecía como una de las raras y buenas plumas del instituto que, en efecto, no tenía vocación de atraer a los escritores. Pero ¿por qué no se solicitó a un autor reconocido en el seno de una orden con la que se tenían buenas relaciones, por ejemplo, a un jesuita?
El
un manuscrito que se encontró, escribe con su propia mano, que él guardó escondido durante más de veinte años, y que afortunadamente se descubrió, durante su viaje a Provenza, hasta el decimocuarto año de su institución […]. Por eso será de ese manuscrito que nosotros sacaremos todo lo que vamos a decir hasta el año catorce de su institución3. (Bernardo, 1965, CL 4, p. 22)
Si a él le causó «mucho placer» leerlo, y hay que creerlo sin dificultad, tenía necesariamente que constatar las lagunas de otras memorias que le habían entregado: «yo vi muy bien que ellas no eran suficientes para hacer un libro tal como se deseaba». Esta observación resuena como la de un experto que conoce la tarea. El