Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours

Juan Bautista de La Salle - Bernard Hours


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      los maestros en su mesa, en las horas de comida. Allí se hacía la lectura, el señor de La Salle aprovechaba la ocasión para hacerles saludables reflexiones sobre los deberes de su estado. Después de lo cual ellos se retiraban para ocuparse en sus trabajos. (Maillefer, 1966, CL 6, ms. 1723, p. 40)

      De manera habitual, este asunto retiene poco la atención de los historiadores, porque el rol de denunciante casi no conviene a la santidad. El 16 de agosto de 1679 Juan Bautista denuncia en el capítulo metropolitano a su colega César Thuret acusándolo de contravención al decreto De concubinariis:

      por haber tenido y guardado en su casa a una sirviente impúdica (Juana Jorent) y por haberla aún frecuentado desde que ella salió de su alojamiento, a pesar de los avisos que le fueron dados de expulsarla y de no tener más relaciones con ella.

      El proceso ante el oficial del capítulo dura casi un año y el 10 de junio siguiente a Thuret lo destituyen de su beneficio, lo suspenden a divinis, lo condenan a hacer un retiro durante un año en un seminario sin poder salir. Deberá recitar a diario los siete salmos penitenciales, lo que hará de rodillas sobre las escaleras de la casa cada viernes de ayuno. Quizás se trate del caso reportado por Blain, quien no revela ningún nombre:

      una ocasión en la cual el joven ministro del señor hace estallar su celo contra un eclesiástico de mal ejemplo […] provee amplia materia para hablar a esta especie de gente ociosa que hacen el oficio de murmurar y que nunca están con el temperamento dispuesto a decidirse en favor de la devoción. El señor de La Salle, después de haber intentado todas las vías imaginables de dulzura, para hacer entrar en sí a un hombre que estaba siempre fuera por una disipación continua […] creyó que había que hacerla pública, a fin de quitar a los otros el motivo de escándalo, si él no podía convertir al escandaloso. Si no venció en ese segundo designio, él triunfó en el primero, puesto que corrigió al incorregible públicamente y con tanta fuerza, que lo obligó a cambiar de cuidad, ya que no quería cambiar de vida. (Blain, 1733, t. I, pp. 133-134)

      L. M. Aroz explica el procedimiento de Juan Bautista por su deseo de defender la reputación del capítulo diocesano, cuya honorabilidad no podía soportar ningún ataque. Pero quizás es el honor del sacerdocio lo que motiva a Juan Bautista, quien acababa de ser ordenado y había tomado el tiempo de prepararse para ello con la más grande seriedad:

      la idea de la sublimidad de sus funciones y de la santidad que él exige a aquellos que son honrados así, le tocaba tan fuertemente que no podía ver, sin tener el corazón desgarrado, a los sacerdotes profanar su eminente dignidad por una vida secular; él les hacía reproches que le atraían algunas veces insultos.

      Esta manera de sentirse obligado por el deber de moralización de la vida social nos parece insoportable hoy y, sin duda, ya es el caso en la época: hace quince años Tartufo se había creado para la fiesta de Los placeres de la isla encantada. Una vez más notamos en Juan Bautista la marca de la Compañía del Santo Sacramento y de sus maneras de proceder.

      La reconstitución a posteriori del proceso muestra que realmente desde finales del año 1679 Juan Bautista comienza a caminar sobre una vía nueva que se le revela de modo progresivo y que va a conducirlo hacia rupturas decisivas. Son ellas las que vamos a intentar comprender ahora. En el capítulo siguiente volveremos a la historia de las escuelas.

      La instalación de los maestros en la casa familiar lo pone en una posición delicada con sus familiares. Es el mensaje sobre el cual insisten sus primeros biógrafos. Tomemos a Maillefer, el mejor ubicado para evocar las reacciones de sus parientes cercanos. El 24 de junio de 1681 marca un giro:

      él sintió, sin embargo, que era el golpe decisivo, que el mundo no dejaría de censurar su conducta, que, hasta ese momento, lo había tenido como en suspenso. Él se preparó para las contradicciones; él recibió algunas muy fuertes por parte de sus parientes y de sus amigos que no se cansaban de reprocharle su rareza; es así como se juzgaba.

      Juan Bautista transgrede las normas sociales porque, al acoger a los maestros en su casa, él abole las jerarquías del rango. En los actos notariados que él pasa en este periodo los calificativos que lo designan varían de «maestro» a «venerable y discreta persona» pasando por «señor». Y he aquí que él admite en su mesa, en pie de igualdad, a hombres que no entran en esta jerarquía, cuyo vestido, tal como nos lo describe Bernardo, denota la baja condición: «seis o siete maestros de escuela que no tenían nada de brillante según el


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