Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours
a:
los maestros en su mesa, en las horas de comida. Allí se hacía la lectura, el señor de La Salle aprovechaba la ocasión para hacerles saludables reflexiones sobre los deberes de su estado. Después de lo cual ellos se retiraban para ocuparse en sus trabajos. (Maillefer, 1966, CL 6, ms. 1723, p. 40)
Entre el final del año 1680 y el comienzo de 1681[59], él va a París por varios asuntos (Bernardo, 1965, CL 4, p. 37)60 y aprovecha para visitar a
ellos permanecían en su casa desde las seis horas y media de la mañana61, fuera del tiempo de su escuela, hasta la oración de la noche, cuando regresaban a su casa ordinaria. Y como ya había algunas reglas en la casa de ese piadoso canónigo, que había horas reguladas para la oración, y que se hacía lectura durante las comidas, no hubo necesidad de hacer grandes cambios. Primero los hizo comer en el refectorio, hizo que le dieran a cada uno su porción, y algunas reglas para todas las horas de la jornada. (Bernardo, 1965, CL 4, p. 40)
Su idea es no solo probar si «él podía hacer que ellos permanecieran enteramente en su casa y acostumbrarse así, en su casa, con él», sino también probar las reacciones familiares (Bernardo, 1965, CL 4, p. 40). Al regreso de Nyel, él está decidido a mantener esta nueva organización. Tres meses más tarde el proceso se completa. El contrato de arriendo de la casa de los maestros se termina el 24 de junio de 1681, como es costumbre en Reims62: ese día Juan Bautista instala por completo en su casa a los maestros de las tres escuelas establecidas en la ciudad.
Después de haber sido ordenado sacerdote en el mes de abril de 1678, Juan Bautista desarrolla una actividad pastoral que no parece ser insignificante, aunque casi no se disponga de ninguna información sobre ese aspecto. El 29 de junio siguiente él obtiene los poderes para predicar y confesar en la diócesis, pero no se sabe nada de su actividad de predicador o de confesor, solo que no se extiende a las religiosas (Aroz, 1979, CL 41.2, pp. 461-467). Su reputación, sin embargo, se debe haber establecido bastante rápido, dado que a finales de diciembre de 1678 recibe la abjuración de una protestante,
De manera habitual, este asunto retiene poco la atención de los historiadores, porque el rol de denunciante casi no conviene a la santidad. El 16 de agosto de 1679 Juan Bautista denuncia en el capítulo metropolitano a su colega
por haber tenido y guardado en su casa a una sirviente impúdica (
El proceso ante el oficial del capítulo dura casi un año y el 10 de junio siguiente a Thuret lo destituyen de su beneficio, lo suspenden a divinis, lo condenan a hacer un retiro durante un año en un seminario sin poder salir. Deberá recitar a diario los siete salmos penitenciales, lo que hará de rodillas sobre las escaleras de la casa cada viernes de ayuno. Quizás se trate del caso reportado por Blain, quien no revela ningún nombre:
una ocasión en la cual el joven ministro del señor hace estallar su celo contra un eclesiástico de mal ejemplo […] provee amplia materia para hablar a esta especie de gente ociosa que hacen el oficio de murmurar y que nunca están con el temperamento dispuesto a decidirse en favor de la devoción. El señor de La Salle, después de haber intentado todas las vías imaginables de dulzura, para hacer entrar en sí a un hombre que estaba siempre fuera por una disipación continua […] creyó que había que hacerla pública, a fin de quitar a los otros el motivo de escándalo, si él no podía convertir al escandaloso. Si no venció en ese segundo designio, él triunfó en el primero, puesto que corrigió al incorregible públicamente y con tanta fuerza, que lo obligó a cambiar de cuidad, ya que no quería cambiar de vida. (Blain, 1733, t. I, pp. 133-134)
L. M. Aroz explica el procedimiento de Juan Bautista por su deseo de defender la reputación del capítulo diocesano, cuya honorabilidad no podía soportar ningún ataque. Pero quizás es el honor del sacerdocio lo que motiva a Juan Bautista, quien acababa de ser ordenado y había tomado el tiempo de prepararse para ello con la más grande seriedad:
la idea de la sublimidad de sus funciones y de la santidad que él exige a aquellos que son honrados así, le tocaba tan fuertemente que no podía ver, sin tener el corazón desgarrado, a los sacerdotes profanar su eminente dignidad por una vida secular; él les hacía reproches que le atraían algunas veces insultos.
Esta manera de sentirse obligado por el deber de moralización de la vida social nos parece insoportable hoy y, sin duda, ya es el caso en la época: hace quince años Tartufo se había creado para la fiesta de Los placeres de la isla encantada. Una vez más notamos en Juan Bautista la marca de la Compañía del Santo Sacramento y de sus maneras de proceder.
La conversión a la pobreza
La reconstitución a posteriori del proceso muestra que realmente desde finales del año 1679 Juan Bautista comienza a caminar sobre una vía nueva que se le revela de modo progresivo y que va a conducirlo hacia rupturas decisivas. Son ellas las que vamos a intentar comprender ahora. En el capítulo siguiente volveremos a la historia de las escuelas.
La ruptura con la familia y la casa familiar
La instalación de los maestros en la casa familiar lo pone en una posición delicada con sus familiares. Es el mensaje sobre el cual insisten sus primeros biógrafos. Tomemos a Maillefer, el mejor ubicado para evocar las reacciones de sus parientes cercanos. El 24 de junio de 1681 marca un giro:
él sintió, sin embargo, que era el golpe decisivo, que el mundo no dejaría de censurar su conducta, que, hasta ese momento, lo había tenido como en suspenso. Él se preparó para las contradicciones; él recibió algunas muy fuertes por parte de sus parientes y de sus amigos que no se cansaban de reprocharle su rareza; es así como se juzgaba.
Juan Bautista transgrede las normas sociales porque, al acoger a los maestros en su casa, él abole las jerarquías del rango. En los actos notariados que él pasa en este periodo los calificativos que lo designan varían de «maestro» a «venerable y discreta persona» pasando por «señor». Y he aquí que él admite en su mesa, en pie de igualdad, a hombres que no entran en esta jerarquía, cuyo vestido, tal como nos lo describe Bernardo, denota la baja condición: «seis o siete maestros de escuela que no tenían nada de brillante según el