Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours

Juan Bautista de La Salle - Bernard Hours


Скачать книгу
«algunos más cortantes […] le reprocharon que él deshonraba a la familia encargándose de gobernar a esas gentes de bajo nacimiento y sin educación».

      El joven canónigo no se habría expuesto a ningún reproche si él se hubiera contentado con financiar las escuelas, delegando la dirección de los maestros a Adrián Nyel. Él habría permanecido en los límites de la caridad honorable, la que contribuye a legitimar la posición social de quien la practica. También habría respetado la separación entre privado y público; en cambio, al hacer de su casa la de los maestros, extraños a la familia, él realiza una confusión que rebaja la casa de La Salle a un hogar popular y común. Tanto más se le reprocha esto puesto que él no vive solo, sino con sus hermanos, de quienes tiene la responsabilidad de la educación y cuya tutela retomó en 1680. Juan Bautista tiene conciencia clara de esta transgresión. Él ha interiorizado tanto las representaciones sociales y el habitus de su medio que el hacinamiento de los maestros le repugna:

      Para completar el tablero, Bernardo reporta el testimonio indirecto de una tía de Juan Bautista sobre su actitud durante las comidas de familia que él, al parecer, mantiene: «cuando uno comenzaba a hablarle sobre ese asunto, él cruzaba modestamente sus brazos, escuchaba pacientemente las razones que se le esgrimían, de una parte y de otra, para llevarlo a quitar su empresa, y no respondía una sola palabra» (Bernardo, 1965, CL 4, p. 43). La situación en que se encuentra es tanto más incómoda que ella puede aparecer como la conclusión paradójica del compromiso devoto de su medio; porque su decisión no tiene otra motivación sino la de implicarse personalmente y con sinceridad en el deber de educación del pueblo en el cual se involucran las élites católicas. Él hubiera podido también actuar como Catalina Leleu o Roland, como fundador y protector, pero evidentemente piensa que se debe comprometer aún más.

      lo miraron como a un hombre terco y apegado a su opinión, de quien no se podía esperar nada más sino proyectos nuevos de un celo exagerado, más ruidosos que los primeros. No se pensó sino en quitarle a sus hermanos; y si se hubiera podido, lo habrían puesto a él mismo bajo tutela, en lugar de dejarle aquella de la cual estaba encargado. (Blain, 1733, t. I, p. 174)

      El sobrino de Juan Bautista escribe de manera más reposada en la segunda versión de su texto:

      [él] respondió con una moderación tan cristiana que muchos se retiraron muy edificados y resueltos a no presionarlo más por temor a oponerse a las vías de Dios. Los otros […] lo miraron desde entonces como un hombre apegado a su opinión, que nada podía doblegar, y resolvieron retirar sus tres hermanos de su casa.

      Incluso si Maillefer no da más detalles, parece al menos que una parte de los familiares estuvo impresionada favorablemente por el proyecto de Juan Bautista.

      Maillefer es el único en evocar la pena de Juan Bautista ante la partida de sus hermanos y escribe con pudor que «esta separación afectó sensiblemente, pero no lo abatió». Por el contrario, Blain planta a su héroe «inmóvil como una roca en medio del oleaje de la tormenta». En el fondo poco importa: no hemos guardado ninguna confesión de Juan Bautista al respecto, no más, por lo demás, que de la muerte de sus padres unos diez años antes o del deceso de su hermana María Rosa el 21 de marzo del mismo año en la abadía de San Esteban de las monjas. No sabemos, pues, nada de lo que él experimentó y toda conjetura es vana. Lo que nos importa más es que ese desprendimiento objetivo con respecto a los suyos, aunque relativo, dado que él asume la tutela de sus hermanos sin ser cuestionado, corresponde a un compromiso suplementario con los maestros. La dimensión comunitaria del grupo se refuerza. Se trata ahora de su vida espiritual.

      Desde su instalación en la calle Santa Margarita, Juan Bautista los invita a escoger un confesor. Ellos se dirigen al párroco de San Symphorien, Henri Gonel, luego a otro presbítero cuyo nombre no se revela. El primero no habría tenido «el espíritu de comunidad»; en cuanto al segundo, su confesionario es muy frecuentado: hay que «esperar y prepararse entre personas de diferente sexo y volver a menudo más tarde» (Bernardo, 1965, CL 4, p. 43). Una parte de los maestros pide a Juan Bautista ser su confesor y él acepta. Pasan algunos meses o semanas antes de que confiese y dirija al conjunto del grupo. ¿Este giro decisivo se completó a finales de 1681? Se puede suponer, pero nada lo testifica. Maillefer (1966) prefiere insistir en la organización de la vida espiritual de la comunidad:

      él se aplicó seriamente a organizar su pequeña comunidad. Comenzó por inspirar a sus discípulos el espíritu de modestia, de humildad, de pobreza, de piedad y de una caridad sin límites; cualidades todas que debían ser el fundamento de la simplicidad de su estado; pero como él no quería introducir nada por autoridad, y como él quería hacer un establecimiento sólido, él se contentó con orientarlos a la perfección a donde quería conducirlos gradualmente. (CL 6, ms. 1723, p. 44)

      En la versión modificada de su manuscrito agrega: «él se aplicó así todo ese año a acostumbrar a los maestros a una sucesión de ejercicios con los cuales


Скачать книгу