Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours

Juan Bautista de La Salle - Bernard Hours


Скачать книгу
que él comenzaba a gustar.

      Se puede asumir con prudencia un lugar común hagiográfico, pero conviene resaltar el puesto dado a este retiro en la maduración del proyecto de Juan Bautista. Blain es formal en su retórica muy propia: «fue allí donde, comenzando una vida completamente nueva, él formó el primer plan de la más sublime perfección». La conjunción en este periodo de diversos elementos que hemos subrayado inclina a aceptar su afirmación.

      La apertura de cuatro escuelas fuera de Reims en el transcurso de 1962 enfrenta a Nyel y a La Salle al asunto fundamental del financiamiento del proyecto. Los «fundadores» no son los únicos en inquietarse por eso, sino también los maestros, y nadie como Maillefer supo traducir mejor sus temores. Transcribimos íntegramente este largo pasaje, porque es en ese momento, entre septiembre y octubre de 1682, cuando Juan Bautista se encuentra contra la pared ante el desafío de la ruptura más radical:

      como ellos estaban reducidos por su estado a lo necesario y muy módico, y como ellos no gozaban de ningún fondo, les venían de vez en cuando pensamientos de desconfianza que los agitaban. Ellos se imaginaron lo peor a que podrían quedar reducidos si el señor de La Salle llegara a faltarles. Sobre eso ellos se formaban en el espíritu pensamientos quiméricos que los hacían pusilánimes y los desalentaban. El señor de La Salle se dio cuenta y cuando él quiso saber la causa, ellos le dijeron con franqueza que no veían nada fijo ni estable en su establecimiento; que el menor acontecimiento molesto podía tumbar todos sus proyectos, que era triste para ellos sacrificar su juventud por el servicio público, sin estar seguros de encontrar al final un asilo a la sombra del cual pudiesen reposarse de sus trabajos.

      El señor de La Salle que no estaba lleno sino de ideas de Providencia, y que quería conducir a los hermanos por esta vía, trabajó sin descanso para levantar su ánimo abatido. “Hombres de poca fe, les dijo, ¿es así como ustedes ponen límites a la providencia de Dios? ¿No saben ustedes que él no los pone a su bondad? Si él cuida, como él mismo lo dice, de las hierbas y de los lirios del campo, si él alimenta con tanto cuidado a las aves y a los otros animales que están sobre la tierra, aunque ellos no tengan fondos ni rentas, ni cavas, ni graneros, ¿con cuánta mayor razón deben ustedes esperar que cuidará de ustedes, que se consagran a su servicio? No se inquieten, pues, por el futuro. Dios conoce sus necesidades y no dejará de proveer a ellas abundantemente si ustedes le son fieles”.

      […] “Es fácil para usted, le respondieron ellos, hacernos semejantes discursos, usted a quien no le falta nada, usted que está establecido honorablemente, usted tiene bienes, además una canonjía, todo eso lo cubre de la miseria en la cual nosotros caeremos infaliblemente si las escuelas se destruyen”. El señor de La Salle sintió vivamente la fuerza de esta respuesta. Él reconoció que los hermanos tenían algunas razones para sostenerle semejantes reproches: y él pensó, desde entonces, que el mejor medio de convencerlos de su desinterés era despojarse de todo para hacerse enteramente semejante a ellos. (Maillefer, 1966, CL 6, ms. 1723, pp. 54, 56)

      Esta última frase es esencial y atrae la atención sobre una confusión, sistemáticamente operada, entre la cuestión del desprendimiento personal contemplado por Juan Bautista y la del financiamiento de las escuelas. Las dos están, a la vez, ligadas, pero son distintas: la fundación de las escuelas no necesita que él renuncie a sus bienes y también se podría proseguir si él lo hiciera. En efecto, los capitales de fundación los aportan con mucha frecuencia donantes. Esos capitales permiten, gracias a la renta que producen, mantener sobre los lugares a los maestros. Por el contrario, si las rentas ya no se pagan, se compromete la subsistencia de los maestros. Desde que él los acogió en su casa, ¿cómo financió su mantenimiento? Es muy seguro que la renta de la señora Maillefer haya contribuido a ello, ¿pero en qué medida? ¿Y qué garantía se puede tener de que una renta creada en Ruan será perenne?

      Ahora bien, los maestros no le piden que garantice su futuro con sus bienes. Ellos le lanzan otro desafío muy diferente: asegurar su futuro mostrando que él también se confía a la Providencia sin hipocresía. Juan Bautista consulta de nuevo a Nicolás Barré y este último es quien establece la confusión entre los aspectos del asunto: él le recomienda no cimentar las escuelas sobre las creaciones de renta y, por consiguiente, renunciar a todos sus bienes. Igualmente consultado, su nuevo director espiritual después de la muerte de Roland, Santiago Callou, superior del seminario diocesano, le aconseja, por el contrario, conservar su canonjía, su regularidad en el cumplimiento de sus obligaciones de canónigo, probando la autenticidad de su vocación, y continuar al mismo tiempo ocupándose de las escuelas y los maestros. ¿No es ese, por lo demás, el modelo dejado por el mismo Nicolás Roland? Esa opción también habría satisfecho plenamente a la familia. Entre las dos vías, Juan Bautista escoge la que Nicole Barré le había indicado. Esta decisión, tomada con toda libertad, es la marca de su vocación. La prebenda canonical se inscribía dentro de una «estrategia» familiar, renunciar a ella es realizar una ruptura sin retorno. Esta decisión hace de Juan Bautista un individuo libre y autónomo: él sigue la recomendación del religioso mínimo de la Plaza Real en lugar de optar por la de su director, la cual, en teoría, tenía que haber prevalecido. Él va, a la sazón, a intentar convencerlo. Lo logra finalmente en julio de 1683, al cabo de «nueve a diez meses».

      Queda por realizar el procedimiento. La renuncia la debe recibir el arzobispo. Juan Bautista hace el viaje a París. Cuando llega, se entera que monseñor Le Tellier ya regresó a Reims. Este último le manda a decir que tome tiempo para reflexionar; luego le hace saber que no tiene tiempo de recibirlo. Juan Bautista intenta hacer intervenir a algunas personalidades influyentes. Consulta, en particular, a Nicolás Philibert, profesor de Teología en el seminario, futuro gran maestro cantor en la catedral, quien aprueba sus resoluciones y le aconseja, a la vez, renunciar en favor de su hermano Juan Luis, y retirarse a París para ponerse al abrigo de los reproches familiares. In extremis, en vísperas de una nueva partida del arzobispo a París, Juan Bautista obtiene la audiencia tan esperada. La intervención de Philibert convenció al prelado, quien da su acuerdo y autoriza a Juan Bautista a renunciar en favor de «quien él quiera». En los días siguientes, bajo las instancias del capítulo, el arzobispo le envía a Juan Callou con la misión de hacerlo volver de su decisión. Juan Bautista no desiste: «su opción estaba hecha ante Dios y él no podía cambiar». El 16 de agosto de 1683 la renuncia de Juan Bautista queda escrita en el acta y su sucesor toma posesión de su prebenda. Después de una larga espera, las cosas se precipitaron. Hay que comprender bien lo que significa esta renuncia: es a la vez la consumación de la ruptura con la familia y la opción por la pobreza. Juan Bautista le da la espalda a su pasado y a la trayectoria social que había sido preparada para él: en el sentido propio del término, su conversión se termina.

      En lugar de desistir en favor de su hermano menor, Juan Bautista inscribe sobre su carta de renuncia el nombre de Juan Faubert, uno de los eclesiásticos que vive con él en la calle Nueva, originario de Château-Porcien, donde se había fundado una escuela en 1682. La evolución ulterior de las cosas reveló que Juan Bautista, sin duda, no dio pruebas de discernimiento: el celo de Faubert se desvaneció con rapidez en las dulzuras de su prebenda y Bernardo precisa que Juan Bautista habría expresado algunos pesares al respecto. Las reacciones de la familia desposeída de una bella prebenda no se hacen esperar porque, desde un estricto punto de vista social, la dimisión de Juan Bautista se puede asimilar a una traición a los suyos: «se le dijo que no servía de nada no trabajar únicamente para sí mismo» (Maillefer, 1966, CL 6, ms. 1723, p. 62). «Hubo una más fuerte serie de críticas de parte de sus familiares y de sus amigos


Скачать книгу