Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours

Juan Bautista de La Salle - Bernard Hours


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su resolución, prueba de la gracia divina que la anima, sin embargo, designar a Faubert es un poco como si Juan Bautista hubiera roto las amarras que lo ataban a la nave familiar. Queda aún una última atadura que él suelta un año más tarde: la tutela de sus hermanos menores. Él renuncia de modo definitivo a ella el 16 de agosto de 1684 para dársela a Nicolás Lespagnol.

      Esa opción también es la de la pobreza, porque él sabe que su familia estimará que ya no le debe nada más. Salvo Juan Luis, quien permanece a su lado hasta la crisis de la Unigenitus, no se encuentra durante su vida ninguna prueba de un apoyo de los La Salle a las escuelas o al instituto antes de que Pedro, después de la muerte de Juan Bautista, termine interesándose en ello. Pero tras la prebenda él se debe desprender del resto de sus bienes: los hagiógrafos afirman que ese despojo fue total y que él no conservó nada como propio. Sin embargo, nosotros vemos que Juan Bautista continúa velando sobre las entradas de dinero incluso después de renunciar a su tutela. Ahora bien, el instituto no tiene reconocimiento legal, por consiguiente, tampoco personalidad moral antes de 1725. Es realmente en nombre propio que él se compromete procediendo así.

      En esas condiciones, ¿la cuestión de la pobreza permanece vigente? La prebenda a la que renunció no forma ni un décimo de sus rentas. ¿En qué se unió a la precariedad de los hermanos? ¿En qué se hizo «pobre con los pobres a fin de hacerles amar su estado de pobreza»? ¿La tradición hagiográfica no está sumergida en la plena hipocresía? Blain (1733) no da muestras aquí de ninguna moderación:

      esta distribución diaria de pan en su casa se hacía todas las mañanas; y era después de la celebración de la santa misa cuando él venía a socorrer […] él se ponía a sus pies, y se le veía arrodillado para darles la limosna con los signos de respeto y de alegría como si él hubiera dado, visto y alimentado a Jesucristo en persona. Él hacía más: hecho pobre él mismo, asistiendo a los pobres, él tomaba en calidad de pobre una porción de pan que les distribuía y se la comía de rodillas ante sus ojos, con un gusto y una alegría que hacía sentir el placer que él encontraba en el seno de la pobreza y la caridad reunidas.

      Él llevó más lejos las cosas: celoso del mérito de la pobreza más humillante, él quería tragarse la vergüenza de la mendicidad y comer una limosna de confusión pedida de puerta en puerta. La humildad y la necesidad se le impusieron finalmente; porque, despojado de todo y vuelto más pobre que aquellos a quienes había alimentado, él fue, a su vez, a expensas del amor propio, a pedir limosna, de casa en casa, de algunos pedazos de pan. Después de muchos rechazos, el recibió de una buena mujer un pedazo de pan muy viejo, que él comió de rodillas, por respeto y con una gran alegría que no se puede expresar. (t. I, p. 221)

      Sin embargo, Blain señala su sorpresa: que las memorias puestas a su disposición no evoquen nunca la reacción de la familia ante la venta de sus bienes por Juan Bautista, mientras que insisten en el escándalo provocado por su renuncia a la canonjía:

      ¿cómo es posible que su misma familia se viera tranquilamente despojada de un bien que ella esperaba heredar, sin oponerse a ello, y sin atar las manos de aquel que daba, perjudicándola, todo su patrimonio a los pobres? Es lo que me sorprende y hay, me parece, de qué asombrarse. (t. I, 216)

      La respuesta es simple: ¡no hubo escándalo porque para esa fecha Juan Bautista se desprendió solo de una parte de su patrimonio y no lo hizo en favor de los pobres, sino de sus propios hermanos! En efecto, en 1684, antes de renunciar definitivamente a su tutela, él les cedió una parte de la casa que compró en 1675 en la calle Santa Margarita por 1200 libras, estimada desde ahora en adelante en 1229 libras (o sea, una plusvalía de 2,5 % en menos de dos años), cuyo alquiler producía 66 libras; por otra parte, también les cedió ocho contratos de anualidad principales de 9177 libras. Le quedarían cerca de 11.000 libras de capital, que le producen una renta de cerca de 550 libras, o sea, aproximadamente el costo del mantenimiento anual de dos maestros, sin exceso. Juan Bautista está teóricamente al abrigo de la miseria, pero no está en la abundancia, sobre todo porque el pago de una renta es algo muy inseguro.

      Así, entre el verano de 1683 y el de 1684, se puede estimar que Juan Bautista redujo a seis o siete sus rentas anuales para llevarlas a las de un simple presbítero a cargo de una parroquia ordinaria. Él es independiente porque esas rentas son capitales que él posee y que están colocados en organismos de rentas, pero los niveles y la naturaleza de esas fuentes lo obligan a ser vigilante, puesto que los retrasos en los pagos pueden hundirlo en la precariedad. Realmente él no comparte la condición de la mayoría de los hombres que se le van a unir en el naciente instituto y que no tienen nada; no obstante, en lo cotidiano él comparte su vida simple y rudimentaria. Él tiene también los medios para contribuir al financiamiento, pero solo de una pequeña parte, del desarrollo de las escuelas.

      Él dio los pasos para acercarse a los pobres, esos maestros que él consideraba al comienzo «por debajo de su sirviente». Ahí


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