Patrimonios, espacios y territorios. Natalie Rodríguez Echeverry
1 Según se consigna el Plan de Ordenamiento Territorial de la ciudad de Quibdó (2011): “El municipio de Quibdó limita por el norte con el municipio de Medio Atrato, por el sur con los municipios de Río Quito y Lloró, por el oriente con el municipio de El Carmen de Atrato, por el nororiente con el departamento de Antioquia, por el occidente con el municipio de Alto Baudó […]. Tiene un área de 3337,5 km y una población de 97 714 habitantes, la cual representa el 32 % del total del departamento. El 65 % se encuentran en el área urbana”.
2 En el sentido de Castro-Gómez (2009), en el caso de las ferias de exposición de 1910 en Bogotá.
3 La arquitectura no es solo la construcción, es la simbiosis entre el sujeto que habita el espacio y el espacio que subjetiva. No hay un sujeto que habite un espacio que está dado de antemano, no es que el espacio esté separado del sujeto.
4 En este sentido, se indaga en torno a la idea trazada por Therrien y Jaramillo (2004) respecto a que “La ciudad es el escenario. Es un espacio de contacto humano donde ocurre la interacción y confrontación continua entre diversas formas de la vida humana y de fenómenos culturales materiales que actúan como instrumentos con los que se configuran relaciones y comportamientos entre los habitantes, constituyéndolos como seres urbanos y recreando un medio donde puedan vivir urbanamente. La ciudad se convierte en el espacio imprescindible para controlar y restringir las acciones de los sujetos” (35).
§. PARTE I QUIBDÓ: CONFORMACIÓN Y CONSTRUCCIÓN ESPACIAL
PODER, ESPACIO, INVISIBILIZACIÓN Y NEGACIÓN DE LO LOCAL EN EL PROCESO DE CONSTRUCCIÓN URBANO-ARQUITECTÓNICA
CAPÍTULO 1 EL DISCURSO DEL PROGRESO: PROMOVER EL CAMBIO EN CONTRAPOSICIÓN AL ATRASO
Las distribuciones espaciales y la diferenciación geográfica
pueden ser resultado de procesos sociales, pero también
afectan la manera en que estos procesos operan.
Lo espacial no es solo un resultado, es también
parte de la explicación.
DOOREN MASSEY (1984, 4)
El periódico Ecos del Chocó el 25 de enero de 1907 finaliza su columna “Párrafos de historia y algo de actualidad” con la frase “Vamos, pues, á entrar en una era nueva, y es de esperarse que vayamos más allá de donde nos dejaron los españoles” (1907, 3). Dichas palabras concluyen un escrito desde el cual se pregona el arribo de otros tiempos por vivir, enmarcados en el progreso, y en las cuales se reflejan los anhelos de esperanza de una región olvidada con ansias de florecer. Deseos de una “era nueva” que se pretenden materializar con la instauración de una nueva forma de gobierno que se impone en el ámbito nacional, pero específicamente en la región del Chocó, ya no en términos de ocupación y “conquista”, como en siglos anteriores, sino como un proceso de toma y posesión del territorio; de acuerdo con Castro-Gómez y Restrepo (2008), en lo que correspondería a la “formación del Estado nación como un proceso de colonialismo interno de apropiación y gestión biopolítica de la población y el territorio” (12). Nuevos u otros procesos de apoderamiento del y sobre el espacio físico, alcanzados a través del arribo, el conocimiento y la introspección que permiten actuar sobre este,1 los que se hallan necesariamente conectados y relacionados con las lógicas y modelos que se imponen desde el Estado.2
Una apuesta por resurgir, en la que el progreso a través del cambio se instituye como la fórmula para avanzar y hacer posible el sueño de la modernidad, que representa para Quibdó, a su vez, una aspiración por alcanzar, pero sobre todo una forma distinta de asumirse y reconocerse. Atraso versus progreso, fórmula en la que el deseo por entrar y formar parte del proyecto moderno3 obliga a dejar atrás todo aquello que va en contravía de este y, por el contrario, requiere de seres capaces de hacer parte de él. Un entorno imaginario que se persigue materializar y unos grupos humanos que se asumen y representan en un nuevo escenario, no siempre concretizado, pero el cual se desea. Un atraso que, en el caso particular de Quibdó, se cataloga principalmente en lo material, así como en lo moral, constituyéndose en dos ámbitos concretos sobre los cuales se perfila el cambio, que sustenta la construcción de la ciudad bajo la óptica de la experticia. En este sentido, siguiendo a Aníbal Quijano (2000):
La percepción del cambio lleva a la idea del futuro, puesto que es el único territorio del tiempo donde pueden ocurrir los cambios. El futuro es un territorio temporal abierto. El tiempo puede ser nuevo, pues no es solamente la extensión del pasado. Y, de esa manera, la historia puede ser percibida ya no sólo como algo que ocurre, sea como algo natural o producido por decisiones divinas o misteriosas como el destino, sino como algo que puede ser producido por la acción de las gentes, por sus cálculos, sus intenciones, sus decisiones, por lo tanto como algo que puede ser proyectado, y, en consecuencia, tener sentido.4 (216)
La presunción entonces es que el imaginario moderno operó en la incursión e intervención de la región chocoana, así como en la construcción urbana de Quibdó, al instaurar representaciones que aluden al atraso material y moral tanto del territorio como de sus habitantes y desde las que se justifica la necesidad del cambio, haciendo deseable el progreso; esta instauración de representaciones y justificación de necesidades se emprende y realiza a través de la óptica de la experticia. En este sentido, las escenificaciones en tono de rezago y la creación de requerimientos de cambio es desde las cuales se solventa la puesta en marcha de los proyectos del progreso material y moral. Así, se evidencian escenarios de tensión, donde frente a las nuevas lógicas impuestas emergen resistencias y contrahegemonías, así como permanencias de lógicas y prácticas culturales desde lo local, todas estas en contravía de las formas de poder externas.
El comienzo del siglo XX representa para Colombia un momento de cambio, sustentado en una forma de gobierno bajo las directrices del progreso y la modernización. El mandato del general Rafael Reyes (periodo comprendido entre los años 1904 y 1909), según lo explica Carlos Niño (1991), se emprende “bajo los espectros de la separación de Panamá y el recuerdo dantesco de la guerra de los Mil Días”, hechos desde los cuales se acrecienta “el deseo de unión e integración del país, como única manera de evitar nuevas desmembraciones”, así como la toma de acciones ante “la ruina económica y la devastación de la guerra” (37). Siguiendo a Niño (1991), “finalmente se daba el consenso en los sectores dominantes respecto a la unificación estatal y al desarrollo capitalista y se hacía posible concretar la ficción unificadora de la Regeneración” (37), proyecto desde el cual se persigue la “reestructuración del estado y de su economía” (37), y el cual fue encarnado por el Gobierno de Reyes. Según lo explican Castro-Gómez y Restrepo (2008):
En Colombia, el periodo comprendido desde la pérdida de Panamá hasta el inicio de la República liberal significó el ingreso del país en la fase industrial del sistema