Patrimonios, espacios y territorios. Natalie Rodríguez Echeverry

Patrimonios, espacios y territorios - Natalie Rodríguez Echeverry


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la que puede considerarse “una de las regiones del globo más privilegiadas y que ha sido siempre de las más codiciadas, por la facilidad con que por su territorio podrían comunicarse con un canal más ventajoso que el de Panamá” (Prefecto Apostólico del Chocó 1929, 20-22), así como por su situación estratégica entre dos mares. Una zona de clima vehemente y considerablemente húmeda, con constantes lluvias, tempestades y aguaceros, todo enmarcado en un entorno de selva virgen, bañado por múltiples ríos, entre los que se destacan el Atrato, el San Juan y el Baudó. Selva, lluvia, ríos, calor, presencia de animales y exuberante vegetación,11 entre otros, se describen y presentan en informes, narraciones y relatos, por medio de representaciones de condiciones agrestes que recrean el imaginario de un territorio. Se dice también que el clima es el de la zona tórrida, “muy insano y propicio a toda clase de fiebres, sobre todo palúdicas y biliosas junto con los catarros y pulmonías”, que son las “enfermedades predominantes en el territorio” (Prefecto Apostólico del Chocó 1929, 22), dados los fuertes cambios climáticos de los que se afirma propician su fecundación. Complementa la idea expuesta la nota del Boletín de Obras Públicas publicada en 1908 (artículo 7, que trata de la construcción de la vía entre Quibdó y la Esperanza), donde, además de la dureza de las condiciones ambientales referenciadas, el contexto agreste se relaciona con estar esta “región plagada de reptiles venenosos y presentarse dificultades para la consecución y transporte de víveres” (1908 n.° 4, 1); todos estos aspectos agudizan las dificultades para llevar acabo cualquier tipo de obra.

      En este sentido, se asegura que los viajeros y los misioneros que han osado entrar en este territorio han tenido que permanecer en los ríos días, semanas y meses, carentes de todo y expuestos a las inclemencias del sol y las lluvias, soportando fiebres y molestias, además de enfermedades. Se anota también que navegar por los ríos en “diminutos cayocos entre las olas, no siempre mansas de ambos océanos, Atlántico y Pacífico”, al igual que las travesías y “correrías incesantes” en tan duras condiciones y contando solo con lo que los campesinos les pueden aportar, representa para estos visitantes innumerables sacrificios, dificultades y padecimientos, así como experimentar algo memorable, similar al suplicio (Prefecto Apostólico del Chocó 1929). Descripciones cargadas de desesperanza y desaliento se entretejen en las travesías narradas por viajeros y misioneros, entre otros; discursos en tono desolador que recrean la idea de un territorio a partir del que llega, del externo, del trasegar de los forasteros. Representaciones y valoraciones del territorio construidas bajo ópticas externas, en las que las interacciones con las condiciones naturales, geográficas, sociales y culturales son variables, es decir, se solventan en las diferentes experiencias e intercambios —mediados por intereses—, los cuales se entablan entre los individuos y lo que los rodea, así como con los elementos dispuestos y que disponen tanto el espacio físico como social.

      Travesías y viajes por los ríos del Chocó en canoas, potros, champas, chingos, pangas, cayucos, piraguas, principales denominaciones que describen distintas embarcaciones conformadas por troncos de árboles, que oscilan entre un ancho de 60 cm por 50 cm de profundidad (Los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María 1953, 97; La Misión Claretiana del Chocó 1960, 45) y un largo que depende del tronco empleado. Se completan estas descripciones a partir del relato de un misionero, quien cuenta que en el medio de la embarcación hay un “rancho” que viene a ser “un cobertizo de paja, que sirve para librarse del sol y de las continuas lluvias, y que tiene la forma de una vaina de cañón”; además, anota que “allí es donde se mete uno a rastras, pues otra cosa no permite la estrechez del cobertizo” (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 45). En este contexto, las condiciones de los traslados son referidas como viajes molestos en incómodas embarcaciones, en las cuales los viajeros se encuentran sometidos a

      incesantes chubascos o aplastantes calores, sólo aminorados si el misionero se acurrucaba o se tendía bajo el rancho de la mísera embarcación; las subsiguientes privaciones en comidas y alojamientos, en los cambios de los negros o en rudimentarias o destartaladas casas rurales, desprovistas de todo, quebrantaban las fuerzas y la resistencia de los más valientes y mejor dotados. (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 69)

      Otros relatos recrean lo acontecido en la cotidianidad de los viajes, de los momentos de interacción entre los bogas, los misioneros, los campesinos y todo aquel que requería transportarse y comunicarse de un lugar a otro. Así, se narra:

      Y los negros que guiaban la canoa en nuestros viajes, me mal recitaban multitud de romances que aprendieron de sus antepasados, y que resumían tradiciones de antiguos misioneros, de fiestas, de gestas de una desconocida epopeya; romances que pasaron de boca a boca, de pueblo a pueblo y de generación a generación, a veces mutilados y sin sentido, pero conteniendo un gran fondo de verdad histórica y de dogma religioso, tal cual se lo enseñaron sus primeros misioneros. (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 244)

      Navegar por los ríos en estos medios de transporte fluvial representa, entre otros, una respuesta a las necesidades existentes y una solución para la movilidad y circulación en los ríos, interpretada y apropiada por los habitantes de este territorio, quienes evidencian conocimiento, conexión y adaptación a las condiciones del medio. Así, más allá de las adversidades y molestias, esta técnica local trasciende a la acción de comunicar y conectar y fue considerada en uno de los informes realizados por los misioneros como el “arte de bogar”, un sistema para viajar calificado como sencillo y del que se dice no ofrece peligro, a no ser en ríos de corriente precipitada, una práctica ejecutada por parte de hombres, mujeres y niños, a la cual tiene acceso todo aquel que la requiera. Por ello, a pesar de las refutaciones y designaciones de “incómodas canoas”, estos medios de transporte se constituyen en espacios de intercambio y de comunicación, así como en espacios de saberes locales; en síntesis, espacialidades en tono de apropiación de un territorio por medio del posibilitar los medios e instrumentos para recorrer y surcar caminos.

      Como lo afirma Santos (2000), “la principal forma de relación entre el hombre y la naturaleza, o mejor, entre el hombre y el medio, viene dada por la técnica”, entendiendo por esta la constitución de “un conjunto de medios instrumentales y sociales, con los cuales el hombre realiza su vida, produce y, al mismo tiempo, crea espacio” (27). Saberes locales sobre un medio físico que permiten interpretarlo adaptándose a lo que este ofrece, apropiaciones e identificaciones que se traducen en la creación de instrumentos (como las canoas) y construcciones (como la vivienda) en tono de espacio. Creación y formación de territorio, en tanto la técnica agencia un territorio en el espacio.

      A sus viviendas, llamadas tambos, sólo se llega trepando por las peñas y malezas de los ríos en ligeras embarcaciones, que no permiten equipaje ni acompañamiento. Las casas son como todas las de los ríos, pajizas, de construcción sencilla, distinguiéndose de las demás


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