Patrimonios, espacios y territorios. Natalie Rodríguez Echeverry

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que

      la raza de color por naturaleza es tímida; y esta timidez la predispone a toda suerte de creencias y temores estúpidos en la intervención de agentes, ora naturales, ora ultraterrenos en la vida de los pobres vivientes que fatalmente tienen que sufrir sus imposiciones. (Bodas de Plata Misionales de la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María en el Chocó 1909-1934, 11)

      Campesinos, al mismo tiempo, considerados como crédulos, supersticiosos y, por ende, manipulables, discursos desde los cuales se afirma:

      La raza de color por naturaleza es crédula; y esa credulidad produce como consecuencia el fondo religioso tan marcado que se nota entre nuestros campesinos; El campesino no discurre; cree a pie juntillas lo que se le cuenta. Falto de ideas para aquilatar lo que haya de verdadero o de falso en los hechos que se le proponen, deja para otro el cuidado de discurrir y de juzgar y asiente sin discusión a las narraciones de los agogueros y adivinos. Por eso es tan propenso a relatar fábulas, historietas fingidas, apólogos y casos de intervención de espíritus en los sucesos humanos. (Bodas de Plata Misionales de la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María en el Chocó 1909-1934,11)

      Así mismo, se considera desde estos relatos que los negros son temerosos, que, como individuos tachados de inferiores, su religión y creencias están cargadas de supersticiones y sus comportamientos y hábitos son rezagados, desordenados, entre otros imperativos tildados como negativos. De esta situación de atraso moral un padre misionero apunta que: “respecto al modo de ser de estas gentes, puedo decir que aquí en Quibdó es muy corto el número de buenos cristianos; la mayor parte no se cuidan de la religión, ni van a misa, no confiesan” (Relación de Algunas Excursiones Apostólicas en la Misión del Chocó 1924, 49). Del mismo modo, para los misioneros el accionar de los habitantes de la zona se realiza bajo un amor considerado como “libre”, del cual se dice que está en contraposición al “verdadero amor cristiano”, y en el cual predomina el abandono, el descuido, la falta de educación, las “uniones ilícitas”, los rompimientos de los “lazos sagrados del amor paternal”, entre otros; en parte, estos se consideran como causantes de la “extrema miseria” (Prefecto Apostólico del Chocó 1928, 8), así como de la pobreza tanto de la región como de sus gentes. Prevención, desconfianza y libertinaje de un pueblo, del que se afirma:

      Es grande el temor reverencial de nuestros campesinos hacia todo lo relacionado con seres de quienes está convencido que le son superiores. Dios, los espíritus, las almas de los antepasados, son el objeto de sus temores, de su veneración, de su culto. Y en esto hace consistir su Religión. Pero cuando esta Religión les demanda sacrificio; si para cumplir los imperativos de la Ley Santa han de contradecir sus pasiones, poner a raya sus desordenados apetitos, entonces, sin renunciar a sus ideales religiosos, y tal vez invocando a la Virgen del Carmen, ceden a los atractivos del apetito inferior, adormecen los reclamos de la conciencia y se entregan a los brazos de la molicie esperando que a la hora de la muerte tendrán tiempo de arreglar la vida y exhalarán el último suspiro en manos del Dios Bueno y Misericordioso. (Prefecto Apostólico del Chocó 1929, 11-12)

      Afirmaciones y representaciones en tono de atraso, generadas a partir del discurso de la óptica de la experticia, siendo esta la externalidad desde la cual se constituye la construcción de la noción de atraso, esto es, de seres inferiores considerados semisalvajes, quienes establecen relaciones de atraso con el espacio, el cual, a su vez, se tilda como un escenario de rezago. Desde estas narraciones se evidencian permanencias de opresión, emergencias de otras formas y relaciones de rechazo hacia los pobladores locales, a sus prácticas y sus espacialidades. En este orden de ideas, se afirma que “en el Chocó se ha arraigado la indolencia que crea la escasez de libertad, y el atraso de los tiempos coloniales” (La Antorcha 1890, n.° 2, 5-6. Las cursivas no pertenecen al original), con el argumento de que “los de raza negra, por la misma exuberancia de riqueza natural en el país, están sumidos en una inacción que provoca lástima” y que, pese a poseer “brazos fuertes que pudieran socavar montañas y elevar ciudades, están atados al yugo de la inercia”, y “voces que debieran estar cantando la libertad con el espíritu del arte, están todavía repitiendo al son de la gaita salvaje los tristísimos lamentos que les arrancaran sus años de esclavitud” (5-6). Formas de dominación y relaciones de sometimiento que persisten, perpetúan y se imponen sobre un territorio y sus pobladores bajo los enunciados y so pretexto de una “nueva era”, establecimiento de otras relaciones de poder de las cuales se dice:

      Verdad amarga, y que acaso más de uno haga salir al rostro el carmín de la vergüenza: la raza negra, que compone la máxima parte de los habitantes del Chocó, a despecho de los legisladores que rasgaron la carta de su inhumana esclavitud, continúa sin recobrar enteramente sus derechos civiles. Para no pocos, faltos de fe y desconocedores del espíritu de cristiana fraternidad, infiltrando en todos los códigos de las sociedades modernas, el negro es un ser despreciable y del que puede abusarse hasta para saciar los instintos brutales de la venganza y de la voluptuosidad. ¡Como si el negro tuviera por fatal destino la esclavitud, sólo porque la naturaleza lo distinguió por el color, de sus opresores! La autoridad llamada a ser vínculo de unión de las voluntades regidas por unas mismas leyes, y garantía segura de los derechos de todos los ciudadanos, no siempre ha cumplido su misión tutelar y pacificadora. Las leyes y ordenanzas represivas parecen haberse hecho sólo para los de color; los lugares de reclusión forzosa, se ha dicho en alta voz, no se han edificado para los blancos. El derecho de propiedad unas veces se falsea y otras se conculca con descaro; y lo más lamentable e inicuo es que haya quienes se prevalgan de su autoridad para cometer tales desafueros; trafican con su ignorancia y desamparo, como trafican con su pudor. (Prefecto Apostólico del Chocó 1928, 251. Las cursivas no pertenecen al original)

      De igual manera, se registran otras apreciaciones por parte de algunos misioneros, contrarias a las comúnmente construidas, lecturas derivadas de la experiencia y vivencia con los de “raza de color”, en las que se afirman que estos poseen un alma hermosa (La Misión Claretiana del Chocó 1960, 251), que por medio de sus actos resaltan su sencillez e inocencia, y desde las cuales se destaca la forma en que viven en familia. Lazos familiares que, como explica Martínez (2010), “se rigen tanto por principios biológicos como por lazos afectivos” (18). Así mismo, se distingue su alegría y la actitud de arrojo ante los riesgos a los que se exponen en los ríos, bosques y selvas, sucesos de los que se dice que resisten con “intrepidez”; en efecto, se relata como

      otras veces sumergido en el agua durante varias horas y armado de robusta barra, agota sus fuerzas para arrancar de las entrañas de la tierra el oro y el platino. Confinado de estos bosques inmensos, separado del resto de los hombres, el chocoano prescinde del ajetreo complicado de la vida moderna. Pero cuando llega a sentir el aguijón de las ideas de la época, es arrebatado e impetuoso, aunque sin comprender en el fondo la verdad del sentimiento político. (Bodas de Plata Misionales de la Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María en el Chocó 1909-1934, 10. Las cursivas no pertenecen al original)


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